La familia Borgia, originaria de España, se erigió como una de las dinastías más influyentes y controvertidas del Renacimiento. Su ascenso al poder, marcado por intrigas políticas, alianzas estratégicas y una ambición desmedida, dejó una huella indeleble en la historia europea. Desde la elección de Alfonso de Borja como Papa Calixto III hasta el polémico pontificado de Alejandro VI, los Borgia se entrelazaron con los eventos más significativos de su época. Este análisis profundiza en los orígenes, el legado y las leyendas que rodean a esta familia, explorando cómo su búsqueda de poder y su habilidad para navegar en las complejidades políticas de su tiempo los convirtieron en protagonistas indiscutibles de la historia.
LA FAMILIA BORGIA
Orígenes
Borja
Cuando hablamos de los Borgia tenemos ir directamente a sus orígenes, debemos describir y conocer el lugar de donde provienen. Desafortunadamente, la información precisa de los hechos no es pacífica. Por un lado se dice que tienen origen en Borja, Zaragoza y otros dicen que tienen origen en Játiva; ambas ciudades de España.
Borja tiene sus raíces en el siglo V a. C. como la población celtibérica Bursau, conocida por acuñar moneda y situada inicialmente en los alrededores de la Cueva Esquilar, expandiéndose posteriormente al cerro de La Corona. Fue mencionada por autores clásicos como Tito Livio, quien la citó en el contexto de la guerra sertoriana, y Plinio el Viejo, que la incluyó en el Convento Jurídico de Caesaraugusta. Aunque Ptolomeo también alude a una población llamada Bursada, esta parece referirse a un asentamiento diferente, cercano a Cuenca.
En la conquista romana en el siglo I a. C., la población comenzó a establecerse en las laderas del cerro, en áreas como Torre del Pedernal y La Romería. En el siglo III, debido a la inseguridad generalizada, los habitantes retornaron a La Corona y sus alrededores. De la época visigótica se sabe poco, aunque se supone que la población se mantuvo en torno al castillo y las zonas altas de la ciudad.
En la Edad Media, Borja alcanzó su mayor esplendor con la llegada de los musulmanes en el siglo VIII. Durante este periodo, adoptó el nombre árabe Burŷa, derivado de "torre" o "fortín". La región fue gobernada inicialmente por los Banu Qasi, descendientes del conde visigodo Casio, quienes jugaron un papel crucial en la historia musulmana de la península ibérica.
En el siglo XII, Borja fue reconquistada de manera pacífica por los cristianos. Los musulmanes pudieron conservar sus propiedades y practicar su culto, aunque fueron obligados a trasladarse a zonas fuera de las murallas, específicamente en los alrededores de la actual calle San Juan. Este periodo marcó una transición clave en la historia de Borja, integrándola en la dinámica de la Corona de Aragón.
Ahora bien, la familia Borgia, era de origen aragonés, se estableció en el Reino de Valencia en el siglo XII, en Xàtiva y Gandía, regiones valenciano parlantes de la Corona de Aragón.
Sin embargo, se cree que pudieron tener su origen en la localidad de Borja, pero esta tesis ha sido desechada por la mayoría de los historiadores. Existe un relato de que los Borgia decían provenir de Pedro de Atarés para demostrar que descendían de la Casa de Aragón. Pero esto se ha señalado como absolutamente falso, pues Pedro de Atarés murió sin descendencia.
Játiva
Játiva, ubicada en la provincia de Valencia, es una histórica ciudad del este de España. Durante la era islámica, los árabes introdujeron la fabricación de papel y la ciudad destacó por su educación y aprendizaje, siendo el hogar del erudito Abu Ishaq al-Shatibi. Tras la Reconquista y la repoblación cristiana, se convirtió en la cuna de la influyente familia Borgia.
En ese período, Juan Domingo de Borja y Doncel, nacido en la localidad aragonesa de Borja, se trasladó a Játiva, donde prosperó en el comercio, especialmente en el azúcar. Fue padre de Alfonso de Borja y abuelo de Rodrigo de Borja. Recibió el título de Sobreguarda de las fronteras de Castilla en 1404, otorgado por el Rey Martín de Aragón. Casado con Francina Llançol, tuvo cinco hijos, destacando Alfonso y su hija Isabel, madre de Alejandro VI.
Alfonso de Borja
Carrera funcionaria
Alfonso cursó estudios de gramática, lógica y artes en el colegio de Valencia y, desde 1392, prosiguió su instrucción en la Universidad de Lleida, donde alcanzó el doctorado en utroque iure (Derecho Civil y Canónico). Al comienzo de su trayectoria, impartió clases de Derecho en Lleida y posteriormente actuó como enviado al servicio de los monarcas de Aragón, sobresaliendo en su intervención en el Concilio de Basilea. En 1408, el antipapa Benedicto XIII lo designó consejero y funcionario de la diócesis de Lleida, y en 1411 fue nombrado prebendado del cabildo de la catedral diocesana.
Rectorado
Alfonso de Borja fue delegado de la diócesis de Lleida en el Concilio de Constanza en 1416, aunque no participó debido a la oposición del rey Alfonso V de Aragón, representando en cambio a su diócesis en el sínodo aragonés en Barcelona. En 1418, con autorización del cardenal Alamanno Adimari, actuó como mediador entre el Papa Martín V y el rey, trabajando para restablecer la unidad de la Iglesia y consolidar la relación entre el monarca y el pontífice. Por sus esfuerzos, recibió una canonjía en la catedral de Barcelona y fue nombrado rector de la iglesia de San Nicolás en Valencia. Entre 1420 y 1423, fue rector de la Universidad de Lleida y luego renunció para dedicarse plenamente al servicio diplomático del rey.
Cardenal
En 1429, Alfonso de Borja logró la dimisión pacífica del antipapa Clemente VIII en Peñíscola, lo que le valió ser nombrado obispo de Valencia, cargo que ocupó hasta su muerte. En 1432 retomó su rol como consejero del rey Alfonso V de Aragón y lideró negociaciones clave, como su participación en el Concilio de Florencia en 1439, estableciendo vínculos con importantes cardenales.
En Nápoles, tras la conquista aragonesa en 1442, reorganizó el sistema judicial y presidió el Consejo Real, desempeñando un papel decisivo en la firma del Tratado de Terracina (1443), que consolidó el reconocimiento papal del dominio aragonés en el Reino de las Dos Sicilias.
En 1444, fue nombrado cardenal por el Papa Eugenio IV, adoptando una vida austera en Roma. Desde su residencia cercana al Coliseo, se dedicó al servicio de la Iglesia, participando en eventos como el cónclave de 1447, que eligió al Papa Nicolás V, y en el consistorio de 1451.
Papa Calixto III
En 1455, Alfonso Borja, a los 76 años, fue elegido Papa como opción de consenso, ya que las preferencias estaban divididas entre el cardenal griego Bessarion y un candidato relacionado con los Colonna. Su coronación tuvo lugar el 20 de abril de ese año en la antigua basílica de San Pedro, oficiada por el cardenal Prospero Colonna.
Elige su nombre de Calixto para honrar a los papas anteriores Calixto I y Calixto II. Sería el primero de los Borja en ser papa.
Por otro lado, Alfonso cambia su apellido a Borgia con el objeto de tener una conexión con la herencia cultural y política de Italia, que era el centro de poder eclesiástico y político en ese momento.
El pontificado de Calixto III se caracterizó por el notable ascenso de sus familiares en la jerarquía eclesiástica y política, práctica conocida como nepotismo. Destacan sus sobrinos: Luis Juan de Milá, ex obispo de Segorbe, y Rodrigo Borgia, de 25 años en ese entonces, quien fue nombrado cardenal y vicecanciller de la Iglesia. Otro sobrino, Pedro Luis de Borja, permaneció en el estado laico pero recibió múltiples cargos, incluyendo gobernador de Castel Sant'Angelo, capitán general de la Iglesia, duque de Spoleto y prefecto de Roma.
Estas designaciones generaron descontento entre los romanos, especialmente instigados por la familia Orsini, opositora de los Borgia. A la muerte de Calixto III, este descontento culminó en disturbios que incluyeron incendios en las residencias de los "catalanes", término que englobaba a los valencianos como los Borgia.
La cruzada de Calixto III
Tras la caída de Constantinopla en 1453, el sultán Mehmed II dirigió sus fuerzas hacia Hungría, sitiando la ciudad de Belgrado en 1456. Calixto III, consciente de la amenaza que representaba el avance otomano para la cristiandad, hizo un llamamiento a los príncipes cristianos para organizar una cruzada que detuviera a los turcos. Aunque su convocatoria no obtuvo el apoyo esperado, la defensa de Belgrado, liderada por Juan Hunyadi y el fraile franciscano Juan de Capistrano, logró una victoria decisiva contra las fuerzas otomanas. En agradecimiento por este triunfo, Calixto III instituyó la Fiesta de la Transfiguración, celebrada el 6 de agosto, para conmemorar la liberación de Belgrado.
Además, en 1456, Calixto III ordenó la revisión del juicio de Juana de Arco, resultando en su absolución póstuma y reconocimiento como mártir.
Entre otras cosas, en ese mismo año, Calixto III, ratificó el monopolio de Portugal y concedió a la Orden de Cristo portuguesa jurisdicción eclesiástica sobre todas las tierras desde los cabos de Bojador y Nam hasta la India. Esto se hizo mediante la promulgación de la bula inter caetera. El monarca portugués implementó una política de comercio abierto, permitiendo a extranjeros comerciar en las costas africanas a cambio de tributos correspondientes, siendo el principal afectado el rey de Castilla.
Esta decisión papal fortaleció las reivindicaciones portuguesas en África y más allá, respaldando sus derechos exclusivos sobre las nuevas tierras descubiertas. Sin embargo, esta concesión generó tensiones con Castilla, que también tenía intereses en la expansión hacia el sur. La intervención de Calixto III en estas disputas territoriales fue fundamental para delinear las esferas de influencia entre las potencias ibéricas en la era de los descubrimientos.
Cultura
Calixto mostró desinterés por el humanismo, vendiendo encuadernaciones valiosas de la Biblioteca Vaticana para financiar la cruzada. En política, se opuso a la sucesión de Ferrante de Aragón en Nápoles, considerándolo ilegítimo, y buscó transferir el reino a su sobrino Pier Luigi Borgia. Emitió decretos contra Ferrante y absolvió a sus opositores, generando tensiones que no logró resolver antes de su muerte en 1458, debilitado por su avanzada edad y las frustraciones de su pontificado.
Leyenda negra anticatalana
La expansión de la Corona de Aragón en Italia y el comportamiento de sus representantes generaron resentimiento entre las élites italianas, influyendo en la creación de la leyenda negra anticatalana. Calixto III, como valenciano y miembro de una familia vinculada a la Corona de Aragón, es parte de este contexto histórico. Su pontificado y el de su sobrino Alejandro VI reforzaron la percepción negativa debido al nepotismo, la ostentación de sus cortes y la percepción de inmoralidad en sus gestiones.
Muerte
Falleció en Roma el 6 de agosto de 1458. Su deceso ocurrió el día de la Transfiguración del Señor, festividad que él mismo había instituido para conmemorar la victoria en el sitio de Belgrado.
Tras su muerte, fue sepultado en un suntuoso monumento encargado por su sobrino, el cardenal Rodrigo Borgia, en la capilla de Santa María della Febbre, cercana a la Basílica de San Pedro. Durante la reconstrucción de la basílica, sus restos fueron trasladados en 1586 y nuevamente en 1610, junto con los de su sobrino, el Papa Alejandro VI, a la iglesia de Santa María de Montserrato, la iglesia nacional española en Roma.
En su testamento, Calixto III dejó 5.000 ducados para la fundación de un hospital en la casa donde residió cuando era cardenal.
Rodrigo de Borgia
Nacido el 1 de enero de 1431 en Játiva, una ciudad que hoy forma parte de la Comunidad Valenciana, Rodrigo de Borja (como dijimos anteriormente) era hijo de Jofré de Borja y Escrivá e Isabel de Borja.
Apariencia
En cuanto a su rostro, Rodrigo Borgia tenía una fisonomía amplia y poderosa. Su nariz, ligeramente aquilina y prominente, era uno de los rasgos más distintivos de su cara, mientras que sus labios gruesos y expresivos añadían un aire de autoridad y magnetismo personal. Sus ojos, oscuros y penetrantes, eran una herramienta natural de persuasión que complementaba su personalidad astuta y ambiciosa. Su tez era clara, aunque el paso de los años y su estilo de vida indulgente probablemente dejaron signos de desgaste en su rostro.
Físicamente, en su juventud, Rodrigo poseía una complexión robusta y atlética, lo que le daba una presencia física imponente. Sin embargo, durante su papado, su cuerpo se volvió corpulento, reflejo de los años de opulencia y de los banquetes con los que acostumbraba rodearse. Esta transformación en su complexión no restó a su imagen de autoridad, sino que la reforzó, consolidándolo como una figura dominante tanto en lo político como en lo religioso.
Su cabello oscuro y espeso en los años de juventud fue un rasgo atractivo, pero en su vejez, este se tornó canoso, acompañando su evolución hacia una figura más solemne. Su estilo personal y su vestimenta también eran símbolos de su inclinación por el lujo. Incluso antes de ser papa, Rodrigo Borgia se destacaba por vestir con ropas de calidad y ornamentos finos que reflejaban su amor por el esplendor. Como pontífice, estas elecciones se volvieron aún más ostentosas, en línea con su fama de ser un papa amante de la opulencia.
Juventud
El joven Rodrigo no tardó en recibir el apoyo de su poderoso tío para avanzar en su carrera. A los 17 años fue enviado a Italia, donde estudió derecho canónico en la prestigiosa Universidad de Bolonia, una de las más importantes de la época. En 1456, con apenas 25 años, se graduó en derecho canónico, obteniendo su doctorado y, casi de inmediato, ascendiendo en la jerarquía eclesiástica gracias a la influencia de Calixto III, quien ya en febrero de 1456 lo nombró cardenal diácono de San Nicolás In Carcere, aunque se dice que en verdad compró su propio nombramiento. De hecho, una vez que se hace papa recuperaría el dinero.
Era de alto talente y seductor con las mujeres. Muchos cercarnos le advertían de que dejara aquella vida licenciosa; de hecho Jean de al Bule le diría: ¡Llevas una vida crapulosa, pellejo de vino!
El joven cardenal no solo comenzó a acumular méritos académicos, sino también políticos. En 1457, fue nombrado gobernador de la Marca de Ancona y comisario de las tropas pontificias, desempeñando una eficaz labor de administración y estrategia. El mismo año, Calixto III lo nombró vicecanciller de la Iglesia Romana, un puesto clave que le otorgó un poder considerable dentro de la Curia romana y que conservaría durante casi toda su vida, incluso después de la muerte de su tío. En ese mismo periodo, se le encomendó la administración del obispado de Gerona, que luego cedería para ocupar el obispado de Valencia en 1459, una de las diócesis más ricas y prestigiosas de España.
Un cardenal en la cúspide
Cuando Calixto III falleció en 1458, Rodrigo Borgia no solo había alcanzado una destacada posición dentro de la jerarquía eclesiástica, sino que también había cultivado relaciones clave con poderosos miembros de la Curia, lo que le permitió mantener su influencia incluso después de la muerte de su tío.
Durante los papados que le siguieron, Rodrigo Borgia, como vicecanciller, se encargó de los asuntos de la cancillería romana, demostrando ser un administrador hábil y eficaz. Su destreza para manejar los complejos asuntos diplomáticos y sus aptitudes políticas fueron reconocidas incluso por sus rivales más acérrimos, como Giuliano della Rovere, quien más tarde sería Julio II, un papá conocido por su firme oposición a la influencia de los Borgia en la Iglesia.
El tiempo que Borgia permaneció como vicecanciller (más de 35 años) consolidó su fama como un hombre de poder dentro de la Iglesia. Pero, a pesar de su éxito en la administración, sus ambiciones iban mucho más allá. Desde muy joven, Rodrigo Borgia comprendió que su verdadero objetivo era llegar al trono de San Pedro, el papado. A los 27 años, ya tenía claro que su destino pasaba por ser Papa. Y lo conseguiría, con esfuerzo, astucia y el apoyo de sus seguidores.
La consolidación del poder
A medida que fue acumulando cargos y prestigio, Rodrigo Borgia tejió una red de aliados que le permitiría manipular los mecanismos del poder en la Curia romana. Su habilidad para hacer aliados, incluso entre aquellos que no compartían su visión, fue clave en su ascenso. Su carisma, su astucia y su dominio de las intrigas eclesiásticas fueron fundamentales para ganar la confianza de los cardenales y obtener el apoyo necesario en los cónclaves papales.
Con el tiempo, la ambición de Rodrigo Borgia no solo se vería satisfecha por su ascenso al papado, sino también por el control de vastos territorios y la consolidación de una dinastía que llevaría el nombre de los Borgia a la historia. Fue un hombre que, como pocos, comprendió las dinámicas del poder y utilizó los recursos eclesiásticos, políticos y sociales de su época para alcanzar sus objetivos.
Así, con una vida marcada por la ambición, el astuto juego político y una gran habilidad para administrar los destinos de la Iglesia, Rodrigo Borgia se erige como una de las figuras más complejas y fascinantes del Renacimiento, capaz de dejar una huella imborrable en la historia del papado, tanto por sus logros como por sus controversias.
Ascenso al poder
En 1458, tras la muerte de su tío Calixto III, el mundo eclesiástico se preparó para otro cónclave papal. Rodrigo Borgia, el joven cardenal valenciano, ya había mostrado su astucia política, y no iba a dejar que esta oportunidad pasara desapercibida. Había estado a la sombra de su influyente tío durante años, pero el vacío dejado por Calixto III abrió la puerta a nuevas intrigas. En este cónclave, se jugaba no solo el futuro de la Iglesia, sino también el destino de Borgia. ¿Y quién se levantó como el verdadero ganador? Eneas Silvio Piccolomini, quien fue elegido Papa con el nombre de Pío II.
Pero no se equivoquen. La elección de Pío II no fue casualidad ni un simple golpe de suerte para Borgia. Rodrigo, astuto y calculador, jugó un papel crucial en el ascenso de Piccolomini, alineándose con él para asegurar su lugar en la cúspide de la jerarquía eclesiástica. Pío II, reconociendo la capacidad política de su sobrino, no tardó en consolidar a Borgia como vicecanciller de Roma, un puesto que le permitiría manipular los hilos de la administración papal. Y en 1463, cuando Pío II, leal a su protegido, elevó a Borgia a cardenal protodiácono, Rodrigo ya había comenzado a tejer su red de poder.
El destino de Borgia parecía sellado en el Vaticano. Cuando Pío II falleció en 1464, los cardenales se reunieron para un nuevo cónclave. Paulo II (Pietro Barbo), un cardenal presbítero de San Marcos, fue elegido como Papa, pero eso no significó un retroceso para Rodrigo. Aunque se vio obligado a ceder algunos de sus títulos (como el de cardenal protodiácono), su poder seguía intacto. Y en 1471, tras la muerte de Paulo II, otro cónclave se convocó, y Francesco della Rovere se alzó como Sixto IV.
Borgia continuó su imparable ascenso, siendo nombrado cardenal-obispo de Albano y Porto-Santa Rufina, consolidando su poder e influencia en la Iglesia. Pero lo mejor aún estaba por llegar. En 1484, Rodrigo alcanzó la cúspide del poder eclesiástico: decano del Colegio Cardenalicio. Ya no era un simple cardenal. Era el hombre al que todos debían escuchar.
Con la muerte de Sixto IV en 1484, un nuevo papado se perfilaba. Inocencio VIII fue elegido, y Rodrigo Borgia mantuvo su puesto como decano del Colegio Cardenalicio. Sin embargo, fue en este periodo cuando su influencia sobrepasó los límites de la administración eclesiástica. Además de su papel en la Cancillería, Inocencio VIII elevó a Borgia al cargo de arzobispo de Valencia, el cual Rodrigo había ocupado desde la muerte de su tío, y le otorgó el obispado de Mallorca. Su poder no solo residía en la Curia, sino también en vastos territorios eclesiásticos en España. En el año 1485, Rodrigo, como cardenal, adquiere el ducado de Gandía para su hijo Pedro Luis (de madre desconocida). En Gandía se originaría otra rama de la familia Borgia.
El 11 de agosto de 1492, el cónclave papal convocado tras la muerte de Inocencio VIII resultó ser uno de los más polémicos de la historia. Rodrigo Borgia se encontraba entre los principales aspirantes al trono de San Pedro, junto a Ascanio Sforza, Lorenzo Cibo y Giuliano della Rovere. Sin embargo, a pesar de las expectativas en su contra (por ser un cardenal no italiano), Rodrigo logró una sorprendente victoria.
Pero la elección de Borgia no estuvo exenta de controversia. La mayoría de los cardenales más poderosos, entre ellos Giuliano della Rovere, Pio II, y Cibo, se mantenían firmes en su oposición. La elección se realizó por un escaso margen — se requerían 16 votos para ganar en un cónclave de 23 cardenales, y Rodrigo Borgia obtuvo justo esos 16 votos. La pregunta que surgió fue: ¿cómo lo hizo? Sobornos, se rumoreaba. Simonía, se susurraba en los pasillos del Vaticano.
Pero, ¿fue realmente todo obra de sobornos? Algunos historiadores sostienen que la victoria de Borgia se debió al hábil manejo de las alianzas políticas, en especial el apoyo de Ascanio Sforza, otro de los fuertes candidatos. Sforza, viendo que no contaba con el apoyo mayoritario, habría preferido ofrecer su respaldo a Borgia, quien ya tenía el puesto de vicecanciller de Roma, el cargo eclesiástico más importante después del papado. A cambio, Sforza podría haber asegurado para sí mismo una posición de poder dentro del nuevo pontificado.
El hecho de que Rodrigo Borgia haya ganado con una sola votación de diferencia lleva a muchos a pensar que no fue la simonía la que lo puso en el papado, sino su capacidad para negociar, hacer alianzas y, sobre todo, jugar el juego del poder con maestría. A pesar de las acusaciones de corrupción, sobornos y compra de votos, nunca hubo pruebas concluyentes que confirmaran tales teorías. De hecho, algunos historiadores sugieren que, de haber dependido del dinero, Giuliano della Rovere, que tenía más riquezas que Borgia, habría sido el papable ideal para el solio pontificio.
El 11 de agosto de 1492, Rodrigo Borgia fue elegido Papa, y adoptó el nombre de Alejandro VI. Su papado estaría marcado por la controversia, el nepotismo y la corrupción. Sin embargo, más allá de las acusaciones, Alejandro VI se mantuvo como una figura dominante en la Iglesia, creando una dinastía de poder dentro del Vaticano.
Su ascenso al papado, entre rumores de sobornos y traiciones, se convirtió en una de las historias más fascinantes y debatidas del Renacimiento, demostrando que, en el Vaticano, como en la política, el fin justifica los medios. Rodrigo Borgia no solo logró ser Papa: lo hizo de una manera tan escandalosa que su nombre sería recordado durante siglos como sinónimo de poder, manipulación y, sobre todo, ambición desmedida.
Pontificio
En agosto de 1492, tras la muerte del Papa Inocencio VIII, veintitrés cardenales se reunieron en el imponente escenario de la Capilla Sixtina, decorada con las obras maestras de Botticelli, Perugino y Ghirlandaio. El cónclave comenzó el 6 de agosto y culminó en la noche entre el 10 y el 11 de agosto con un desenlace cargado de intrigas y negociaciones simoníacas. Finalmente, el cardenal Rodrigo de Borgia alcanzó lo que no había logrado ocho años antes: convertirse en el nuevo Pontífice de la Iglesia Católica.
- Ascanio Sforza recibió el codiciado título de vicecanciller y la adquisición de la casa solariega de los Borgia.
- El cardenal Colonna fue recompensado con la ciudad de Subiaco y los castillos cercanos.
- El cardenal Orsini obtuvo Soriano nel Cimino y Ponticelli.
- El cardenal Savelli recibió Civita Castellana.
El pontificado de Alejandro VI comenzó con una mezcla de poder, política y escándalo, marcando uno de los capítulos más fascinantes de la historia del Vaticano.
Algunas de las medidas que tomó fueron:
- Imponer 10% a las rentas de sus cardenales
- Venta de indulgencias
- Vender obispados
Aunque su figura se encuentra marcada por numerosas polémicas, Alejandro VI, conocido como el Papa Borgia, demostró ser un defensor ferviente de la ortodoxia religiosa y un protector de los derechos de la Iglesia. Tras una crisis personal en 1497, motivada por la trágica muerte de su hijo Juan, cuyo cadáver apareció en el río Tiber, el pontífice prometió reformas eclesiásticas que, lamentablemente, nunca se concretaron. Sin embargo, su compromiso quedó reflejado en varias medidas importantes, como la orden dada a su nuncio en Inglaterra, Adriano da Corneto, para reformar iglesias y monasterios en ese país. Asimismo, impulsó planes similares en Francia y España, y defendió los privilegios eclesiásticos frente a las autoridades seculares en los Países Bajos.
Alejandro VI también protegió a órdenes religiosas y sostuvo correspondencia con figuras espirituales como la beata Colomba da Rieti. Fue el primer Papa en interesarse por la conversión de las poblaciones amerindias, aunque en Europa mantuvo medidas duras contra marranos y brujas, mientras equilibraba su relación con los judíos, a quienes recurría para financiar las campañas de su hijo César Borgia.
El Papa encontró en Girolamo Savonarola, un predicador dominico de Ferrara, uno de sus críticos más feroces. Savonarola, conocido por su condena a las costumbres corruptas de la Roma papal, se convirtió en líder político y espiritual de Florencia tras la expulsión de los Medici en 1494. Sus constantes denuncias contra Alejandro VI, tanto por su vida privada como por su apoyo a la simonía, llevaron al Papa a llamarlo a Roma en 1495 y a prohibirle predicar. Sin embargo, el fraile ignoró estas órdenes y continuó desafiando su autoridad.
En 1497, Savonarola fue excomulgado, aunque investigaciones modernas sugieren que esta excomunión fue fabricada por César Borgia a través de un falsificador, con el fin de debilitar al predicador. Pese a los intentos del Papa por salvarlo, las tensiones políticas y religiosas llevaron a que, en 1498, Savonarola fuera capturado, juzgado y ejecutado en Florencia por herejía. Su muerte marcó el fin de una de las mayores oposiciones al poder de Alejandro VI.
En un gesto de esplendor y organización, Alejandro VI proclamó el Jubileo del nuevo siglo el 28 de marzo de 1499, mediante la bula Inter multiplices. Esta celebración, cuidadosamente diseñada, incluyó la apertura de las puertas santas en las cuatro basílicas papales, un rito que aún se mantiene. Para facilitar el acceso a la Basílica de San Pedro, el Papa mandó abrir la Via Alessandrina, renovando las vías del Borgo y embelleciendo la ciudad.
El Jubileo no solo representó una oportunidad para resaltar el poder de la Iglesia, sino también para consolidar su legado como un pontífice que mezcló el fervor religioso con el pragmatismo político. Alejandro VI dejó una huella indeleble, no exenta de contradicciones, en la historia de la Iglesia Católica y en el panorama del Renacimiento europeo.
Gestiones
- Cerezas y pan blanco
- Habas nuevas cocidas en leche
- Pescado, camarones
- Pastel de anguilas
- Arroz con leche de almendras, espolvoreado de canela
- Anguilas asadas
- Tortas, frutas
- Huevos
- Langostas
- Melón con pimienta
- Confituras
- Ciruelas
- Torta envuelta en hojas doradas
Para Alejandro VI, el papado no era más que un medio para fortalecer a su familia, los Borgia. Su política se basó en consolidar el poder de sus hijos, especialmente César y Lucrecia, mediante alianzas estratégicas y conquistas militares. Estos dos eran sus favoritos. No se limitó al nepotismo tradicional; su ambición era mucho mayor: crear un dominio hegemónico para los Borgia que asegurara su legado por generaciones. Desde los inicios de su pontificado, trabajó en esta misión, nombrando cardenal a su hijo César y a otros familiares clave. Con el tiempo, estos esfuerzos se tradujeron en la construcción de un territorio en Romaña que pasaría a manos de César como duque, financiado con ingresos del Año Santo y la venta de cargos eclesiásticos.
Mientras César conquistaba ciudades como Cesena, Faenza y Forlì, Alejandro VI debilitaba a la nobleza romana, confiscando posesiones de familias influyentes como los Savelli, Caetani y Colonna. Estos territorios fueron redistribuidos entre los Borgia, elevando incluso a los más jóvenes, como su hijo Giovanni, a títulos nobiliarios. Sin embargo, este ascenso llegó a un abrupto final con la muerte del Papa en 1503, dejando inconclusos los planes de hegemonía familiar.
Los hijos de Alejandro VI
La tríada formada por Alejandro VI y sus hijos César y Lucrecia dejó una profunda impresión en la cultura popular, alimentada por propaganda anticlerical protestante y romanticismo del siglo XIX. La figura de Lucrecia, en particular, fue objeto de leyendas negras que la acusaban de incesto, asesinato y uso de venenos. En efecto, se decía que Lucrecia tuvo relaciones incestuosas con su padre, el papa. Sin embargo, los estudios históricos muestran que estas acusaciones carecen de fundamento. En realidad, Lucrecia fue una mujer inteligente y devota, a menudo utilizada como un peón político por su padre y su hermano, más que como una cómplice de sus actos. Lucrecia, a la edad de 12 años fue forzada a casarse con Giovanni Sforza para lograr los objetivos políticos del padre, aunque esta práctica ya era bastante generalizada en las esferas del poder.
Uno de los hechos llamativos de esta unión, es que luego de terminar la ceremonia de matrimonio, Alejandro los siguió hasta la cámara nupcial donde estaban acostados y teniendo relaciones sexuales; esto, con el propósito de que el matrimonio se había consumado. Realmente, parecía ser que Alejandro tenía fuertes sentimientos posesivos con respecto a su hija.
En un determinado momento, Giovanni quiso llevarse a Lucrecia fuera de Roma, a causa de que se rumoreaba que Alejandro quería asesinarlo pues la familia Sforza, en verdad, no era tan influyente, pero Alejandro no se lo permitió aludiendo a que si se marchaba de Roma el matrimonio terminaría en el acto. Llamativo en una época en que el divorcio se consideraba una herejía. Sin embargo, para realizar una acción equivalente a la de un divorcio, Giovanni señaló en una carta que era impotente. Los Sforza acusaron a los Borgia de incestuosos, ya que el asesinato era el medio para que pudieran seguir cometiendo incesto. No obstante, estas acusaciones no tienen fundamento documentado.
Posteriormente, Alejandro arregló otro matrimonio para Lucrecia, esta vez con Alfonso de Aragón. Sin embargo, si bien al principio causó buena impresión tanto en Alejandro como en Lucrecia, la boda arreglada con Cesar y su esposa, traerían al matrimonio de Lucrecia una inconveniencia estratégica en la familia. Al saber esto, Alfonso huyó de Roma por seguridad, dejando a Lucrecia quien estaba embarazada.
Lucrecia le pide a Alejandro que proteja a Alfonso, a lo que éste accede enviando un hombre para que lo proteja. Se reunirian nuevamente con Lucrecia. Un mes después tuvo un hijo que le dio el nombre del papa.
Sin embargo, su hermano Cesar enviaría a un hombre que se encargaría de asesinar a Alfonso por la espalda en el Santuario San Pedro, afortunadamente sin éxito, pero luego alguien pudo escabullirse para llegar a sus aposentos y estrangularlo. Todo esto ocurrió en el año 1500.
César Borgia, por otro lado, fue la encarnación del poder militar y la ambición de la familia. Su crueldad y frialdad en la eliminación de adversarios políticos, incluidos los esposos de Lucrecia, reforzaron la fama de los Borgia como una "trinidad diabólica", una imagen perpetuada por autores como Alejandro Dumas.
La Muerte de Alejandro VI
La muerte de Alejandro VI el 18 de agosto de 1503 sigue envuelta en misterio. Las causas oficiales apuntan a un ataque de apoplejía, exacerbado por la malaria que afectaba a Roma durante el verano. Sin embargo, una teoría alternativa sugiere que murió accidentalmente envenenado, en un intento fallido de asesinar al cardenal Adriano Castellesi.
Los acontecimientos posteriores a su muerte fueron igualmente tumultuosos. Su cuerpo fue enterrado sin ceremonias en San Pedro, en medio de disturbios en Roma. Más tarde, sus restos fueron trasladados al Vaticano y finalmente, en 1610, reposaron en la iglesia de Santa María di Monserrato, la iglesia nacional española en Roma. Allí permanecieron olvidados hasta 1889, cuando se le dedicó un monumento funerario que reconocía su controvertido legado.
Amantes
Rodrigo de Borja, es conocido por haber mantenido relaciones con varias mujeres durante su vida, incluso mientras ocupaba altos cargos eclesiásticos. Entre sus amantes más destacadas se encuentran:
Vannozza dei Cattanei: Nacida en 1442, fue la amante más conocida y duradera de Alejandro VI. Su relación comenzó alrededor de 1470, cuando Rodrigo aún era cardenal. Juntos tuvieron cuatro hijos reconocidos: Juan (1474-1497), César (1475-1507), Lucrecia (1480-1519) y Jofré (1481-1517). Vannozza fue la única mujer con la que Alejandro VI reconoció públicamente a sus hijos, quienes desempeñaron roles significativos en la política europea de la época.
Giulia Farnese: Conocida como "Giulia la Bella", nació en 1474 y se convirtió en amante de Alejandro VI alrededor de 1492, cuando él ya era papa. Giulia estaba casada con Orsino Orsini, lo que no impidió su relación con el pontífice. Se le atribuye una hija, Laura, nacida en 1492, posiblemente fruto de su relación con Alejandro VI. La influencia de Giulia en la corte papal benefició a su familia; su hermano, Alessandro Farnese, fue nombrado cardenal y posteriormente se convirtió en el papa Paulo III.
En un principio, los Orsini fueron aliados de Alejandro VI, especialmente en los primeros años de su pontificado. Sin embargo, esta alianza se deterioró rápidamente debido a los intentos de los Borgia de reducir el poder de los nobles locales para fortalecer el control directo del papado sobre los Estados Pontificios.
El conflicto estalló abiertamente entre 1494 y 1497, cuando Alejandro VI y su hijo César Borgia, quien lideraba las campañas militares de la familia, intentaron recuperar territorios controlados por los Orsini. En 1496, los Orsini, bajo el liderazgo de Virginio Orsini, derrotaron a las fuerzas papales en la batalla de Soriano, lo que representó una humillación para los Borgia. En respuesta, Alejandro VI excomulgó a los Orsini en 1497, confiscó sus territorios y lanzó nuevas campañas militares contra ellos.
Con el liderazgo militar de César Borgia, los Borgia lograron derrotar a los Orsini en una serie de batallas. César recuperó fortalezas clave como Bracciano y Monterotondo, debilitando considerablemente el poder de los Orsini en la región. Esta victoria permitió a los Borgia avanzar en su ambición de consolidar un principado independiente bajo el control de César.
Además de estas relaciones, se le atribuyen otras amantes y descendencia adicional, aunque con menor certeza histórica. La vida personal de Alejandro VI ha sido objeto de numerosas investigaciones y debates, reflejando las complejas interacciones entre el poder religioso y las dinámicas familiares en el Renacimiento.
Cesar Borgia
César Borgia, nacido en Roma el 13 de septiembre de 1475, fue hijo del papa Alejandro VI y Vannozza dei Cattanei. Destinado inicialmente a la carrera eclesiástica, a los 15 años fue nombrado obispo de Pamplona y, a los 17, arzobispo de Valencia. En 1493, su padre lo elevó al cardenalato. Sin embargo, tras el misterioso asesinato de su hermano Juan en 1497, César abandonó la vida religiosa para dedicarse a la política y la milicia.
Carrera militar
César Borgia partió hacia Francia el 1 de octubre con la intención de casarse con Carlota de Aragón, hija y presunta heredera del reino de Nápoles, hospedada en ese momento por el rey de Francia, Luis XII. Este matrimonio habría permitido a César reclamar el trono napolitano. Sin embargo, la negociación implicó una intrincada conspiración política. Alejandro VI, deseoso de ofrecer un trono a su hijo, intercambió favores con el monarca francés: anuló el matrimonio de Luis XII con Juana de Valois para que pudiera casarse con Ana de Bretaña y, a cambio, aseguró títulos nobiliarios para César y la legitimación de las pretensiones francesas sobre Milán. El Papa incluso otorgó el capelo cardenalicio al ministro Jorge I de Amboise como parte del trato.
Cuando César llegó a Francia, sus ostentosas muestras de riqueza no impresionaron a Carlota de Aragón, quien rechazó casarse con él. César retuvo entonces la bula papal que anulaba el matrimonio de Luis XII, lo que complicó aún más las negociaciones. Finalmente, tras meses de retención en la residencia del monarca, se alcanzó un compromiso: César se casaría con Carlota de Albret, sobrina del rey, originaria de Navarra. El matrimonio se celebró el 12 de mayo de 1499, y César recibió el título de duque de Valentinois, conocido desde entonces como el Duque Valentino.
En invierno de 1499, César emprendió su primera campaña militar como lugarteniente del rey Luis XII. Bajo la alianza franco-veneciana, los franceses conquistaron el Ducado de Milán, y César extendió su ambición hacia Romaña, un territorio bajo poder papal. Alejandro VI, en una carta, declaró a varios señores de la región desposeídos de sus feudos, allanando el camino para que su hijo los conquistara. Sin embargo, estos líderes desafiaron la orden, lo que resultó en enfrentamientos violentos. Entre noviembre de 1499 y principios de 1500, César conquistó Imola, Forlì, y finalmente derrotó a la condesa Caterina Sforza tras un asedio de tres semanas.
Continuando su avance, César sometió a Cesena, Rímini y Faenza, expulsando a las dinastías locales. En 1501, César, con apoyo francés, sitió y capturó Capua tras una traición interna, iniciando una masacre que consolidó su control sobre la región. Posteriormente, sus conquistas se extendieron a los ducados de Camerino y Urbino, expulsando a las familias Da Varano y Montefeltro.
Aunque su gobierno en Romaña fue autoritario, logró establecer un orden notable en una región plagada de inestabilidad, ganando reconocimiento por restaurar la justicia y la estabilidad. Sin embargo, su creciente poder generó resentimiento. En octubre de 1502, un grupo de capitanes mercenarios conspiró contra él en Magione. Aunque inicialmente derrotado en la batalla de Calmazzo, César supo manejar la crisis, pero su autoridad comenzó a tambalearse, especialmente en Urbino, donde estallaron revueltas.
Este período representó una mezcla de ambición desmedida, habilidades políticas y militares excepcionales, y la búsqueda incesante del dominio territorial. Sin embargo, las alianzas frágiles y la oposición interna marcaron el inicio del declive del poder de los Borgia.
Problemas
César Borgia era una figura de poder desbordante, ambición desmedida y astucia implacable, pero también un hombre marcado por los vaivenes del destino. Su vida alcanzó un punto crítico en la Conspiración de Magione, un complot orquestado en 1502 por sus antiguos aliados, como Vitellozzo Vitelli y Paolo Orsini, preocupados por el creciente poder de Borgia. En el castillo de Magione, los conspiradores urdieron un plan para debilitar a César, ocupando Urbino y derrotando a sus tropas en la batalla de Calmazzo. Sin embargo, Borgia, un maestro de la diplomacia y la estrategia, los atrajo hacia una falsa reconciliación. La noche del 31 de diciembre de 1502, durante un banquete en Senigallia, los líderes conspiradores fueron traicionados y ejecutados sin piedad por Michelotto Corella, el brazo derecho de César.
Con esta victoria, César consolidó su control sobre Romaña, enfrentándose incluso a enemigos tradicionales como los Orsini. Usando las máquinas de guerra diseñadas por Leonardo da Vinci, sitió y conquistó la fortaleza de Ceri, afirmando su poder militar. Sin embargo, su ambición no tenía límites; buscaba expandir su dominio hacia Siena y Pisa cuando el destino le jugó una mala pasada. El 18 de agosto de 1503, su principal aliado y protector, el papa Alejandro VI, murió en circunstancias misteriosas, dejando a César en una posición vulnerable. Gravemente enfermo, no pudo reaccionar a tiempo para proteger sus conquistas.
El nuevo papa, Julio II, enemigo declarado de los Borgia, despojó a César de sus territorios y lo encarceló en Castel Sant’Angelo. Aunque logró escapar, su caída era inevitable. Exiliado en Aragón, fue encarcelado nuevamente, pero protagonizó una audaz fuga que lo llevó al pequeño reino de Navarra, gobernado por su cuñado, el rey Juan III.
En marzo de 1507, durante el asedio de Viana, César encontró su trágico final. Emboscado por sus enemigos, fue asesinado y su cuerpo, despojado y atravesado por 23 golpes de pica, fue abandonado en el campo. Su entierro en la iglesia de Santa María de Viana fue objeto de controversia durante siglos. Incluso después de muerto, César no encontró la paz: en el siglo XVII, la Inquisición trasladó sus restos a terreno no consagrado. No fue hasta 1953 que sus restos fueron honrados nuevamente, enterrados frente a la iglesia bajo una lápida que celebra su legado como generalísimo.
César Borgia, el implacable Duque Valentino, fue una figura que inspiró tanto admiración como temor. Su vida, repleta de intrigas, traiciones y conquistas, dejó una marca indeleble en la historia, convirtiéndolo en un personaje inolvidable del Renacimiento.
Visión de Nicolás Maquiavelo
La relación entre Nicolás Maquiavelo y César Borgia fue una mezcla de fascinación personal y observación política. Maquiavelo, como enviado de la República de Florencia, tuvo la oportunidad de conocer al Duque Valentino en varias ocasiones, especialmente durante las campañas militares de Borgia en Romaña. Esta interacción dejó una profunda impresión en Maquiavelo, quien lo consideró un modelo del líder ideal en su obra El Príncipe.
César Borgia representaba para Maquiavelo el arquetipo del gobernante que combinaba astucia, crueldad y pragmatismo para consolidar y mantener el poder. Según el autor, el Duque Valentino supo aprovechar las circunstancias creadas por su padre, el papa Alejandro VI, y utilizarlas con inteligencia para construir su dominio. A pesar de sus reveses finales, Maquiavelo admiraba su capacidad para manejar la política con determinación y eficacia.
En El Príncipe, Maquiavelo destacó algunos episodios clave de la vida de Borgia como ejemplos de liderazgo. Uno de los más notables fue la "Masacre de Senigallia", donde César atrajo a sus enemigos bajo una falsa promesa de reconciliación y los eliminó sin piedad. Para Maquiavelo, este acto ejemplificaba la habilidad de un líder para eliminar amenazas internas y fortalecer su posición.
Maquiavelo también elogió la forma en que Borgia administró Romaña, una región sumida en el caos antes de su llegada. Con una combinación de firmeza y reformas, Borgia logró restablecer el orden, ganándose el respeto de algunos sectores de la población. Sin embargo, Maquiavelo también señaló que la fortuna, o falta de ella, desempeñó un papel crucial en la caída de Borgia tras la muerte de su padre.
La relación entre ambos no fue de amistad, sino de análisis y observación. Para Maquiavelo, César Borgia no era un hombre perfecto, pero sí un ejemplo de cómo un gobernante podía usar la fuerza y la estrategia para alcanzar sus objetivos.
Descendencia
Uno de los miembros más destacados de la familia fue San Francisco de Borja, bisnieto del papa Alejandro VI. Tras una vida dedicada al servicio religioso, se convirtió en el tercer Superior General de la Compañía de Jesús. Su descendencia se dispersó por Europa y América. En Ecuador, por ejemplo, existen ramas familiares que trazan su linaje directamente hasta él, como los Borja Rivero y los Borja Consigliere.
En España, el título de Marqués de Lombay, creado en 1530 por el rey Carlos V en favor de San Francisco de Borja, ha perdurado a lo largo de los siglos. Actualmente, Ángela María de Solís-Beaumont y Téllez-Girón ostenta este título, reflejando la continuidad del linaje Borgia en la nobleza española.
Además, en la ciudad de Borja, en Aragón, se han identificado descendientes directos de la familia que aún residen allí, manteniendo viva la conexión histórica con sus antepasados.
Es importante destacar que, aunque la línea masculina directa de los Borgia se extinguió en Europa, su legado persiste a través de diversas ramas familiares y títulos nobiliarios que han sobrevivido al paso del tiempo. La influencia de los Borgia en la historia y la cultura continúa siendo objeto de estudio y fascinación en todo el mundo.
Arte
Conclusión
Los Borgia y los Médici, dos de las familias más influyentes del Renacimiento, personificaron la ambición y el poder en sus respectivas esferas. Mientras los Borgia, liderados por figuras como Alejandro VI y César, buscaron consolidar un dominio territorial a través de intrigas políticas y conquistas, los Médici se enfocaron en el control económico y el mecenazgo artístico desde Florencia. Ambas familias, aunque distintas en sus estrategias, compartieron un legado marcado por el ingenio político y la controversia.
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