viernes, 2 de mayo de 2025

Giordano Bruno - Sobre el infinito universo y los mundos (Quinto Diálogo)

En el quinto diálogo de Del infinito universo y los mundos, Giordano Bruno profundiza en la defensa de la infinitud del universo enfrentando con agudeza las objeciones más refinadas de la filosofía aristotélica. A través del personaje de Albertino, representante del pensamiento tradicional, se da paso a un debate más riguroso, en el que se ponen en juego no solo argumentos físicos y cosmológicos, sino también implicancias lógicas y metafísicas. Este diálogo marca un punto de inflexión: Bruno ya no solo expone su visión, sino que la somete a la prueba del más sistemático de los contradictores.


Quinto Diálogo

Albertino irrumpe en el quinto diálogo con tono provocador, encarnando la voz de la filosofía escolástica frente a las ideas revolucionarias de Bruno. Desde su primera intervención, carga contra la novedad y la audacia de las tesis cosmológicas que circulan entre los interlocutores, mostrando el conflicto entre el pensamiento tradicional y el nuevo paradigma de un universo infinito y plural. De acuerdo con el diálogo, es intelectual y profesor universitario. 

Elpino entra en la conversación señalando lo equivocado que estaba Aristóteles con sus teorías, pero Albertino reconoce el gran razonamiento que empleó en ellas, además de lo difícil que es refutarlo. Por algo, Aristóteles ha sido una autoridad intelectual desde tantos siglos. 

Albertino está un poco nervioso porque conocerá a Filoteo, quien ha argumentado en contra la doctrina aristotélica. Una vez que se encuentran, Albertino le anticipa que pensaba que no valía la pena conversar con Filoteo, ya que algo había escuchado de sus teorías. Filoteo le dice que él también pensaba lo mismo cuando leía a Aristóteles, pero que ha encontrado otras respuestas. Fracastorio aparece en el diálogo incitando a la conversación. 

Argumentos de Albertino a favor de la imposibilidad de varios mundos

Primer argumento

Según Albertino, el primer cielo (o primer móvil) es el cuerpo más perfecto y externo que existe, y constituye el límite absoluto del universo. Nada puede estar más allá de él, pues este cielo es incorruptible, inmutable y de una naturaleza divina, incompatible con ser contenido por otra cosa. Lo divino no puede ser limitado por lo corruptible.

En el segundo punto, Albertino sostiene que el universo ya está completo y autosuficiente porque está compuesto por dos tipos de cuerpos claramente definidos y jerárquicamente ordenados:

  • Cuerpos elementales (fuego, aire, agua, tierra): son los cuerpos corruptibles, imperfectos, que cambian y componen la región sublunar (la tierra y su atmósfera).
  • Cuerpos celestes (el cielo, los astros, las estrellas fijas): son incorruptibles, eternos, de movimiento circular perfecto, y forman la región supralunar.

El universo es como un organismo completo: tiene todos sus miembros y funciones. Agregar otro “mundo” sería como agregar otro corazón o otra cabeza a un ser ya acabado, lo que implicaría una imperfección en el diseño original.

Según Aristóteles, los cuerpos simples tienen movimientos naturales específicos (rectilíneo o circular). Pero fuera del universo no hay un "lugar natural" que pueda dar sentido a tales movimientos. Por tanto, un cuerpo fuera del mundo no podría existir ni por naturaleza ni por accidente, ya que no podría estar en ningún lugar adecuado para su movimiento.

Si no hay cuerpos fuera del cielo, tampoco puede haber vacío (porque el vacío es definido como capacidad de contener cuerpos), ni tiempo (porque el tiempo depende del movimiento de cuerpos). Al no haber cuerpo ni movimiento, no hay cambio ni tiempo, y por tanto no hay mundo.

Como el mundo es completo, acabado y no hay nada fuera de él, se sigue que no pueden existir múltiples mundos.

Segundo argumento

El movimiento circular del primer cielo es uno solo, continuo, uniforme y sin principio ni fin. Esto refleja la idea aristotélica del movimiento eterno de las esferas celestes, especialmente del primer cielo, que arrastra con él a todas las demás esferas.Un único efecto (el movimiento circular del cielo) implica una única causa. No puede haber varias causas para un único movimiento perfecto y eterno.

La causa de ese movimiento es un motor inmóvil e inmaterial, lo que en Aristóteles equivale al Primer Motor, que mueve sin ser movido. Como es inmaterial, no puede dividirse ni multiplicarse como las cosas materiales; por tanto, hay un solo motor.

Si hay un solo motor, entonces hay un solo movimiento primero, y si hay un solo movimiento primero, debe haber un solo mundo que ese movimiento gobierna.

Así, según Albertino, la unidad del mundo se deduce de la unidad del motor inmóvil y del movimiento perfecto. Si hubiese otros mundos, habría que suponer otros motores, pero como el motor inmóvil es único y eterno, la multiplicidad de mundos es metafísicamente imposible.

Tercer argumento

Albertino intenta demostrar que sólo puede haber un mundo basándose en la teoría aristotélica de los lugares naturales. Su razonamiento es el siguiente:

  1. Existen tres tipos de cuerpos móviles:

    • Pesados (tierra y agua),

    • Livianos (aire y fuego),

    • Neutros (el cielo o los cuerpos celestes, que no son ni pesados ni livianos).

  2. A cada tipo de cuerpo le corresponde un lugar natural:

    • El lugar íntimo y central (el centro del universo) es hacia donde tienden los cuerpos pesados.

    • El lugar más alto y exterior (la circunferencia) es hacia donde tienden los livianos.

    • El intermedio entre ambos corresponde a los cuerpos neutros, como los cielos.


Según esta concepción,
sólo existe un centro y una circunferencia absoluta, y todos los cuerpos, en cualquier parte del universo, deberían moverse hacia esos mismos lugares. Pero si hubiera otros mundos, cada uno con su propio centro y circunferencia, se rompería esta lógica de los lugares únicos y universales.

Entonces no puede haber muchos mundos, porque todos los cuerpos tienden hacia los mismos lugares naturales. Por lo tanto, el universo debe ser uno solo.

Cuarto argumento

Albertino intenta refutar la posibilidad de múltiples mundos recurriendo a un razonamiento sobre la distancia entre contrarios naturales.

Explica que, si existieran varios mundos, cada uno tendría su propio centro (lugar al que tienden los cuerpos pesados) y su propio horizonte o circunferencia (lugar al que tienden los cuerpos livianos). Eso implicaría que podrían existir múltiples "lugares naturales" idénticos en especie (todos los centros siendo "centro", todos los horizontes siendo "arriba"), pero diferentes en número y ubicación.

El problema que plantea Albertino es que, bajo esta hipótesis, dos lugares del mismo tipo (como dos centros de mundos distintos) estarían más distantes entre sí que un centro y su respectiva periferia. Es decir, habría más distancia entre dos centros (medios) —que son lugares de la misma especie— que entre un centro y su opuesto, la circunferencia (horizonte).

Para Albertino, esto es inadmisible, porque —según la física aristotélica— la máxima distancia posible debe ser entre contrarios (como centro y circunferencia), no entre lugares del mismo tipo. Entonces, si se admite que hay múltiples centros, se destruye la lógica de los opuestos naturales, y por lo tanto, la noción misma de lugar natural. De ahí concluye que la existencia de múltiples mundos es imposible, no sólo falsa.

Quinto argumento

Albertino parte de una idea geométrica para negar la posibilidad de múltiples mundos semejantes al nuestro.

Si hay varios mundos iguales o proporcionales, y contiguos (sin intersección ni mezcla de materias), como máximo 6 pueden rodear a uno, igual que solo 6 círculos iguales pueden rodear a otro sin superponerse (en geometría plana o tridimensional).

Eso implica que todos estarían tangentes (tocándose en un punto), alrededor de un centro común.

Pero si todos comparten ese centro, entonces los elementos contrarios (como tierra y fuego, agua y aire) no estarían equilibrados. Los cuerpos superiores (como fuego o cielo) dominarían por cantidad o fuerza a los inferiores (como tierra o agua), rompiendo la armonía del mundo aristotélico.


Sexto argumento

Este argumento, que forma parte de la crítica a la posibilidad de múltiples mundos, se basa en una observación geométrica y física sobre el espacio entre ellos. Si se supone que existen varios mundos esféricos —como si fueran esferas cerradas—, éstos no pueden estar perfectamente unidos por todos sus lados, sino que solo se tocarían por un punto, como ocurre cuando se apoya una esfera contra otra sin deformarlas. Esa configuración inevitablemente deja espacio entre las esferas, un espacio que, según el argumento, debe ser llenado por algo o quedaría vacío.

Ahora bien, ese espacio entre esferas, por su forma, sería como un triángulo curvo, limitado por partes de la circunferencia de tres mundos cercanos. El centro de ese espacio —el punto que está más alejado de todos los bordes de esas esferas— no pertenece ni a un mundo ni a otro, y queda “libre”, separado por igual. Entonces, se presentan dos alternativas problemáticas: o bien ese espacio está completamente vacío, lo que sería inadmisible bajo la cosmología aristotélica (que niega la existencia del vacío), o bien está lleno por algún tipo de materia.

Pero aquí surge un nuevo problema: si ese espacio está lleno, debe estarlo por algo que no sea ninguno de los elementos ya conocidos (tierra, agua, aire, fuego, o el cielo), porque está demasiado alejado de sus centros naturales. Eso obligaría a suponer la existencia de un nuevo elemento desconocido o incluso de otro mundo distinto, lo que rompe con la concepción clásica de un universo ordenado y limitado. Por eso, el argumento concluye que postular múltiples mundos lleva a consecuencias absurdas o imposibles dentro del marco de la física aristotélica.

Séptimo argumento

Albertino plantea que, si aceptamos la existencia de muchos mundos, solo hay dos posibilidades: que sean infinitos o finitos. Si son infinitos, entonces estaríamos aceptando un infinito en acto, algo que era considerado filosóficamente inadmisible en la tradición aristotélica, pues se sostenía que lo infinito no puede existir como totalidad realizada, sino solo como potencial (como el número de divisiones posibles de un cuerpo, por ejemplo).

Si en cambio los mundos son finitos, entonces surge un problema distinto: ¿por qué exactamente ese número y no otro? ¿Por qué no hay más ni menos mundos? ¿Qué sentido tiene que haya, por ejemplo, seis mundos y no siete? Estas preguntas muestran que cualquier número finito arbitrario es difícil de justificar. Además, si todos esos mundos están compuestos por la misma materia, ¿por qué esa materia no se ha reunido en un solo gran mundo, más perfecto por su unidad? La unidad, argumenta Albertino, es preferible a la pluralidad, siempre que no haya una razón clara para la multiplicación.

Segunda parte del séptimo

Todas las cosas observamos que la naturaleza actúa con medida, sin excesos ni carencias: no produce más de lo necesario ni menos de lo indispensable. Esta es una noción clásica en la filosofía natural aristotélica, donde se supone que la naturaleza no hace nada en vano (natura nihil facit frustra).

Por lo tanto, si el universo tal como lo conocemos, con un solo mundo, basta para cumplir con los fines naturales —generar vida, movimiento, orden, y todo lo que observamos—, entonces no hay razón para postular la existencia de otros mundos. Imaginar una multiplicidad de mundos sería suponer que la naturaleza ha producido más de lo necesario, cayendo en la superfluidad, lo cual contradice su comportamiento racional y teleológico.

Octavo argumento

Albertino sostiene que aunque Dios tenga poder infinito y pueda crear muchos mundos, eso no significa que realmente los haya creado. La potencia activa divina (lo que Dios puede hacer) no basta por sí sola para que algo exista en la naturaleza: también se requiere una potencia pasiva, es decir, una capacidad del mundo o de la materia para recibir ese acto creador.

En otras palabras, no todo lo que Dios puede hacer se realiza efectivamente en la naturaleza, porque ninguna criatura (ninguna cosa causada) tiene una capacidad proporcional para recibir plenamente el poder de Dios. Y si el mundo no puede recibir esa multiplicidad, entonces no habrá muchos mundos, aunque Dios tenga el poder para producirlos.

Noveno argumento

Según Albertino, si existieran varios mundos separados entre sí, los habitantes de uno no podrían relacionarse con los de los otros. Eso implicaría una falta de comunicación, trato y comunidad, que son elementos fundamentales de la sociabilidad y, por tanto, de la bondad.

En esa lógica, los dioses —o Dios— no habrían obrado bien al crear múltiples mundos incomunicados, ya que eso iría contra la perfección del orden moral y social, donde se valora la posibilidad de convivencia, interacción y cooperación entre los seres racionales.

La idea de fondo es que un universo socialmente coherente debe ser uno solo, donde los seres puedan encontrarse, relacionarse y construir juntos. La pluralidad de mundos, al romper esa unidad relacional, sería contraria a una ética de la comunión universal.

Décimo argumento

Este décimo argumento contra la pluralidad de mundos plantea un problema de interferencia entre esferas celestes y de gobierno divino. Según esta visión, si existieran múltiples mundos, sus esferas (entendidas como estructuras cósmicas que envuelven y mueven los cuerpos celestes) solo podrían tocarse en un punto, lo que implicaría graves dificultades físicas y metafísicas.

En términos físicos, si los mundos se tocan apenas en un punto, entonces no habría suficiente superficie de contacto para que interactúen o se afecten mutuamente de forma ordenada. Además, si cada uno está en movimiento, este contacto puntual dificultaría o impediría que uno pudiera moverse sin colisionar o interferir con el otro, generando una incoherencia en el orden del cosmos.

En términos metafísicos, si hay varios mundos, ¿cuántos dioses o motores son necesarios para gobernarlos? ¿Uno para cada mundo? Si así fuera, estaríamos ante una pluralidad de dioses, lo que rompe con la noción de un orden supremo y único. Y si es un solo motor que rige todos los mundos, ¿cómo podría mover simultáneamente esferas distintas sin generar contradicciones en sus trayectorias?

Undécimo argumento

El undécimo argumento se basa en la idea aristotélica de que la multiplicidad de individuos dentro de una misma especie solo puede darse por generación, es decir, mediante la división y transformación de la materia por medio de un proceso natural.

Según esta lógica, si existieran varios mundos de la misma especie (es decir, compuestos de la misma materia y forma), entonces deberían proceder unos de otros por generación, como ocurre con los individuos dentro de una misma especie (por ejemplo, los seres humanos). Pero nadie afirma que un mundo haya nacido de otro ni que se transforme en otro: los mundos múltiples postulados por los partidarios de su existencia serían todos eternos, separados e independientes, no generados.

Duodécimo

Albertino afirma que el mundo es perfecto y que, a lo perfecto, nada se le puede añadir sin destruir su perfección. La perfección del mundo se entiende aquí en términos de estructura geométrica y ontológica: el punto genera la línea, la línea la superficie, y la superficie el cuerpo. El cuerpo es el último grado del continuo y no puede prolongarse en una forma superior. Si el mundo está compuesto de cuerpos, y no hay otro tipo superior de "continuo", entonces ese cuerpo —el mundo— es un todo completo en sí mismo.

Si este mundo es, además, el universo entero, entonces no necesita ser limitado por otro cuerpo (es decir, por otro mundo), porque no hay nada fuera de él que lo limite. En cambio, si hubiera otros mundos, entonces este no sería el universo completo, sino solo una parte de él, y por lo tanto no sería perfecto ni autosuficiente.

Refutaciones de Filoteo

Argumentos 1, 2 y 3

Una vez que Albertino termina su exposición, Filoteo se dispone a refutar las argumentaciones de Albertino. Albertino le señala que lo haga ''a modo de artículo y conclusión'' tal como todo escolástico procede a la resolución de un dilema.

En primer lugar, afirma que sí existe un espacio fuera de la "circunferencia imaginaria" del mundo aristotélico, y que ese espacio no está vacío en el sentido absoluto, sino que está lleno de infinitos globos o mundos semejantes al nuestro. Este espacio se llama “vacío” solo en relación a un lugar disponible para otros cuerpos, no como una nada absoluta.

Para el segundo argumento, Filoteo comienza aceptando que existe un motor primero y principal, pero niega que esa primacía implique una jerarquía ordenada en niveles finitos de motores intermedios que van desde ese primero hasta el mundo sublunar. En un universo infinito —dice Filoteo— no puede hablarse de grados ni de orden numérico descendente, ya que el infinito no admite una numeración secuencial finita.

Sin embargo, sí reconoce grados y jerarquías en términos de razón y dignidad, es decir, diferencias cualitativas entre tipos de motores o almas, no posiciones en una cadena numerada. Así, cada mundo tiene su propia alma o motor intrínseco, y todos estos motores dependen de un único principio supremo, el cual confiera movimiento y vida a todas las cosas: almas, espíritus, dioses, naturaleza, materia.

Hay infinitos motores y móviles —es decir, infinitas almas y cuerpos en movimiento, correspondientes a los infinitos mundos—, pero todos ellos, en su pluralidad, están fundados en una única realidad absoluta e indivisible: un "motor inmóvil" y un "universo inmóvil". Esta unidad no es cuantitativa, sino cualitativa y ontológica: es el principio simplicísimo del ser, la verdad, el uno.

Este principio no está localizado ni limitado; no hay un “primer motor” del que deriven otros en una jerarquía descendente, como en la metafísica aristotélica. Por el contrario, todos los motores particulares están igualmente relacionados con el Uno, sin distancias ni intermediaciones. Esto lo explica Bruno con una analogía lógica: así como todas las especies están igualmente relacionadas con su género, todos los motores participan de la misma fuente suprema.

Filoteo responde al tercer argumento diciendo que no existe un centro universal del universo hacia el que todo caiga, como creía Aristóteles. En su lugar, cada mundo tiene su propio centro, y en cada uno lo pesado va hacia su centro y lo liviano hacia afuera. Lo pesado y lo liviano no dependen de una ubicación absoluta, sino del deseo natural de cada cosa de volver a donde puede conservarse mejor. Así, no hay un único centro ni una única dirección para el movimiento, sino muchos centros en muchos mundos.

No existe el peso o la levedad en términos absolutos dentro del universo, sino que estos conceptos solo tienen sentido relacionados con el propio mundo o cuerpo al que pertenecen las cosas. Un objeto es pesado o liviano según si está o no en el lugar que le conviene para mantenerse. Por ejemplo, la tierra suspendida en el aire se siente pesada porque no está en su lugar natural, mientras que en su propio mundo, esa misma tierra no pesa nada.

Del mismo modo, el agua en el mar no pesa para quien está dentro del agua, pero sí cuando se la saca y se la pone sobre una superficie. Todo cuerpo tiende naturalmente hacia el lugar donde puede conservarse y evitar lo que le es perjudicial. Por eso, el movimiento natural no busca un centro universal, sino volver a un equilibrio dentro del propio sistema al que pertenece cada cuerpo o astro. Así, no hay un “abajo” común, ni un centro absoluto en el universo, sino múltiples centros propios para cada mundo.

Además, Filoteo responde aquí a un argumento escolástico que consideraba ilógico: que dos medios semejantes (por ejemplo, los centros de dos mundos) estén más alejados entre sí que un medio y su opuesto (como un centro y una circunferencia), dado que los contrarios “deberían” estar lo más alejados posible.

Filoteo refuta esta idea afirmando que los contrarios no deben estar infinitamente alejados, sino lo suficientemente cerca como para interactuar, influirse y transformarse mutuamente. Así, la distancia óptima entre contrarios es aquella que permite su acción recíproca, como sucede entre el sol y la tierra: el uno actúa sobre el otro, y ese vínculo alimenta la vida, los ciclos y el equilibrio natural.

Por lo demás, la lógica peripatética afirma que los elementos contrarios deben estar lo más alejados posible: así, el fuego (caliente y seco) debería estar completamente alejado de la tierra (fría y seca), por ser opuestos. Pero Filoteo muestra que, si esa lógica fuera verdadera, el agua (fría y húmeda), contraria al fuego en ambas cualidades, debería ocupar el centro (el lugar más alejado de la circunferencia donde está el fuego), y no la tierra. Además, el aire (caliente y húmedo), contrario a la tierra en ambas cualidades, debería estar también muy alejado de ella, y no justo encima, como afirma Aristóteles.

Unidad de los contrarios (cuarto argumento)

Filoteo reafirma la idea central del pensamiento de Giordano Bruno: la unidad de los contrarios. Frente al dualismo aristotélico que separa rígidamente lo alto de lo bajo, lo ligero de lo pesado, lo móvil de lo inmóvil, Bruno propone una visión del universo en la que los opuestos coinciden en un mismo principio y se explican mutuamente.

Según esta perspectiva, todo surge de un único principio divino, y todo en el universo está relacionado con todo lo demás. De ahí que Filoteo afirme que "todo pertenece a todo", en oposición a la filosofía de Aristóteles y los escolásticos, a quienes llama "sofistas" por no comprender esta verdad profunda.

Argumentos 5, 6, 7, 8 

Filoteo comienza señalando que el problema surge solo si uno se aferra al antiguo modelo compuesto por múltiples cielos concéntricos hechos de una materia distinta a la terrestre, es decir, al modelo geocéntrico con esferas cristalinas que contienen a los astros. Según este paradigma, la existencia de muchos mundos exigiría un complejo sistema de múltiples esferas tocándose en ciertos puntos, lo que llevaría a imaginaciones absurdas y confusas, como si varios cuerpos compartieran órganos vitales.

La idea de Filoteo es absolutamente diversa.  Un solo espacio infinito (el cielo) que no gira, sino que es recorrido por infinitos astros (o mundos) que giran en torno a sus propios centros, movidos por su alma interna. Esta imagen sustituye las esferas aristotélicas por una estructura dinámica, viva y homogénea, sin un centro privilegiado y sin necesidad de orbes rígidos. Cada astro es como un ser viviente que se mueve por sí mismo dentro del campo etéreo infinito.

La Tierra es uno más de estos cuerpos, un globo que gira y se calienta gradualmente al sol, y que convive con otros como la Luna, a la que llama "tierra-antíctona", retomando ideas pitagóricas. Cada uno de estos mundos posee animales, vida y una mezcla de elementos similares a los que conocemos, aunque con predominancia diversa (agua, fuego, etc.).

Además, describe cómo el éter actúa como el medio universal: es invisible, sin cualidades propias, pero transmite las propiedades de los cuerpos que toca, rarificándose en calor o condensándose en frío. Funciona como el alma difusa del universo, comparable al aire dentro del cuerpo humano que, en distintas formas, se convierte en aliento, vapor o llama.

Al sexto argumento de Albertino, que planteaba una objeción geométrica: si los mundos (o esferas) se tocan en un punto, ¿qué hay en los espacios “triangulares” que quedan entre ellos?, ¿no habría que introducir nuevos elementos, mundos o incluso aceptar la existencia de un vacío?

La respuesta de Filoteo es elegante y profundamente cosmológica: ese espacio entre los mundos no es un “problema” que deba llenarse con nuevas entidades, como lo hizo la tradición aristotélico-escolástica con las “quintas esencias” o esferas materiales sobrenaturales. Para Filoteo, todo está contenido dentro de un único cielo o éter, un espacio infinito que lo penetra y contiene todo, y que puede entenderse como el “campo” en el que se mueven los mundos.

Ese espacio puede llamarse “vacío” en un sentido lógico, no porque carezca de ser o esté realmente desprovisto de contenido, sino porque no está ocupado por un cuerpo denso o delimitado. Puede ser interpretado como el espacio sin materia (como harían los estoicos), como el receptáculo platónico del ser, o como el campo eterno e inmenso que da lugar y sentido al movimiento y la existencia de los cuerpos.

En su respuesta al séptimo argumento, Filoteo afirma con convicción la infinitud del universo y la existencia de infinitos mundos. Frente a la objeción que busca limitar el número de mundos por razones lógicas o geométricas, sostiene que el universo es un continuo infinito, compuesto de regiones etéreas (el cielo o éter) y de innumerables mundos, tal como este en el que habitamos. La misma razón que permite afirmar la existencia de este mundo puede extenderse a otros: si existe uno, pueden existir infinitos, ya que no hay obstáculo natural o racional que lo impida.

Imagina que el universo es como un campo gigante e infinito, tan grande que no tiene fin por ningún lado. En una parte de ese campo hay una casa, y en esa casa vivimos nosotros (sería como nuestro mundo o planeta).

Ahora bien, si en un lugar del campo puede haber una casa, ¿por qué no podrían existir otras casas en otros lugares del mismo campo?
No hay ninguna razón para pensar que solo puede haber una casa en todo ese espacio enorme. Si el campo es infinito y tiene espacio de sobra, es lógico pensar que pueden haber muchas más casas, parecidas a la nuestra, repartidas por distintos lugares.

Bruno responde al octavo argumento —que decía que si Dios pudiera crear otros mundos no significaba que efectivamente los hubiese creado— con una poderosa imagen: la naturaleza no puede ser encerrada en un compendio, porque es inmensamente más rica y abundante de lo que nuestra experiencia limitada puede abarcar.

El clima o conclusión de Filoteo es que no podemos usar la limitación de nuestros sentidos como argumento para negar la existencia de otros mundos. Aunque no los veamos, el inmenso número de estrellas, que siempre crece cuando las observamos, nos obliga a suponer que hay más espacio, más regiones, más mundos.

Filoteo refuta con firmeza el noveno argumento contra la pluralidad de mundos, que suponía que una sola materia, un solo acto y un solo universo eran suficientes para la acción divina, negando la posibilidad de que la potencia activa infinita de Dios tuviera una potencia pasiva igualmente infinita a la que comunicarse.

Bruno considera absurda esta idea: ¿cómo podría haber una fuerza infinita capaz de actuar, pero sin una materia adecuada (una “potencia pasiva”) sobre la cual ejercer esa acción? Sería una contradicción: un agente que puede todo, pero sin un campo donde ese poder se manifieste. Por eso dice que no hay nada más contradictorio que afirmar que el agente puede comunicar todo el acto, pero que el acto no puede ser comunicado plenamente.

Para reforzar su argumento, Bruno cita a Lucrecio, quien dice que si hay una inmensa cantidad de materia (simientes) y un espacio abierto (el éter), y no hay obstáculos que lo impidan, necesariamente deben generarse otros mundos. Y si esa “fuerza generadora” (la natura) sigue actuando como lo ha hecho hasta ahora, es lógico pensar que no ha producido solo este mundo, sino muchos otros con tierras, razas humanas y animales diferentes.

Imagina que tienes un panadero con ingredientes infinitos (harina, agua, levadura) y un horno gigante que nunca se llena. Este panadero puede hacer todos los panes que quiera, sin límites. Ahora bien, ¿tendría sentido decir que, a pesar de tener todos los ingredientes y todo el espacio, solo puede o solo debe hacer un solo pan?

Los mundos no necesitan relacionarse entre sí para existir, del mismo modo que no es necesario que todos los hombres formen un solo hombre, ni que todos los animales sean un solo animal.

Filoteo da un ejemplo empírico: cuando las especies que estaban separadas (por mares o montañas) fueron puestas en contacto por intervención humana, no mejoraron, sino que, al contrario, los vicios se multiplicaron más que las virtudes. Esto desacredita la idea de que la comunicación universal sea siempre buena o deseable.

Frente al décimo argumento, que decía que la pluralidad de mundos sería difícil de coordinar por sus dioses o motores, Filoteo responde como en el argumento quinto: cada mundo ocupa su espacio dentro del cielo infinito, sin colisiones ni interferencias. Los mundos están separados a distancias adecuadas, tal como en nuestro sistema solar los cuerpos celestes no se estorban sino que se equilibran.

Segundo, contra el undécimo argumento, que decía que sólo puede haber multiplicidad por generación (como un padre engendra a un hijo), Filoteo replica que eso no es una regla universal. Pone como ejemplo cómo a partir de una misma masa pueden surgir muchas formas diferentes sin necesidad de un proceso generativo lineal, como sucede en la creación de formas naturales o artefactos diversos a partir de un solo material. Además, recuerda que los primeros seres vivos fueron, según la filosofía natural de la época, generados sin padre ni madre, es decir, por generación espontánea.

Finalmente, al duodécimo argumento, que sostenía que si este mundo ya es perfecto, no haría falta otro, Filoteo responde que eso solo es cierto si uno piensa en la perfección de un mundo aislado. Pero para que el universo —como conjunto— sea perfecto, debe haber infinitos mundos que lo completen y equilibren. La perfección del todo requiere la pluralidad y no se contradice con la perfección de las partes.

Fin del debate

Albertino, que al inicio se mostraba como un escolástico escéptico, ahora queda profundamente conmovido por las ideas de Filoteo. Lo alaba con entusiasmo, asegurando que ni la ignorancia de las masas, ni la burla de los poderosos, ni la cerrazón de los sabios oficiales podrán apagar la luz de su pensamiento. Lo anima a continuar su empresa: destruir los esquemas del universo cerrado, denunciar los falsos límites impuestos por la tradición aristotélica y proclamar un universo infinito, vivo, lleno de mundos, de movimiento y de alma.

Bruno, a través de Filoteo, aparece aquí como un profeta del nuevo saber: derriba las “murallas diamantinas” de los cielos aristotélico-ptolemaicos, refuta la quintaesencia y proclama la igualdad de todos los astros con la Tierra. El universo no tiene centro ni borde, sino infinitos mundos en un espacio infinito. Elpino y Albertino reconocen, con humildad, que aún no comprenden todo, pero se disponen a seguir aprendiendo. La escena termina con una imagen cotidiana y amable: todos se retiran a cenar, como símbolo del nuevo convivio del saber, donde ya no impera el dogma sino el diálogo, la luz interior y el asombro por la naturaleza.


Conclusión

El Libro V de De l’infinito universo e mondi culmina con la defensa de un universo infinito, habitado por innumerables mundos semejantes al nuestro, todos animados por principios internos y regidos por las mismas leyes naturales. Frente a los doce argumentos escolásticos que niegan tal posibilidad, Bruno, en voz de Filoteo, demuestra que la naturaleza no se agota en un solo mundo, que no hay centro universal ni jerarquía de esferas, y que la infinitud del cosmos responde mejor a la potencia infinita de su causa. Así, Bruno desmonta la cosmología aristotélica y proclama una visión nueva, viva y libre del universo.

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