Escrita como un opúsculo a continuación de su obra Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, esta obra escrita por Bartolomé de las Casas nos brinda una perspectiva amplia, tal como en su obra sobre las indias, de la situación que vivió África con respecto a las grandes potencias con las que se relacionó. Las causas de su origen y destrucción están aquí, en estos apuntes de filosofía.
BREVÍSIMA RELACIÓN DE LA DESTRUCCIÓN DE ÁFRICA
Capítulo I:
En el cual se contiene el reciente descubrimiento de las islas de Canaria, el primer intento de posesión por el «Príncipe de la Fortuna» y la guerra cruel e injusta que mosior Juan de Betancor, para sujetarlas, hizo a los vecinos dellas, que no le habían hecho ningún daño
Bartolomé de las Casas nos dice que en primer lugar se debe hablar de los orígenes de las siguientes islas cerca del África:
- Promontorio Hesperionceras más conocido como el Cabo de Buena Esperanza, localizado al sur de África
- Las islas Canarias
- Cabo Verde
- Los Azores
Descubrimiento de las islas y coronación de D. Luis de la Cerda por el Papa Clemente VI como ''príncipe de la Fortuna''
Una nave francesa o inglesa, en su viaje hacia España, fue desviada por los vientos hacia las Islas Canarias, donde luego dio noticias de su descubrimiento al regresar a Francia. Se menciona una referencia de Petrarca sobre una expedición genovesa a las Canarias, donde el Papa Clemente VI nombró a un capitán como rey de las islas. Petrarca especula sobre el significado de un aguacero repentino durante la coronación del rey, interpretándolo como un presagio de la abundancia de lluvias en las islas, sugiriendo dudas sobre el nombre "Fortunadas". Se concluye que estas referencias probablemente surgieron después del descubrimiento de las islas por la nave mencionada anteriormente.
Conquista de las islas por Juan de Betancor en tiempos de D. Enrique III de Castilla y D. Juan I de Portogal
En el año 1400, durante el reinado de Enrique III de Castilla, un caballero francés llamado Juan de Betancor propuso conquistar las Islas Canarias, que se creía estaban habitadas por paganos. Después de llegar a Castilla y hacerse vasallo del rey Enrique III, obtuvo el apoyo del monarca y armó una flota. Con esta, conquistó por la fuerza Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro, sometiendo cruelmente a sus habitantes sin motivo aparente más que su ambición. Este relato se encuentra registrado en las crónicas del historiador portugués Juan de Barros, quien también sugiere que la conquista implicó la muerte de muchos de los seguidores de Betancor y probablemente una gran cantidad de nativos canarios indefensos.
Consideraciones éticas sobre la guerra de conquista de las islas
Las Casas critica la ceguera de los cristianos que, a pesar de su profesa fe en la ley natural y el Evangelio, no siguen el ejemplo de Jesucristo en traer a los infieles a la fe con amor y paz. Señala que la verdadera enseñanza de Cristo no justifica la conquista y opresión de otros pueblos, sino que promueve la paz y el respeto por la humanidad de todos. Además, argumenta que la idea de conquistar a los infieles no proviene de Cristo, sino que va en contra de sus enseñanzas.
Continuación de la conquista de las islas y tratos con Portugal
Juan de Betancor, agotado de recursos, decide regresar a Francia para reponer su fortuna o quedarse definitivamente en las islas. Deja a su sobrino Maciot Betancor a cargo, quien continúa su labor de conquista, especialmente en la isla de la Gomera. Maciot luego se traslada a Madeira, donde se enriquece y gana prestigio gracias al apoyo del infante Enrique de Portugal.
Capítulo II
En el cual se corrige la Historia del portugués Juan de Barros en lo que dice sobre las islas de Canaria, se expone la tiranía de los portugueses en las islas y se resuelve la soberanía de Castilla sobre ellas
Juan de Barros elogia al infante Enrique de Portugal, posiblemente sin conocer toda la verdad o evitando mencionar sus errores. El infante Enrique tenía un fuerte deseo de explorar nuevas tierras, especialmente la costa africana y más allá. Deseaba también el dominio de las Islas Canarias, que estaban estratégicamente ubicadas para sus objetivos. Para lograr esto, solicitó repetidamente al rey Juan de Castilla, e incluso envió a su hermano, el rey Duarte, y luego a su sobrino, el rey Alonso, junto con su hermano, el infante Pedro, para interceder en su nombre. También envió a su confesor, fray Alonso Bello, para pedir al rey que ordenara a Diego de Herrera que le vendiera las islas de La Gomera y El Hierro. Sin embargo, el rey Juan respondió que no podía tomar una decisión tan importante sin consultar con los tres Estados del Reino y su consejo, ya que las Islas Canarias estaban bajo la corona de Castilla.
Tiranías de los portugueses en las islas por sus asaltos a españoles y canarios
Los portugueses, ya sea por orden del infante o del rey de Portugal, o por su propia iniciativa, realizaban incursiones en las Islas Canarias, saqueando tanto a los castellanos como a los nativos canarios. A pesar de las quejas del rey de Castilla, el rey de Portugal no tomaba medidas para detener estos ataques. Ante la imposibilidad de obtener el control de las islas por medios diplomáticos, el infante Enrique decide tomarlas por la fuerza, rompiendo las normas del derecho natural y los acuerdos de paz entre Castilla y Portugal. En 1424, organiza una gran expedición militar para invadir las islas, bajo el mando de D. Hernando de Castro. Aunque el historiador portugués Juan de Barros intenta justificar las acciones del infante como un acto de servicio a Dios y deseo de cristianizar a los nativos, en realidad representan una violación del derecho y la paz establecidos.
Reclamaciones de las islas por D. Juan II de Castilla a D. Alonso V de Portugal
El rey Juan de Castilla, al enterarse de los planes del infante Enrique de Portugal para tomar las Islas Canarias, envió repetidas veces solicitudes al rey Alonso de Portugal, instándolo a detener las incursiones portuguesas y castigar a los responsables. El rey Juan también le recordó al infante Enrique que las islas estaban bajo la soberanía de Castilla y que debía cesar en sus intentos de apoderarse de ellas. Sin embargo, el infante Enrique continuó con sus planes y Maciot Betancor, al vender sus derechos sobre las islas al infante, cometió traición contra Castilla. La expedición militar liderada por D. Hernando de Castro no duró mucho en las islas debido a la falta de alimentos y los altos costos asociados. Aunque algunos nativos recibieron el bautismo durante este tiempo, probablemente lo hicieron por temor más que por convicción religiosa, dada la violencia y el caos que acompañaron la presencia portuguesa en las islas.
Documentos fehacientes de las reclamaciones de las islas por D. Juan II de Castilla
El rey de Castilla envió cartas al rey de Portugal sobre la usurpación de las islas Canarias por parte del infante Enrique de Portugal y sus seguidores. El rey de Castilla exigió que el infante y sus seguidores cesaran sus acciones injustas y devolvieran lo robado. También solicitó que se entregaran los culpables para ser juzgados según la ley.
El rey de Portugal respondió que no podía tomar medidas contra el infante sin escuchar su versión. Sin embargo, el rey de Castilla argumentó que las islas Canarias siempre habían estado bajo su soberanía y que el infante y sus seguidores estaban violando la paz jurada entre los dos reinos.
Además, se menciona que algunos súbditos del rey de Portugal, incluido un capitán llamado Palencio, atacaron a los vasallos y mercaderes del rey de Castilla en las islas Canarias y en alta mar. El rey de Castilla exigió la restitución de las propiedades robadas y el castigo de los culpables.
En resumen, las cartas detallan las disputas entre los reyes de Castilla y Portugal por el control de las islas Canarias y las acciones violentas realizadas por el infante Enrique de Portugal y sus seguidores.
Capítulo III
Donde se trata del arreglo acerca de la soberanía de las islas de Canaria, de su mayorazgo y del señorío definitivo de Castilla; y se consideran también los salteamientos inicuos, perversos, tiránicos y detestables que en ellas se hicieron
Arreglo del pleito acerca de las islas entre D. Enrique IV de Castilla y D. Alonso V de Portugal
Las Casas relata la disputa por el control de las Islas Canarias entre los reinos de Castilla y Portugal, así como la sucesión de propiedades y títulos sobre estas islas. Muestra cómo tras la muerte del rey Juan de Castilla, Enrique IV de Castilla y su posterior matrimonio con Juana, hija del rey Duarte de Portugal, se estableció un acuerdo de paz que concedió el control de las islas a Portugal.
Luego, describe la reclamación de Fernán Peraza sobre las islas, basada en documentos que respaldaban su compra a Guillén de las Casas, quien a su vez las había adquirido del conde de Niebla. Tras la muerte de Peraza, las islas pasaron a su hija, quien las heredó y posteriormente se casó con García de Herrera. La sucesión de propiedades y títulos continuó con el paso de las islas a Guillén Peraza, quien luego se convirtió en conde de las mismas.
Señorío soberano definitivo de Castilla sobe las islas en las paces de Alcázovas
En las paces entre los Reyes Católicos de Castilla y el rey Alonso de Portugal, se estableció que las Islas Canarias pertenecían al señorío supremo de Castilla, al igual que la conquista del reino de Granada. Se menciona también que el comercio de Guinea quedó bajo control de Castilla durante la vida de los reyes Alonso y Juan, sin embargo, el dominio de las islas Canarias fue disputado repetidamente por Portugal, a pesar de que el señorío supremo siempre fue reconocido como perteneciente a Castilla.
Observaciones acerca del relato de Juan de Barros basadas en las corónicas castellanas
Las Casas explica las dos narrativas históricas: la Historia de Juan de Barros, portugués, y la Crónica del rey Juan II de Castilla.
La narrativa de Juan de Barros destaca el papel del almirante francés Rubín de Bracamonte, quien solicitó a la reina Catalina de Castilla la conquista de las Islas Canarias para su pariente Juan de Betancor. Describe la llegada de Juan de Betancor a las islas, su conquista de algunas de ellas y la construcción de un castillo en Lanzarote para controlarlas. También menciona la disputa entre el obispo de Canarias y mosén Menaute por el comercio de esclavos.
Por otro lado, la Crónica del rey Juan II de Castilla detalla la llegada de Rubín de Bracamonte y Juan de Betancor en 1417 durante la minoría de edad del rey Juan II. Narra cómo Juan de Betancor intentó conquistar Gran Canaria pero fracasó debido a la resistencia indígena. Posteriormente, describe cómo el rey y la reina de Castilla enviaron a Pero de Barba de Campos para tomar las islas, lo que llevó a la venta de las islas a Hernán Peraza.
Ambas narrativas proporcionan detalles sobre la historia de las Islas Canarias, pero difieren en algunos aspectos, como el papel de los protagonistas y los eventos específicos relatados.
Perversidad y tiranía detestable de la esclavización de los naturales de las islas por castellanos y portugueses
Las Casas discute las acciones violentas y de esclavitud llevadas a cabo por los Betancores, un grupo indígena en las Islas Canarias, contra los canarios, otro grupo nativo de las mismas islas. Se cuestiona la legitimidad y justicia de estas acciones, considerando que los canarios estaban viviendo pacíficamente en sus tierras sin haber causado daño a nadie. Se plantea la pregunta de qué razón, ya sea natural, divina o humana, podrían tener los Betancores para perturbar la paz, guerrear, matar y esclavizar a los canarios.
También aborda la postura del Obispo de Canaria, quien, aunque argumenta que la esclavitud de los canarios después de convertirse al cristianismo es incorrecta, se critica por no reconocer la injusticia de hacer esclavos a los canarios antes de su conversión. Se argumenta que este tipo de acciones no solo son inicuas y perversas, sino que también infaman el nombre de Cristo y obstruyen la conversión de los canarios al cristianismo.
Además, se mencionan las
incursiones de los portugueses en las islas canarias, donde capturaron a
personas para venderlas como esclavas en Portugal. Estas acciones se llevaron a
cabo como una forma de obtener ganancias económicas y fueron justificadas bajo
el pretexto de llevar la fe cristiana a los nativos. Sin embargo, estas acciones como moralmente injustificables y señala que generan una
obligación de restitución.
Capítulo IV
En el cual se dice brevemente algo del cielo, suelo y bondad de las islas de Canaria
Se hace una descripción de las islas Canarias, centrándose en particular en la isla de Hierro. Se menciona que las islas son siete en total, aunque algunas fuentes antiguas sugieren que eran doce. Las islas nombradas son Lanzarote, Fuerteventura, Gran Canaria, Tenerife (llamada "isla del Infierno" por los portugueses debido a la actividad volcánica en su pico más alto), La Gomera, La Palma y El Hierro.
Se destaca especialmente la peculiaridad de El Hierro, que carece de agua superficial, como ríos, fuentes o pozos. Sin embargo, se menciona un fenómeno natural asombroso: un árbol en la isla que produce agua de manera constante, incluso en ausencia de precipitaciones. Esta agua, descrita como dulce, es vital para la supervivencia de los habitantes y el ganado de la isla. Se describe detalladamente cómo el agua se recolecta en un estanque construido por humanos y cómo los lugareños la utilizan para sus necesidades diarias.
En contraste, se menciona
que las otras islas tienen agua proveniente de arroyos y fuentes, que además de
ser utilizada para beber, también es empleada en los ingenios de azúcar que
operan los colonos españoles en algunas de estas islas.
Clima, situación geográfica, prósperas calidades de fertilidad y amenidad de las islas
Ahora se habla sobre Islas Canarias, destacando su clima agradable y fértil suelo. Se menciona que estas islas están situadas entre los grados veinte y ocho y veinte y nueve de latitud, con la excepción de El Hierro que se encuentra en el grado veinte y siete. Se resalta que el clima es templado durante todo el año, sin extremos de frío o calor, lo que las hace habitables y confortables.
Se mencionan las cualidades de las islas según relatos históricos y antiguos. Se habla de la fertilidad de la tierra, que producía una gran variedad de frutos y verduras. También se destaca la moderación de las lluvias, la suavidad de los vientos y la presencia de rocío durante las noches. Se describe el suelo como fértil y capaz de producir frutos sin la necesidad de mucha intervención humana. Además, se hace referencia a la pureza y estabilidad del aire a lo largo del año.
Se menciona la creencia
de que estas islas podrían ser los legendarios Campos Elíseos, un lugar de
felicidad y abundancia según la mitología griega. Por esta razón, las islas a
menudo eran llamadas "Bienaventuradas" o "Fortunadas" por
su abundancia de recursos y su capacidad para sustentar una vida placentera y
feliz.
Opinión de los antiguos, quienes pensaban ser estas islas los Campos Elísios
Se habla sobre la creencia de los antiguos filósofos en la existencia de un paraíso para las almas virtuosas después de la muerte, mencionando que Homero lo describe como los Campos Elíseos en su obra "La Odisea". Estos campos se creían estar llenos de felicidad y abundancia, y Homero los ubicaba en España debido a su riqueza en metales y fertilidad. También se menciona que se creía que figuras como Minos y Radamanto, conocidos por su justicia, eran los jueces de los infiernos y habitaban estos Campos Elíseos. Se incluye una traducción de un pasaje de Homero que describe estos campos como un lugar de paz y prosperidad, donde el viento suave sopla constantemente y el océano proporciona cosechas florecientes.
Los versos de Homero son los siguientes:
"No te está permitido, Menelao, cerrar los ojos en la tierra de Argos al final de tu vida, por voluntad de los dioses celestiales, sino que cuando te vea el juez del Elysium, Rhadamanthus, te conducirá hasta el extremo de la tierra.
Aquí la tierra ofrece una vida fácil a los hombres, sin nieve ni invierno, sin ninguna tormenta ni lluvia, sino siempre soplando suavemente los vientos del Océano, y el Océano devuelve cuerpos florecientes."
Con respecto a los Campos Elíseos, estos son un lugar de paz y prosperidad después de la muerte, donde se creía que habitaban las almas virtuosas. Se menciona que Homero ubicó estos campos en España, describiéndolos como un lugar con clima benigno, tierra fértil y abundancia de frutas, donde reinaba la alegría y la armonía. Además, se menciona una descripción más detallada de los Campos Elíseos realizada por Xenócrates, discípulo de Platón, que menciona reuniones de filósofos, coros de poetas y una eterna celebración de los misterios divinos.
La traducción al español del texto en latín es la siguiente:
"Este lugar es donde el camino se divide en dos partes: la derecha, que se dirige hacia las murallas del gran Dite, aquí está el camino al Elíseo para nosotros, y a la izquierda castiga a los malvados con penas y los envía al impío Tartaro".
Comparación de los Campos Elísios con el Paraíso de Mahoma y el Cielo de los cristianos
Los filósofos antiguos
comprendían las recompensas de la virtud y la contemplación divina en la vida
después de la muerte, influenciando así las creencias sobre los Campos Elíseos
o paraísos similares en diferentes culturas. Se menciona cómo incluso culturas
contemporáneas, como los moros y turcos, tienen sus propias visiones de un
paraíso de deleites para aquellos que siguen sus enseñanzas religiosas. Sin
embargo, se señala que estas visiones pueden diferir en cuanto a la importancia
dada a la pureza espiritual y la contemplación divina. También se anticipa una
discusión sobre las creencias similares entre los indios en la crónica.
Capítulo V
En el cual se dice brevemente algo del cielo, suelo y bondad de las islas de Canaria
Población que había en las islas
Cuanto a lo que toca decir de las costumbres y condiciones y ritos de los canarios, según refiere la dicha Historia portuguesa, en todas las susodichas islas habría hasta trece o catorce mil hombres de pelea, y bien podemos creer que habría por todos, chicos y grandes, cerca de cien mil ánimas.
Regimiento, gobernación y costumbres de Gran Canaria
En Gran Canaria, dos hombres principales gobernaban a los moradores y naturales: uno era llamado rey y el otro duque. El rey llevaba un ramo de palma como símbolo de su autoridad, y ciento noventa hombres dirigían la tierra bajo su regimiento. Estos líderes instruían al pueblo en materia de religión y comportamiento, dictando lo que debían creer y hacer. Se reconocía a un Dios que premiaba a los buenos y castigaba a los malos, aunque las prácticas religiosas variaban entre las islas.
Las mujeres no podían casarse sin el consentimiento de uno de los ciento noventa gobernantes, quienes las evaluaban por su apariencia física, prefiriendo aquellas más gordas como señal de fertilidad. La costumbre de elegir esposas podía tener origen en África, dado que las islas estaban cerca de ese continente.
Los habitantes vestían hojas de palma teñidas para cubrir sus partes íntimas, y se afeitaban con piedras afiladas debido a la falta de hierro. No valoraban el oro ni la plata, utilizando los escasos objetos de hierro para fabricar herramientas. Aunque tenían abundancia de trigo y cebada, no sabían hacer pan, por lo que consumían harina cocida con carne o grasa animal.
Criaban ganado pero
rechazaban desollarlos, dejando esa tarea a esclavos capturados en guerra o a
hombres considerados inferiores. Las madres preferían que sus hijos fueran
amamantados por cabras, y la mayoría de los niños eran criados de esta manera.
En la guerra, utilizaban piedras y palos cortos, demostrando habilidad y
determinación en el combate.
Costumbres y ritos de La Gomera, Tenerife y La Palma
En La Gomera, las costumbres incluían compartir mujeres y heredar por línea materna, centrándose en la música, el baile y el placer como su principal estilo de vida. En Tenerife, se organizaban en linajes con sus propios reyes, siendo guerreros y ceremoniosos en los funerales. En La Palma, menos políticos, su dieta consistía en hierbas, leche y miel, y practicaban la venta de esclavos. Se refuta la opinión de Petrarca sobre la bestialidad de los canarios, destacando que las descripciones de los portugueses son más fiables.
Capítulo VI
En el cual
se trata de los primeros descubrimientos de los portugueses
en África más allá del cabo de No; de los primeros salteamientos injustos que hicieron a los moros;
y de cómo se descubrieron y poblaron las
islas de Puerto Santo y Madera
En tiempos de los reyes Juan de Portugal y Juan II de Castilla, alrededor del año 1400, el conocimiento de las costas africanas se limitaba al cabo de No, lo que generaba temor entre los navegantes de aventurarse más allá. Sin embargo, con la determinación del rey Juan de Portugal de llevar a cabo una expedición militar contra los moros, surgió la oportunidad de explorar nuevas tierras. Acompañado por su hijo Enrique, conocido por su virtud y fervor religioso, se dirigieron más allá del mar hacia la ciudad de Cepta.
El infante Enrique se interesó en conocer los secretos de África a través de los moros con quienes trataba. Se enteró de que la tierra se extendía hacia el interior, más allá del reino de Fez, hasta los desiertos habitados por los alárabes y los negros de Jolof, marcando el comienzo de Guinea. Impulsado por su curiosidad, decidió enviar expediciones anuales para explorar la costa africana más allá del cabo de No. Sin embargo, se encontraron con dificultades al llegar al cabo del Bojador, a unas sesenta leguas de distancia, debido a las corrientes marinas y a los temores infundados de los marineros sobre las condiciones peligrosas del área.
Durante doce años, el infante Enrique dedicó esfuerzos y recursos considerables enviando numerosas expediciones para descubrir la costa africana más allá del cabo del Bojador. Aunque muchos caballeros se mostraban interesados en participar, ninguno se atrevió a cruzar el cabo en ese tiempo. En sus regresos, las expediciones a menudo tenían encuentros hostiles con los moros de la costa, y a veces realizaban intercambios o capturas de negros. A pesar de las instrucciones del infante de evitar conflictos, estas expediciones a menudo desobedecían sus órdenes.
Injusticia de estos saltos y esclavizaciones hechos por los portugueses
La ceguera de algunos cristianos lleva a creer que es justo saquear, robar, capturar y matar a los no bautizados. Sin embargo, Las Casas argumenta que los moros no deben ser tratados así, ya que no representan una amenaza directa para la cristiandad. Los portugueses deberían interactuar pacíficamente con ellos, mostrando el ejemplo de la cristiandad en lugar de incitar la enemistad. Además, al exhibir su codicia por los esclavos negros, los cristianos podrían provocar conflictos innecesarios y peligrosos.
Descubrimiento y población de las islas de Puerto Santo y Madera
En el año 1417 o 1418, dos caballeros portugueses, Juan González y Tristán Vázquez, se ofrecieron para explorar más allá del cabo del Bojador. Durante una tormenta, descubrieron la isla del Puerto Santo. Encantados por su belleza y deshabitada, decidieron regresar a Portugal para informar al infante Enrique. Impresionado por la noticia, el infante envió tres barcos para poblar la isla, liderados por Bartolomé Perestrello y los dos caballeros. Sin embargo, la isla se vio invadida por una plaga de conejos, lo que provocó dificultades. Los caballeros también descubrieron la isla de la Madera y la poblaron en 1420. El fuego accidentalmente provocado por la limpieza de la tierra causó daños, pero la isla prosperó gracias a su fertilidad. La isla del Puerto Santo, aunque tenía recursos, no era tan fértil y tenía problemas de agua.
Capítulo VII
En
el cual se contienen los nuevos avances de los descubrimientos portugueses más allá del cabo del Bojador, y los nuevos
salteamientos escandalosos e injustos que hicieron a los moros
El infante D. Enrique de Portugal insiste en enviar navíos para pasar el temido cabo del Bojador, al que finalmente sobrepasan
En Portugal, se criticaba al infante por su gran interés en explorar África, acusándolo de derrochar recursos y poner en peligro a los portugueses. A pesar de las críticas, el infante perseveraba, enviando expediciones para descubrir nuevas tierras. En el año 1434, una expedición liderada por Gilianes logró pasar el temido cabo del Bojador, descubriendo tierras fértiles. Esto animó al infante a continuar explorando, y en 1435 otra expedición llegó aún más lejos, confirmando la viabilidad de la navegación y la existencia de tierras habitables.
De cómo los de Gilianes arremetieron en Río de Oro contra algunos moros y los prendieron
En el año siguiente, el
infante envió otra expedición con la orden de avanzar hasta encontrar tierras
pobladas y establecer contacto con sus habitantes. Después de avanzar doce
leguas más allá de la expedición anterior, encontraron una llanura sin montañas.
Decidieron enviar a dos jóvenes en caballos ligeros, armados solo con lanzas y
espadas, con la misión de explorar y, si era posible, capturar a alguien para
interrogarlo. Encontraron a diecinueve hombres armados con lanzas, y aunque los
jóvenes cristianos resultaron heridos, lograron herir a varios de los moros en
la pelea.
Escándalo e injusticia de la acción de Gilianes y los suyos
El primer encuentro
violento entre portugueses y los habitantes locales de la costa recién
descubierta causó un escándalo e injusticia, creando un mal ejemplo de
comportamiento cristiano. Esta acción afectó negativamente las futuras
interacciones entre cristianos y locales, dificultando la aceptación de la fe
cristiana en la región. Debido a conflictos internos en Portugal tras la muerte
del rey D. Duarte, el infante no pudo continuar con las exploraciones desde
1435 hasta 1440.
Se relatan y condenan otros saltos a moros
En el año 1441, el
infante envió un barco bajo el mando de Antón González para explorar la costa
africana. Su misión era capturar a personas locales para obtener información, o
en su defecto, cargar el barco con cueros de lobos marinos y aceite, productos
valiosos en Portugal. Durante la expedición, capturaron a un moro y una mora,
así como a otros moros más tarde, aunque no hubo enfrentamientos directos. En
otra ocasión, al gritar consignas cristianas, atacaron a un grupo de moros,
matando a tres y capturando a diez. Los portugueses celebraron estos actos
violentos como una forma de propagar el Evangelio. Continuaron explorando y
descubrieron el Cabo Blanco, a 110 leguas del Cabo Bojador. A pesar de los
escándalos y daños causados, el infante recibió a los expedicionarios con
alegría y les otorgó recompensas.
Capítulo VIII
En el cual se trata de la suplicación que hizo el infante D. Enrique al Papa Eugenio IV; y de cómo los portugueses llegaron más allá
del cabo Blanco y se incrementaron los asaltos y, con
ellos, las esclavizaciones, latrocinios y tiranías, incompatibles con el sentimiento natural y cristiano
El infante D. Enrique suplica al Papa Eugenio IV que le con- ceda la soberanía sobre los reinos que hubiese después del cabo del Bojador
En 1442, el infante, al ver el éxito de la expedición al Cabo Bojador y la prosperidad de la captura de esclavos moros para financiar sus gastos, decidió solicitar al Papa Martino V, quien había sido elegido en el Concilio de Constanza, que otorgara a la Corona Real de Portugal los territorios más allá del Cabo Bojador, hacia el Este e incluso hasta la India. El Papa, según las crónicas portuguesas, concedió estos territorios junto con sus recursos, imponiendo sanciones a cualquier entidad cristiana que intentara interferir. Posteriormente, se afirma que los sucesores de Martino, como Eugenio IV, Nicolás V y Calixto IV, confirmaron esta concesión.
Nuevas armadas de descubrimientos al Río de Oro y más allá del cabo Blanco; y saltos consiguientes
Después de que algunos en
Portugal cruzaran el Cabo Bojador sin problemas y se enriquecieran en la costa
africana, aumentaron las expediciones de descubrimiento. Uno de estos
exploradores, Antón González, rescató a más de cien esclavos y descubrió oro en
lo que llamaron el Río del Oro. Otro explorador, Nuño Tristán, llegó al Cabo
Blanco y encontró una isleta llamada Arguim, donde observaron a gente remando
con las piernas. Capturaron a varios de ellos y exploraron islas cercanas.
Aunque intentaron saquear más tierras, encontraron resistencia y se retiraron
con su botín, siendo recibidos con alegría en Portugal. Este relato revela la
disposición de las personas locales hacia la fe y cómo recibieron a los
predicadores.
El infante D. Enrique comienza a ser alabado por el pueblo al ver cómo los descubrimientos aportaban riquezas
Las noticias de enriquecimiento en las expediciones llevaron a la alabanza y bendición del infante, quien era visto como el abridor de caminos hacia la bienaventuranza en el océano. Esta actitud reflejaba la tendencia humana a valorar las acciones de otros cuando estas benefician personalmente, especialmente en la era de la búsqueda constante de ganancias.
Extensas consideraciones por las que se pone de manifiesto la ceguedad de los portugueses y se reprueban sus detestables injusticias
Se critica la justificación de las acciones del infante de Portugal como un celo por servir a Dios y convertir a los infieles, señalando que más bien ofendía a Dios al difamar la fe cristiana y forzar conversiones. Se argumenta que las conversiones obtenidas por miedo o coacción eran vacías y que el infante era culpable de enviar expediciones que cometían tales actos, al beneficiarse de ellos y aprobarlos.
Las Casas relata un acto atroz
cometido por los portugueses durante sus expediciones de descubrimiento en el
año 1444. Liderados por el infante de Portugal, saquearon y atacaron a personas
inocentes en varias islas africanas, llevándose a cientos de personas como esclavos.
La narración destaca la crueldad de separar familias y el sufrimiento de los
cautivos. A pesar de intentar justificar estas acciones en nombre de Dios y la
conversión de los infieles, el autor condena firmemente estas atrocidades,
señalando que ningún bien obtenido puede excusar tales actos de violencia y
opresión.
Otros viajes, saltos, robos, escándalos y despoblaciones hechos entre el cabo Blanco y los confines de Guinea
Los portugueses
realizaron múltiples viajes a lo largo de la costa africana, desde el Cabo
Blanco hasta los confines de Guinea, desencadenando una serie de acciones
destructivas que incluyeron saqueos, capturas y disturbios, lo que resultó en
el despoblamiento de la región. Estas acciones no solo llevaron a la pérdida de
vidas y a la captura de personas para llevarlas a Portugal, sino que también
alejaron a los habitantes locales tierra adentro en un intento de escapar de la
violencia costera. A pesar de las supuestas intenciones de difundir la fe
cristiana, estas acciones solo provocaron destrucción y caos en la región
Capítulo IX
Donde se
cuenta cómo los portugueses, con sus guerras
y totales destruiciones hechas
a los moros de la costa, expusieron al escarnio la fe
cristiana; y lo mismo hicieron después, más allá del cabo Verde, al llegar a
Guinea, donde robaron y esclavizaron a los primeros negros en su tierra
Dos expediciones al Río de Oro
En 1445, el infante envió un navío que llegó a la isla de Arguim. El capitán y doce hombres desembarcaron en un bote hacia la tierra firme, pero encallaron cuando la marea bajó. Doscientos hombres de la tierra los atacaron, matando al capitán y a siete hombres, mientras los demás se salvaron nadando. Esta fue la primera confrontación justa entre los portugueses y los nativos, en respuesta a injusticias previas. Al año siguiente, en 1446, el infante envió tres carabelas, comandadas por su hermano D. Pedro, para explorar el río del Oro y convertir a los nativos al cristianismo, buscando paz y comercio si la conversión no era posible.
Escarnio de la fe cristiana por las violencias cometidas por los portugueses
Portugal demostró una
ceguera aún mayor y un desprecio hacia la fe de Jesucristo. Enviaban a aquellos
que solían saquear y robar a los hogares pacíficos como si fueran apóstoles
idóneos, instándolos a convertir a los infieles o moros, sin considerar las dificultades
y los malos ejemplos previos. A pesar de sus acciones inicuas, no comprendieron
por qué los nativos rechazaron la fe ni buscaron establecer paz o comercio. Los
nativos actuaron con justicia al resistirse a una gente que les había causado
tantos males irreparables.
Las tres posibles causas de hacer la guerra justa a los infieles, excluidas otras fingidas
Es esencial notar que
según la conciencia y el juicio racional, a ningún infiel, ya sea moro, árabe,
turco, tártaro, indio, u otro de cualquier creencia, se le puede hacer guerra,
molestar o dañar en persona o propiedad sin cometer graves pecados mortales.
Solo se justifica hacerlo por tres razones: si atacan activamente la
cristiandad, si obstaculizan maliciosamente la fe cristiana, o si injustamente
retienen nuestros reinos o bienes y se niegan a devolverlos. Antes de iniciar
una guerra, se debe examinar cuidadosamente la razón y la justicia detrás de
ella, considerando los efectos negativos en la fe y las almas, así como los
daños colaterales que pueden sufrir los propios cristianos. La guerra solo
puede ser justa si se defiende la fe y la justicia, priorizando la honra divina
sobre los bienes temporales. Por lo tanto, incluso si los infieles retienen
nuestras tierras y bienes, si no representan una amenaza para la fe o la
seguridad, la justicia de la guerra sería cuestionable ante el tribunal de
Dios.
Ninguna de las tres causas se da en las violencias de los portugueses en la costa africana
Considerando las razones
mencionadas, los portugueses infligieron daños extremadamente perjudiciales a
esas gentes, realizando guerras crueles, matanzas, capturas y destrucciones de
pueblos enteros, condenando a muchas almas sin haber sido provocados ni amenazados
por ellos. Estas poblaciones vivían pacíficamente y nunca obstaculizaron ni
pensaron en dañar la fe cristiana. Además, poseían sus tierras de manera
legítima. No hay justificación para tantos males y agravios cometidos por los
portugueses, excepto por la simple razón de que eran infieles, lo cual es una
gran ignorancia y ceguera condenable. En cuanto a la narrativa, tres barcos
regresaron a Portugal con un negro rescatado de los moros, mientras que otro
barco capturó a veinte personas de un lugar cercano.
Descubrimiento del cabo Verde y primeros negros hechos esclavos en Guinea
En 1446, Dinís Fernández, motivado por las recompensas del infante, decidió explorar más allá de los lugares descubiertos. Pasó el río Saiaga, encontrando los primeros negros de Guinea, a quienes capturó. Descubrió el cabo Verde y regresó a Portugal debido a los malos tiempos. El infante se alegró con la noticia y recompensó a Dinís. Aunque el infante exhortaba a tratar a los nativos con paz y amor, aprobaba los actos violentos y la esclavitud, contradiciendo su supuesta buena intención.
Capítulo X
En
el cual se trata de los descubrimientos de los portugueses hasta Sierra Leona, donde hicieron
estragos, escándalos, robos, cautiverios
y destruiciones de pueblos de negros; y, después, descubrieron las islas de los
Azores y del Cabo Verde
Otras dos expediciones enviadas por el infante D. Enrique, acompañadas de grandes estragos, escándalos, robos y cautiverios y destruiciones de pueblos
En el año 1446, el infante envió otro barco que navegó sesenta leguas más allá del cabo Verde, seguido por otro que avanzó cien leguas más, todos causando gran daño con sus actos de saqueo, escándalo, robo y captura, tanto entre los negros como entre los moros. Estos descubrimientos, que duraron más de cuarenta años, fueron realizados por el infante D. Enrique, desde una edad temprana hasta su muerte a los sesenta y tres años. Dejó descubierta una extensa costa de África y Etiopía, desde el cabo del Bojador hasta la Sierra Liona, incluyendo la malagueta, una especia valiosa que antes era llevada por los moros a través de vastas tierras hasta llegar a Italia, donde se la conocía como "granos del paraíso".
Descubrimiento de las islas de los Azores
Entre 1440 y 1446 se descubrieron las siete islas de los Azores, aunque no se sabe quién ni cómo. El rey D. Alonso V de Portugal dio permiso al infante para poblarlas en 1449. Se cree que estas islas son las Cassitérides mencionadas por Estrabón, habitadas por una gente de piel oscura, rica en estaño y plomo. Aunque Estrabón mencionaba diez islas, hoy solo se conocen siete, sugiriendo que algunas podrían haberse hundido.
Descubrimiento de las islas del Cabo Verde
Durante este período,
Antonio de Nolle, un noble genovés, descubrió las islas de Cabo Verde junto con
su hermano Bartolomé y su sobrino Rafael, llegando a la isla que llamaron de
Mayo el primer día de mayo y luego a la isla de Santiago el día de San Felipe y
Santiago. Otros criados del Infante D. Pedro también exploraron la zona,
descubriendo otras islas, sumando un total de diez, incluyendo Buenavista, San
Nicolás, Santa Lucía, San Vicente y San Antón. Estas islas recibieron su nombre
por su ubicación cercana al cabo en el oeste, con algunas al este y otras al
oeste de la línea ecuatorial. Aunque algunas fuentes antiguas las relacionan
con las Fortunadas, Juan de Barros argumenta que las condiciones climáticas de
Cabo Verde difieren notablemente, siendo extremadamente calurosas y poco
habitables. Además, durante el reinado de D. Alonso V, se descubrió la isla de
Santo Tomé bajo la línea ecuatorial.
Un moro va a Portogal y el portogués Juan Fernández se que- da con los moros
Después de pasar el cabo
Blanco, un moro viejo y un portugués llamado Juan Fernández decidieron explorar
las tierras del otro, el infante de Portugal se interesó en sus experiencias
para conocer más sobre la región. El moro fue bien recibido en Portugal,
mientras que Juan Fernández vivió con los moros durante meses, siendo tratado
con cariño. Los moros con los que estuvo eran pastores y le dieron comida
simple como grano, raíces y animales, ya que la región era árida y escasa en
alimentos. Se mantenían principalmente con leche y queso debido a la falta de
agua. La tierra era desértica con escasos árboles y sus casas eran chozas de
cuero. Seguían un estilo de vida pastoral y tenían disputas con otras tribus
por pastos y agua. No tenían un líder único, sino que seguían al mayor de sus
familias. Juan Fernández encontró otra tribu liderada por un moro respetado,
quien lo trató bien y lo dejó partir en busca de navíos portugueses, regresando
en buena salud después de vivir con ellos.
Un alemán llamado Baltasar, de la casa del emperador Federico III, embarca en una expedición portuguesa para tener qué contar en su tierra
En aquellos tiempos de
crecientes descubrimientos, extranjeros se sentían atraídos por las historias
de nuevas tierras y gentes que llegaban desde Portugal. Uno de ellos, el
caballero Baltasar de la casa del emperador Federico III, deseaba vivir una
gran tormenta en el mar para tener una historia que contar en su tierra.
Después de enfrentar una terrible tormenta en su primer viaje, regresó a
Portugal. Sin embargo, después de reabastecerse, decidió embarcarse nuevamente
para explorar la tierra firme. Su deseo de vivir nuevas experiencias lo llevó a
continuar el mismo viaje que había iniciado.
Capítulo XI
Expediciones durante el reinado de D. Alonso V de Portugal
El rey D. Alonso enviaba repetidamente expediciones para explorar la costa de Guinea. Los capitanes y exploradores que enviaba estaban motivados por la promesa de recompensas del rey, el deseo de gloria personal y los beneficios materiales obtenidos a través del comercio, el saqueo y la captura de personas. Su principal esperanza era descubrir las Indias, y muchos viajes se realizaron en este intento durante el reinado de D. Alonso. A medida que avanzaban, encontraron nuevas tierras, incluyendo la mina de oro en 1471. D. Alonso decidió cambiar la estrategia, optando por el comercio en lugar del saqueo, aunque la violencia y los abusos continuaron siendo una práctica común por parte de los portugueses en esas tierras y con esas gentes.
Expedición enviada por el rey D. Juan II de Portugal para la toma de posesión de toda la región de Guinea, centrada en San Jorge da Mina
El rey D. Juan II,
sucesor de D. Alonso, mostró un gran interés en explorar hacia la India y
buscar al preste Juan, creyendo que su territorio podría estar cerca de Guinea.
En 1481, envió una armada para construir una fortaleza en el río San Jorge, en
la región minera de Oro, con el objetivo de afirmar el dominio portugués sobre
Guinea. El capitán portugués convenció al rey negro Caramansa de permitir la
construcción, aunque este mostró preocupación por las posibles tensiones que
podrían surgir. Después de algunas disputas, se construyó la fortaleza,
estableciendo así una presencia portuguesa en la región. Se fundó una ciudad
portuguesa en el lugar y se comerció con los nativos, aunque muchos portugueses
murieron por enfermedades. El rey de Portugal se autodenominó señor de Guinea
después de la construcción del castillo de San Jorge.
Expedición enviada por el rey D.
Juan II de Portugal por la que se descubrió el Congo
En el año 1484, Portugal envió más exploradores que descubrieron el reino de Congo y llegaron hasta los veinticuatro grados al sur de la línea ecuatorial, donde hubo importantes intercambios comerciales y conversión al cristianismo. Sin embargo, se observa que los portugueses causan daños al capturar esclavos, lo que puede llevarlos a su propia esclavitud por la avaricia. En estos viajes, se encontró con el Almirante D. Cristóbal Colón y su hermano D. Bartolomé Colón.
Corrupción en la trata de negros que ahora se inicia en La Mina
Durante los reinados de
D. Juan y D. Manuel, los portugueses se involucraron en graves prácticas
corruptas al comerciar con esclavos negros, obteniéndolos en el reino de Benín
y otras áreas de la costa. Los intercambiaban por oro en la mina donde se construyó
el castillo de San Jorge. Aunque los habitantes de esa región también eran
negros, estaban dispuestos a adquirir esclavos de otras áreas a cambio de oro
para sus propias transacciones comerciales con otros negros o con los moros.
Remedio adoptado por D. Juan III de Portugal
El rey D. Juan III,
sucesor de D. Manuel, al enterarse de la corrupción masiva en el comercio de
esclavos, decidió prohibir completamente esta práctica. Reconociendo su deber
como rey cristiano de guiar a las almas hacia la salvación, no podía permitir que
fueran entregadas a los moros, quienes además de sus propios ritos idolátricos,
les impondrían la ley de Mahoma. Sin embargo, aunque se prohibió la venta de
esclavos a los moros, el comercio continuó, llenando el mundo de negros
esclavos, especialmente en España y en las Indias. La codicia de los
portugueses por los esclavos fomentó el robo y la captura indiscriminada por
parte de los negros, quienes, careciendo de fe y temor de Dios, no dudaban en
cometer tales actos. Esta situación no hacía más que aprobar sus acciones
tiránicas y guerras injustas unos a otros.
Viaje de embajada al preste Juan de las Indias y descubrimiento del cabo Tormentoso o de Buena Esperanza
En el año 1486, el rey D. Juan de Portugal, motivado por noticias sobre un poderoso rey en Etiopía, decidió enviar barcos para obtener información sobre él, pensando que podría ser el Preste Juan de las Indias. Bartolomé Díaz fue designado como capitán de la expedición. Después de enfrentar grandes tormentas, alcanzaron una isla cercana a la costa africana. A pesar de las quejas de la tripulación sobre la escasez de provisiones y la ausencia de un barco auxiliar, Bartolomé Díaz decidió regresar.
En el camino de vuelta, avistaron el cabo de Buena Esperanza, que había estado oculto durante siglos y se creía que era el punto de paso hacia la India. A su regreso a Portugal, se designó al cabo como Cabo de Buena Esperanza debido a la esperanza de descubrir la India que brindaba. Bartolomé Díaz escribió un informe detallado sobre el viaje, y se cree que tanto él como su hermano, Cristóbal Colón, participaron en este descubrimiento. La expedición también descubrió una técnica de navegación basada en la altura del sol, que posteriormente fue adoptada por los españoles. Durante el viaje de regreso, la tripulación encontró la nave de provisiones que habían dejado atrás, pero descubrieron que la mayoría de la tripulación había sido asesinada por los nativos. La alegría y el exceso emocional de algunos miembros de la tripulación causaron la muerte de algunos de ellos, un fenómeno que se ha observado en otros contextos históricos.
En conclusión, "Brevísima relación de la destrucción de África" de Bartolomé de las Casas, si bien es una obra controvertida, sigue siendo un testimonio invaluable sobre los horrores del colonialismo y la esclavitud en África. A través de sus relatos, Las Casas nos invita a reflexionar sobre la conquista de los pueblos africanos ejecutada por las potencias que rodeaban a los mismos. Un texto que nos da las primeras referencias de África y sus problemas.