En el cuarto diálogo, Giordano Bruno, a través de la voz de Filoteo, profundiza en la refutación de los argumentos aristotélicos contra la existencia de múltiples mundos habitados en un universo infinito. Frente a la concepción tradicional que limita el cosmos a un único mundo rodeado de esferas concéntricas, Bruno afirma que cada astro es un mundo autónomo, animado por su propio principio de vida y movimiento. Con agudeza crítica, desmonta las bases del sistema aristotélico, discute sobre la naturaleza del movimiento natural, la estructura del espacio y la diversidad infinita de los cuerpos celestes, mostrando que la pluralidad de mundos no contradice la naturaleza, sino que la engrandece. El diálogo avanza hacia una visión dinámica, viva y abierta del universo, donde la verdad no se impone por autoridad, sino por la evidencia de la razón y la observación.
Cuarto Diálogo
En el comienzo de este cuarto diálogo Filoteo nos dice que los mundos infinitos no deben entenderse en esferas concéntricas, al modo de Aristóteles o Ptolomeo. Hay que entenderlo como una estructura abierta.
Todos ellos tienen un principio que los hace moverse hacia lo que a ellos les conviene, es decir, cada uno de ellos es autosuficiente.
En la cosmología aristotélico-ptolemaica, se pensaba que todas las estrellas estaban pegadas a una esfera inmensa (la llamada "octava esfera") que envolvía al universo conocido. Esta esfera era perfecta, sólida y cristalina, y todas las estrellas estaban incrustadas en ella a la misma distancia de la Tierra.
Por eso, al mirar el cielo, los antiguos creían ver que las estrellas no cambiaban su posición unas respecto a otras: parecían fijas (de ahí su nombre: "estrellas fijas").
Se creía que esa esfera giraba una vez cada 24 horas alrededor de la Tierra, arrastrando consigo a todas las estrellas. Esta rotación diaria explicaba, en ese modelo, por qué el cielo parecía moverse de este a oeste cada noche.
Pero Filoteo rechaza esta teoría. Las estrellas no están fijadas a ninguna esfera, todo lo contrario están distribuidas en un espacio infinito. Cada estrella es en sí misma un mundo, un sol, un astro autónomo, flotando libremente en el éter (el espacio infinito). Además, el movimiento aparente que vemos del cielo (las estrellas desplazándose) no se debe a que ellas se muevan, sino al movimiento de rotación de la Tierra sobre sí misma, que es el mismo movimiento que tienen otros astros semejantes.
El universo no se organiza como "membranas de cebolla" —metáfora que ridiculiza la vieja idea de orbes cristalinos concéntricos—, sino que es un campo abierto, donde el calor y el frío se difunden de modo gradual, provocando diferencias cualitativas (grados de temperatura, formación de sustancias, diferenciación de los cuerpos).
Perdiendo un poco la paciencia, Elpino nos dice que pasemos rápidamente a las refutaciones contra Aristóteles a quien considera un sofista más.
Concepto de mundo en Aristóteles
Elpino cita estos dos texto de Aristóteles: sobre el cielo y el mundo, aunque debería decirse que solo el primero es originalmente de Aristóteles, pues el segundo es uno que no ha sido atribuido correctamente. Nos hace la primera pregunta: ¿qué debemos entender por mundo?
De acuerdo con Filoteo, Aristóteles entendía así la palabra ''mundo'':
- El movimiento es todo lo que se dirige hacia su lugar propio
- Dicho movimiento es natural (se mueve por sí mismo) o violento (se mueve por una fuerza externa)
Filoteo plantea que, si partes de la tierra —como fragmentos de materia— se desplazaran fuera de su circunferencia (es decir, más allá de la atmósfera donde el aire es "puro y terso"), esas partes podrían retornar naturalmente a la tierra. Sin embargo, una esfera entera, es decir, un mundo completo distinto, no podría acercarse naturalmente a otro mundo. En cambio, si llegase a hacerlo, sería por un movimiento violento, no natural, es decir, contrario a su naturaleza propia. Cada mundo tiene su "centro" interno, hacia el cual sus partes tienden naturalmente; no buscan unirse a otro centro ajeno.
Filoteo también critica a quienes, dentro de la cosmología tradicional, imaginaron un universo delimitado, con un único centro absoluto (el de la Tierra), creyendo que el centro de la Tierra coincidía con el centro del universo. Para él, eso es un error. Afirma que los matemáticos de su época ya habían demostrado que la Tierra no está en el centro del universo imaginado, y que incluso el Sol se encuentra igualmente alejado de cualquier centro. Es decir, no hay un centro absoluto: cada cuerpo celeste ocupa su propio espacio natural en el universo infinito.
Elpino sostiene que la naturaleza ha dispuesto las cosas de tal modo que cuerpos de naturaleza contraria (como frío/húmedo frente a cálido/seco) no están demasiado cerca, porque si lo estuvieran, se destruirían mutuamente. En cambio, estando a cierta distancia, se benefician mutuamente: viven y se nutren unos de otros. Este equilibrio es delicado: si dos cuerpos de naturalezas opuestas se acercaran demasiado, se dañarían o aniquilarían.
Pone un ejemplo concreto: la Luna. Cuando se interpone entre la Tierra y el Sol (en un eclipse), interrumpe parcialmente la transmisión de la luz cálida y vital que el Sol proporciona. Esto es perjudicial para los seres vivos en la Tierra. Imagina entonces —dice Elpino— si la Luna estuviera mucho más cerca de la Tierra: nos privaría más gravemente de la energía solar, afectando la vida. Esta analogía muestra cómo la distancia correcta entre cuerpos es esencial para el orden natural.
Luego, Elpino menciona una objeción que Aristóteles había formulado: que un cuerpo no se mueve hacia otro simplemente por estar más cerca o más lejos. La distancia no altera la naturaleza de los cuerpos: aunque un cuerpo esté muy lejos de otro, si son de la misma naturaleza, su tendencia mutua no cambia.
Filoteo, brevemente, le da la razón en lo primero (sobre la necesidad de cierta distancia para el equilibrio natural) y lo anima a seguir desarrollando la objeción aristotélica.
Elpino nos señala lo siguiente en la teoría aristotélica:
"Un cuerpo no se mueve hacia otro simplemente por su cercanía o lejanía, ya que la mayor o menor distancia no cambia su naturaleza."
Es decir, para Aristóteles, la distancia no altera la esencia de un cuerpo. Un objeto de una determinada naturaleza sigue comportándose de acuerdo a esa naturaleza, esté cerca o lejos de otro objeto similar o diferente.
Filoteo responde diciendo que, entendido correctamente, esto es cierto: la distancia no cambia la naturaleza del cuerpo. Pero, agrega, ellos tienen otra explicación para mostrar por qué una tierra no se mueve hacia otra (ni cerca ni lejos).
Elpino añade que los antiguos pensaban que la gran distancia sí podía afectar las capacidades de un cuerpo:
Cuando un cuerpo está muy lejos (es decir, cuando hay mucho aire u otro medio entre él y su objetivo), pierde fuerza para dividir el medio (por ejemplo, el aire) y para llegar a su destino (descender o acercarse).
Por tanto, aunque su naturaleza no cambie, su capacidad de actuar sí disminuye con la distancia.
Filoteo confirma que es verdad —y además ha sido comprobado experimentalmente— que las partes de la tierra (por ejemplo, fragmentos de materia) cuando están alejadas tienden a retornar hacia su "continente" (su cuerpo principal, la tierra misma).
Y cuanto más se acercan a su continente, más rápidamente se mueven hacia él.
Este movimiento que se acelera al acercarse al centro es una intuición muy avanzada para su época: de hecho, anticipa el principio de la gravitación universal que mucho más tarde Isaac Newton formulará en sus Principia Mathematica (1687). Según Newton, la fuerza de gravedad aumenta a medida que dos masas se acercan.
Luego, Filoteo aclara que, aunque eso es cierto para las partes de esta tierra, ahora están hablando de partes de otra tierra (es decir, de otros mundos o astros distintos al nuestro), y se disponen a analizar cómo sería en ese caso.
Partes
Filoteo plantea que, si una parte (por ejemplo, un fragmento de tierra) está en igual relación de distancia con respecto a dos tierras distintas (dos mundos distintos), no hay razón natural para que prefiera una u otra, salvo que uno de esos cuerpos tenga alguna propiedad adicional que lo haga más adecuado como “continente” (es decir, como su cuerpo natural).
Por lo tanto, dice que:
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O bien permanece en reposo, sin decidirse hacia cuál ir,
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O bien elige uno de ellos como su “lugar natural” y se mueve hacia él, en cuyo caso se dirá que “desciende” a ese y “asciende” desde el otro.
Es decir, el concepto de “arriba” y “abajo” es relativo al cuerpo que se toma como centro, y el movimiento depende de la relación entre la parte y su todo.
Elpino, en cambio, pone un ejemplo muy gráfico: aunque dos cuerpos sean de la misma especie (como dos seres humanos), sus partes no son intercambiables. Tus órganos no encajan en mí, ni los míos en ti, aunque ambos seamos de la misma especie. De modo análogo, una parte de una tierra no se mueve naturalmente hacia otra tierra, por más que ambas sean “tierras”.
Sin embargo, Filoteo señala que si bien en principio eso es efectivo, en un segundo sentido podría no serlo. Existe el caso que un miembro que ha perdido otra persona, pueda ser reemplazado por el de otra. Seguramente, Giordano se refiere a un caso de rinoplastia documentado siglos atrás en que un hombre se cambió la nariz a causa de un duelo.
Volviendo al supuesto de que una piedra se encuentre entre dos mundos ¿a qué mundo se dirigirá finalmente? Si la piedra no tiene más relación con una tierra que con la otra —es decir, si ambas le son igualmente próximas y semejantes—, entonces no hay ninguna razón natural por la cual debería moverse hacia una y no hacia la otra. El resultado de esta simetría es la inmovilidad. Es una situación análoga a un equilibrio perfecto entre fuerzas opuestas.
Sin embargo, si una de las tierras le es más “afín” —por composición, naturaleza, forma o capacidad de conservarla—, entonces la piedra se moverá hacia esa tierra por el camino más corto, porque en el fondo el motor del movimiento es el deseo de conservación, no la estructura del universo o la esfera a la que pertenece.
Filoteo compara con una llama que, en lugar de elevarse hacia el sol (como sugeriría la teoría de los elementos aristotélica), se arrastra por el suelo hacia el lugar donde encuentra mejor alimento, es decir, donde puede conservarse y continuar su ser.
Critica al principio Similia Similibus
Elpino dice que Aristóteles, retomando a Empédocles, sostenía que los elementos o cuerpos semejantes se atraen mutuamente (lo similar tiende hacia lo similar). Por ejemplo, una partícula de tierra buscaría naturalmente reunirse con la masa terrestre, aunque esté lejos.
Pero Filoteo objeta: no se observa en la naturaleza que las partes aisladas recorran distancias enormes para unirse a su totalidad, como postula Aristóteles. La experiencia muestra que las partes se dirigen a lo más próximo que les permite conservarse, no necesariamente a su “todo natural”.
Filoteo sostiene que el verdadero motor del movimiento no es la pertenencia a un lugar predeterminado ni una semejanza esencial, sino la tendencia de cada ente a conservar su existencia actual. Incluso si esta existencia es modesta o imperfecta, todo ser prefiere conservarla antes que desaparecer: “Todas las cosas por naturaleza desean conservar su ser presente”, dice Filoteo.
Esto porque los cuerpos compuestos (como los seres físicos) sí tienen deseo de conservación, porque están sometidos a transformación, alteración, corrupción. Solo ellos pueden tener “pasiones” como el deseo de mantenerse o el temor a perecer.
Lo cometas
Filoteo señala que los cometas, observados como cuerpos materiales (densos, compactos y pesados, no de “quinta esencia” como los cielos en Aristóteles), no descienden naturalmente hacia la Tierra, aunque tengan naturaleza terrestre (según lo que se podría pensar si fueran “exhalaciones” de la Tierra).
En cambio, se mueven de manera propia, independiente, siguiendo órbitas largas y sin caer directamente hacia la Tierra. El caso del cometa de 1577, observado por Tycho Brahe, prueba esto: el cometa estaba más lejos que la Luna, no pertenecía a la región sublunar de los cuatro elementos, y sin embargo no caía ni regresaba hacia la Tierra.
Los movimientos de los cometas no imitan el movimiento uniforme y circular de las esferas aristotélicas, sino que siguen trayectorias particulares y propias, similares a los planetas como Mercurio, la Luna o Saturno.
En consecuencia, la uniformidad de los movimientos es refutada por la diversidad de movimiento que carecen de uniformidad.
El centro de la tierra
Elpino le presenta a Filoteo las teorías aristotélicas de la diversidad de la naturaleza. Si se admitiera que la diversidad de naturaleza entre los cuerpos implicara una diversidad de lugares naturales, entonces cada parte diferente de la Tierra (porque tienen diferente peso o forma) tendría su propio centro o medio, lo que llevaría al absurdo de que habría tantos centros como partes tiene la Tierra. Esto sería imposible e inapropiado, dice Aristóteles.
Bruno refuta esta objeción con una analogía del cuerpo humano:
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En un organismo vivo, como un ser humano, hay un solo centro absoluto que organiza la vida del todo (el corazón, en su ejemplo).
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Pero también cada parte o miembro tiene su propio centro funcional: el pulmón, el hígado, la mano, cada uno tiene su medio específico dentro del sistema global.
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Es decir, hay una jerarquía de medios: un centro global que unifica, y muchos centros particulares que organizan partes específicas.
A continuación, establece dos razones fundamentales por las que ese movimiento infinito es imposible:
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Contradicciones de los elementos: si una parte de tierra se aleja mucho de su globo de origen e ingresa en regiones dominadas por elementos contrarios (como el fuego o el aire), su naturaleza se altera. Ya no se comporta como tierra, sino que es vencida por el medio contrario, lo cual impide un movimiento prolongado y continuo. Así como el agua se evapora o una exhalación se transforma, también una parte de tierra fuera de su dominio se transforma y pierde su impulso.
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El impulso natural es local, no universal: el movimiento por gravedad o ligereza —según la cosmología antigua— solo se da dentro del ámbito del astro al que pertenece. Así como los humores de un cuerpo animal solo se mueven dentro de ese organismo, las partes de un mundo solo tienen impulso dentro de los límites de su propio campo de influencia. Fuera de esa región, el cuerpo pierde esa fuerza y permanece inmóvil.
Para explicar este punto, Filoteo introduce un modelo espacial graduado, donde se representa cómo varía el peso o la ligereza según la distancia al centro del astro. Así:
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En el centro (punto A), el cuerpo no es ni pesado ni liviano: es el punto de equilibrio.
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En la circunferencia (punto B), tampoco hay peso o ligereza, porque ya no hay impulso.
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Entre A y B, hay una escala gradual en la que el peso aumenta al acercarse al centro y disminuye hacia los bordes, y lo mismo con la ligereza pero en dirección contraria.
Este modelo, que prefigura ideas que luego desarrollará la física moderna (como los campos gravitatorios), le permite a Bruno afirmar que no tiene sentido suponer que una parte de tierra pueda trasladarse al infinito ni que deba buscar un centro universal. Cada cuerpo tiene su propio centro, su propio orden interno, y no está destinado a integrarse con otro distinto.
Elpino le pregunta a Filoteo si la circunferencia de la que hablan (es decir, el límite de la región donde un cuerpo pierde su impulso natural de regresar al centro) es una circunferencia fija o determinada.
Filoteo dice que sí, puede considerarse determinada, pero con matices:
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El peso máximo se da en el centro (como en el punto A del esquema anterior), y el peso mínimo en la periferia.
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Aunque el globo entero (el planeta) no sea ni pesado ni liviano (porque en su totalidad está en equilibrio), las partes dentro de él sí tienen peso o ligereza relativa, dependiendo de su distancia al centro.
Elpino plantea una observación importante: la escala de pesos y liviandades que ha descrito Filoteo —según la cercanía al centro del astro— debe interpretarse de modo discontinuo, es decir, no como una progresión perfectamente uniforme, sino con saltos o niveles distintos, lo que es coherente con la estructura compleja del mundo físico y natural según Bruno.
Filoteo acepta la observación, pero con cierto desdén intelectual: cualquiera con entendimiento —dice— puede comprender por sí mismo esa gradualidad sin necesidad de una explicación minuciosa.
Luego, Elpino interrumpe el curso del diálogo: propone posponer la discusión, ya que debe encontrarse con Albertino, un nuevo personaje que aparecerá en el siguiente diálogo. Según Elpino, Albertino es versado en la filosofía tradicional y vendrá a defender la postura contraria, es decir, la visión aristotélica del mundo. Filoteo, sin objeción, accede a continuar más adelante.
Este cierre deja preparado el escenario para el quinto diálogo, en el que se intensificará la confrontación entre el modelo cosmológico de Bruno y el de la filosofía escolástica dominante.
Conclusión
A lo largo del cuarto diálogo de Del infinito universo y los mundos, Giordano Bruno despliega una crítica brillante y desafiante contra la cosmología aristotélica, cuestionando no solo su estructura geocéntrica y finita, sino también sus fundamentos metafísicos y físicos. Su reflexión abre paso a una nueva concepción del universo: infinito, múltiple, dinámico, sin un centro único ni jerarquía absoluta entre los cuerpos celestes. La Tierra deja de ser el centro privilegiado de la creación, y pasa a ser uno entre muchos mundos con igual dignidad. Esta visión no solo transforma el saber astronómico, sino también la comprensión del lugar del ser humano en el cosmos. Bruno no se limita a impugnar una teoría física: desafía toda una mentalidad, una teología natural y un orden simbólico.