martes, 29 de abril de 2025

Giordano Bruno - Sobre el infinito universo y los mundos (Cuarto Diálogo)

En el cuarto diálogo, Giordano Bruno, a través de la voz de Filoteo, profundiza en la refutación de los argumentos aristotélicos contra la existencia de múltiples mundos habitados en un universo infinito. Frente a la concepción tradicional que limita el cosmos a un único mundo rodeado de esferas concéntricas, Bruno afirma que cada astro es un mundo autónomo, animado por su propio principio de vida y movimiento. Con agudeza crítica, desmonta las bases del sistema aristotélico, discute sobre la naturaleza del movimiento natural, la estructura del espacio y la diversidad infinita de los cuerpos celestes, mostrando que la pluralidad de mundos no contradice la naturaleza, sino que la engrandece. El diálogo avanza hacia una visión dinámica, viva y abierta del universo, donde la verdad no se impone por autoridad, sino por la evidencia de la razón y la observación.


Cuarto Diálogo

En el comienzo de este cuarto diálogo Filoteo nos dice que los mundos infinitos no deben entenderse en esferas concéntricas, al modo de Aristóteles o Ptolomeo. Hay que entenderlo como una estructura abierta. 

Todos ellos tienen un principio que los hace moverse hacia lo que a ellos les conviene, es decir, cada uno de ellos es autosuficiente. 

En la cosmología aristotélico-ptolemaica, se pensaba que todas las estrellas estaban pegadas a una esfera inmensa (la llamada "octava esfera") que envolvía al universo conocido. Esta esfera era perfecta, sólida y cristalina, y todas las estrellas estaban incrustadas en ella a la misma distancia de la Tierra.

Por eso, al mirar el cielo, los antiguos creían ver que las estrellas no cambiaban su posición unas respecto a otras: parecían fijas (de ahí su nombre: "estrellas fijas").

Se creía que esa esfera giraba una vez cada 24 horas alrededor de la Tierra, arrastrando consigo a todas las estrellas. Esta rotación diaria explicaba, en ese modelo, por qué el cielo parecía moverse de este a oeste cada noche.

Pero Filoteo rechaza esta teoría. Las estrellas no están fijadas a ninguna esfera, todo lo contrario están distribuidas en un espacio infinito. Cada estrella es en sí misma un mundo, un sol, un astro autónomo, flotando libremente en el éter (el espacio infinito). Además, el movimiento aparente que vemos del cielo (las estrellas desplazándose) no se debe a que ellas se muevan, sino al movimiento de rotación de la Tierra sobre sí misma, que es el mismo movimiento que tienen otros astros semejantes. 

El universo no se organiza como "membranas de cebolla" —metáfora que ridiculiza la vieja idea de orbes cristalinos concéntricos—, sino que es un campo abierto, donde el calor y el frío se difunden de modo gradual, provocando diferencias cualitativas (grados de temperatura, formación de sustancias, diferenciación de los cuerpos).

Perdiendo un poco la paciencia, Elpino nos dice que pasemos rápidamente a las refutaciones contra Aristóteles a quien considera un sofista más.

Concepto de mundo en Aristóteles

Elpino cita estos dos texto de Aristóteles: sobre el cielo y el mundo, aunque debería decirse que solo el primero es originalmente de Aristóteles, pues el segundo es uno que no ha sido atribuido correctamente. Nos hace la primera pregunta: ¿qué debemos entender por mundo?

De acuerdo con Filoteo, Aristóteles entendía así la palabra ''mundo'':


''Él toma la palabra 'mundo' como si significase un agregado de estos elementos ordenados y de estos orbes fantásticos hasta la convexidad del primer móvil''

Pero Filoteo nos dice que esta definición es mala, que deberíamos usar otra. A esto, Fracastorio nos dice qué pasa si alguien nos reprocha que no usamos los conceptos adecuadamente, a lo que Filoteo responde, 

La culpa es de los adversarios, porque ellos son quienes deformaron el significado de "mundo", imaginándose un universo fantástico, cerrado por esferas, centrado en la Tierra, un "universo material" limitado y ordenado artificialmente.

Nuestras respuestas siguen siendo válidas, incluso si se usa "mundo" en el sentido "fantástico" (esférico y finito) de los adversarios.¿Por qué Porque aunque ellos creen que más allá de la octava esfera no hay nada, en realidad —explica Filoteo— más allá de su "circunferencia imaginaria" existen innumerables mundos reales, infinitas tierras.

Concepto de movimiento 

Ahora, Elpino señala la concepción aristotélica del movimiento.

  1. El movimiento es todo lo que se dirige hacia su lugar propio
  2. Dicho movimiento es natural (se mueve por sí mismo) o violento (se mueve por una fuerza externa)
Si existieran muchos mundos (como cree Bruno), entonces habría muchas "tierras". Si una porción de tierra se encuentra fuera de nuestro mundo, su movimiento debería ser "violento" o "natural" respecto de nuestro centro. Pero si la tierra fuera de este mundo naturalmente se mueve hacia su propio centro, y también hacia el de este mundo, entonces tendría dos movimientos naturales contradictorios, lo cual, para Aristóteles, es imposiblePor tanto, debe haber solo un centro, una sola tierra, un solo mundo.

Para Aristóteles, si lanzas una piedra en cualquier lugar del universo, debería caer hacia la Tierra, porque todo tiende hacia un solo centro. No puede haber "muchos centros", ni "muchas tierras" flotando.

Filoteo responde a esta teoría de Aristóteles diciendo que nuestra Tierra gira en su región del infinito universo; los otros astros (otros mundos o tierras) también ocupan sus propios espacios y giran en torno a sus propios centros o “legiones”. No hay un centro único para todo.

Así como un animal tiene órganos (corazón, hígado, pulmones) que fluyen, se alteran, se regeneran sin abandonar su cuerpo, cada mundo tiene sus partes internas (mares, montañas, atmósferas) en movimiento continuoCada astro (mundo) es como un organismo viviente que se mantiene cohesionado.

El movimiento natural de la Tierra (y de los otros astros) no es rectilíneo, sino circular: gira en torno a sí misma y alrededor de su sol. Lo mismo sucede con los otros mundos: tienen su propio centro de movimiento, no se desplazan hacia otro centro. Si una pequeña parte se separa (como vapor, gases, meteoritos), puede moverse hacia fuera, pero las partes esenciales (las "partes principales") de un mundo no migran a otros mundosAsí como tu mano no puede pegarse al brazo de otra persona (porque pertenece a ti como individuo), las partes principales de un astro no saltan a otro astro.

Todos los astros (mundos, tierras, soles) tienen una constitución semejante: están hechos de materia, tienen movimientos, regiones internas, un centro de gravedad, etc. Esto no significa que estén todos situados en el mismo lugar ni que compartan un único centro: cada mundo ocupa su propio lugar en el infinito universo. Cada tierra se afirma en su propio sitio, igual que cada estrella o planeta. Aunque todos los mundos son similares en estructura general, son distintos en su materia, sus accidentes y sus circunstancias particulares.

En cada mundo, el "abajo" es su propio centro de gravedad interno, no un punto externo universal. El "arriba" es su circunferencia exteriorSi algo sale fuera de su esfera (por accidente), se mueve violentamente y busca volver naturalmente a su propio centro.

Elpino acuerda con Filoteo estas conclusiones. Así como cada animal (por ejemplo, tú y yo) tiene su propio cuerpo, su propia vida, su lugar y circunstancias únicas, cada mundo también tiene su lugar y circunstancias únicas.

Átomos

En el momento en que Elpino termina de acordar, Filoteo le explica la situación de aquellos cuerpos más pequeños e indivisibles.

Cuando se habla de "partes verdaderas" (por ejemplo, la Tierra, la Luna, un río, un volcán), esas partes están ligadas naturalmente a su propio mundo.

Sin embargo, en el nivel más profundo, en la composición mínima del universo —es decir, en los "primeros cuerpos indivisibles" o átomossí puede haber movimiento libre a través del espacio.

Los átomos, que son los componentes fundamentales de todo lo que existe, pueden atravesar el universo, pasar de un cuerpo cósmico a otro, salir de un mundo o ingresar en él. Este movimiento de átomos no implica la destrucción de los mundos. Aunque las partículas elementales entren o salgan, los astros permanecen estables porque existe un equilibrio entre la pérdida y la ganancia de materia. Bruno recurre a una analogía biológica para explicar esta idea: el cuerpo humano constantemente se renueva a través del intercambio de sustancias —respiramos, nos alimentamos, eliminamos residuos—, y sin embargo, conservamos nuestra identidad como individuos. Así como nosotros persistimos a pesar del flujo constante de materia, así también los mundos persisten en el espacio infinito.

Movimiento de los mundos

Filoteo plantea que, si partes de la tierra —como fragmentos de materia— se desplazaran fuera de su circunferencia (es decir, más allá de la atmósfera donde el aire es "puro y terso"), esas partes podrían retornar naturalmente a la tierra. Sin embargo, una esfera entera, es decir, un mundo completo distinto, no podría acercarse naturalmente a otro mundo. En cambio, si llegase a hacerlo, sería por un movimiento violento, no natural, es decir, contrario a su naturaleza propia. Cada mundo tiene su "centro" interno, hacia el cual sus partes tienden naturalmente; no buscan unirse a otro centro ajeno.

Filoteo también critica a quienes, dentro de la cosmología tradicional, imaginaron un universo delimitado, con un único centro absoluto (el de la Tierra), creyendo que el centro de la Tierra coincidía con el centro del universo. Para él, eso es un error. Afirma que los matemáticos de su época ya habían demostrado que la Tierra no está en el centro del universo imaginado, y que incluso el Sol se encuentra igualmente alejado de cualquier centro. Es decir, no hay un centro absoluto: cada cuerpo celeste ocupa su propio espacio natural en el universo infinito.

Elpino sostiene que la naturaleza ha dispuesto las cosas de tal modo que cuerpos de naturaleza contraria (como frío/húmedo frente a cálido/seco) no están demasiado cerca, porque si lo estuvieran, se destruirían mutuamente. En cambio, estando a cierta distancia, se benefician mutuamente: viven y se nutren unos de otros. Este equilibrio es delicado: si dos cuerpos de naturalezas opuestas se acercaran demasiado, se dañarían o aniquilarían.

Pone un ejemplo concreto: la Luna. Cuando se interpone entre la Tierra y el Sol (en un eclipse), interrumpe parcialmente la transmisión de la luz cálida y vital que el Sol proporciona. Esto es perjudicial para los seres vivos en la Tierra. Imagina entonces —dice Elpino— si la Luna estuviera mucho más cerca de la Tierra: nos privaría más gravemente de la energía solar, afectando la vida. Esta analogía muestra cómo la distancia correcta entre cuerpos es esencial para el orden natural.

Luego, Elpino menciona una objeción que Aristóteles había formulado: que un cuerpo no se mueve hacia otro simplemente por estar más cerca o más lejos. La distancia no altera la naturaleza de los cuerpos: aunque un cuerpo esté muy lejos de otro, si son de la misma naturaleza, su tendencia mutua no cambia.

Filoteo, brevemente, le da la razón en lo primero (sobre la necesidad de cierta distancia para el equilibrio natural) y lo anima a seguir desarrollando la objeción aristotélica.

Elpino nos señala lo siguiente en la teoría aristotélica:

"Un cuerpo no se mueve hacia otro simplemente por su cercanía o lejanía, ya que la mayor o menor distancia no cambia su naturaleza."

Es decir, para Aristóteles, la distancia no altera la esencia de un cuerpo. Un objeto de una determinada naturaleza sigue comportándose de acuerdo a esa naturaleza, esté cerca o lejos de otro objeto similar o diferente.

Filoteo responde diciendo que, entendido correctamente, esto es cierto: la distancia no cambia la naturaleza del cuerpo. Pero, agrega, ellos tienen otra explicación para mostrar por qué una tierra no se mueve hacia otra (ni cerca ni lejos).

Elpino añade que los antiguos pensaban que la gran distancia sí podía afectar las capacidades de un cuerpo:

Cuando un cuerpo está muy lejos (es decir, cuando hay mucho aire u otro medio entre él y su objetivo), pierde fuerza para dividir el medio (por ejemplo, el aire) y para llegar a su destino (descender o acercarse).

Por tanto, aunque su naturaleza no cambie, su capacidad de actuar sí disminuye con la distancia.

Filoteo confirma que es verdad —y además ha sido comprobado experimentalmente— que las partes de la tierra (por ejemplo, fragmentos de materia) cuando están alejadas tienden a retornar hacia su "continente" (su cuerpo principal, la tierra misma).
Y cuanto más se acercan a su continente, más rápidamente se mueven hacia él.

Este movimiento que se acelera al acercarse al centro es una intuición muy avanzada para su época: de hecho, anticipa el principio de la gravitación universal que mucho más tarde Isaac Newton formulará en sus Principia Mathematica (1687). Según Newton, la fuerza de gravedad aumenta a medida que dos masas se acercan.

Luego, Filoteo aclara que, aunque eso es cierto para las partes de esta tierra, ahora están hablando de partes de otra tierra (es decir, de otros mundos o astros distintos al nuestro), y se disponen a analizar cómo sería en ese caso.

Partes 

Filoteo plantea que, si una parte (por ejemplo, un fragmento de tierra) está en igual relación de distancia con respecto a dos tierras distintas (dos mundos distintos), no hay razón natural para que prefiera una u otra, salvo que uno de esos cuerpos tenga alguna propiedad adicional que lo haga más adecuado como “continente” (es decir, como su cuerpo natural).

Por lo tanto, dice que:

  • O bien permanece en reposo, sin decidirse hacia cuál ir,

  • O bien elige uno de ellos como su “lugar natural” y se mueve hacia él, en cuyo caso se dirá que “desciende” a ese y “asciende” desde el otro.

Es decir, el concepto de “arriba” y “abajo” es relativo al cuerpo que se toma como centro, y el movimiento depende de la relación entre la parte y su todo.

Elpino, en cambio, pone un ejemplo muy gráfico: aunque dos cuerpos sean de la misma especie (como dos seres humanos), sus partes no son intercambiables. Tus órganos no encajan en mí, ni los míos en ti, aunque ambos seamos de la misma especie. De modo análogo, una parte de una tierra no se mueve naturalmente hacia otra tierra, por más que ambas sean “tierras”.

Sin embargo, Filoteo señala que si bien en principio eso es efectivo, en un segundo sentido podría no serlo. Existe el caso que un miembro que ha perdido otra persona, pueda ser reemplazado por el de otra. Seguramente, Giordano se refiere a un caso de rinoplastia documentado siglos atrás en que un hombre se cambió la nariz a causa de un duelo. 

Volviendo al supuesto de que una piedra se encuentre entre dos mundos ¿a qué mundo se dirigirá finalmente? Si la piedra no tiene más relación con una tierra que con la otra —es decir, si ambas le son igualmente próximas y semejantes—, entonces no hay ninguna razón natural por la cual debería moverse hacia una y no hacia la otra. El resultado de esta simetría es la inmovilidad. Es una situación análoga a un equilibrio perfecto entre fuerzas opuestas.

Sin embargo, si una de las tierras le es más “afín” —por composición, naturaleza, forma o capacidad de conservarla—, entonces la piedra se moverá hacia esa tierra por el camino más corto, porque en el fondo el motor del movimiento es el deseo de conservación, no la estructura del universo o la esfera a la que pertenece.

Filoteo compara con una llama que, en lugar de elevarse hacia el sol (como sugeriría la teoría de los elementos aristotélica), se arrastra por el suelo hacia el lugar donde encuentra mejor alimento, es decir, donde puede conservarse y continuar su ser.

Critica al principio Similia Similibus

Elpino dice que Aristóteles, retomando a Empédocles, sostenía que los elementos o cuerpos semejantes se atraen mutuamente (lo similar tiende hacia lo similar). Por ejemplo, una partícula de tierra buscaría naturalmente reunirse con la masa terrestre, aunque esté lejos. 

Pero Filoteo objeta: no se observa en la naturaleza que las partes aisladas recorran distancias enormes para unirse a su totalidad, como postula Aristóteles. La experiencia muestra que las partes se dirigen a lo más próximo que les permite conservarse, no necesariamente a su “todo natural”.

Filoteo sostiene que el verdadero motor del movimiento no es la pertenencia a un lugar predeterminado ni una semejanza esencial, sino la tendencia de cada ente a conservar su existencia actual. Incluso si esta existencia es modesta o imperfecta, todo ser prefiere conservarla antes que desaparecer: “Todas las cosas por naturaleza desean conservar su ser presente”, dice Filoteo. 

Esto porque los cuerpos compuestos (como los seres físicos) sí tienen deseo de conservación, porque están sometidos a transformación, alteración, corrupción. Solo ellos pueden tener “pasiones” como el deseo de mantenerse o el temor a perecer.

Lo cometas

Filoteo señala que los cometas, observados como cuerpos materiales (densos, compactos y pesados, no de “quinta esencia” como los cielos en Aristóteles), no descienden naturalmente hacia la Tierra, aunque tengan naturaleza terrestre (según lo que se podría pensar si fueran “exhalaciones” de la Tierra).

En cambio, se mueven de manera propia, independiente, siguiendo órbitas largas y sin caer directamente hacia la Tierra. El caso del cometa de 1577, observado por Tycho Brahe, prueba esto: el cometa estaba más lejos que la Luna, no pertenecía a la región sublunar de los cuatro elementos, y sin embargo no caía ni regresaba hacia la Tierra.

Los movimientos de los cometas no imitan el movimiento uniforme y circular de las esferas aristotélicas, sino que siguen trayectorias particulares y propias, similares a los planetas como Mercurio, la Luna o Saturno.

En consecuencia, la uniformidad de los movimientos es refutada por la diversidad de movimiento que carecen de uniformidad. 

El centro de la tierra

Elpino le presenta a Filoteo las teorías aristotélicas de la diversidad de la naturaleza. Si se admitiera que la diversidad de naturaleza entre los cuerpos implicara una diversidad de lugares naturales, entonces cada parte diferente de la Tierra (porque tienen diferente peso o forma) tendría su propio centro o medio, lo que llevaría al absurdo de que habría tantos centros como partes tiene la Tierra. Esto sería imposible e inapropiado, dice Aristóteles.

Bruno refuta esta objeción con una analogía del cuerpo humano:

  • En un organismo vivo, como un ser humano, hay un solo centro absoluto que organiza la vida del todo (el corazón, en su ejemplo).

  • Pero también cada parte o miembro tiene su propio centro funcional: el pulmón, el hígado, la mano, cada uno tiene su medio específico dentro del sistema global.

  • Es decir, hay una jerarquía de medios: un centro global que unifica, y muchos centros particulares que organizan partes específicas.


Elpino, con intención de aclarar la objeción aristotélica que están discutiendo. Él interpreta que Aristóteles no está diciendo que cada parte tenga un centro “interno” o que simplemente esté localizada en algún medio, sino que se refiere a que cada parte tiene un “medio” como lugar final hacia el cual naturalmente tiende a moverse.

Filoteo acepta el matiz, pero afirma que todo se reduce a lo mismo: en un cuerpo compuesto (como un animal o como el universo entendido como organismo), no todas las partes deben moverse hacia un único centro absoluto. Más bien, la unidad se da por la relación orgánica entre las partes y el medio que las articula, ya sea global o local.

El todo (el cuerpo entero) tiene un centro general, al que tienden sus partes para mantener la vida. Pero cada órgano o miembro también tiene su propio centro de constitución: el hígado tiene su propio medio funcional, distinto del de la cabeza o del de la mano. Así como cada parte se organiza en torno a su centro específico, también los mundos o astros del universo tienen sus propios centros de equilibrio, sin necesidad de un único centro universal.

Elpino critica irónicamente a Aristóteles (o al menos a su intérprete escolástico) por considerar que ha logrado una gran demostración con un argumento débil. Filoteo le sugiere que continúe señalando más teorías aristotélicas. 

Movimientos simples, finitos y determinados

1era teoría
Según Aristóteles, cualquier tipo de cambio o movimiento parte de un lugar determinado y llega a otro específico. Esto aplica tanto en la física como en otros ámbitos: de la enfermedad a la salud, de lo pequeño a lo grande, etc. Esto implica que no hay movimiento hacia el infinito, sino siempre entre extremos definidos.

El movimiento de la tierra o del fuego tiene un término definido (por ejemplo, el centro del universo en el caso de la tierra, o la periferia en el caso del fuego). El movimiento rectilíneo, como el de los elementos, va del “abajo” al “arriba” o viceversa, y estos son los “horizontes” naturales del movimiento: hay una dirección precisa, y no se da al azar o hacia el infinito.

Aunque el círculo completo no tiene un “contrario” porque regresa a su punto de partida, sí lo tienen las mitades del círculo, es decir, moverse de un punto a su opuesto en el diámetro implica una diferencia de dirección o de sentido.

Pero como hemos analizado anteriormente, Filoteo establece que si bien, los cueros tiene este movimiento, estos nos se dirigen a un lugar determinado por una naturaleza, sino a aquellos donde se conservan mejor. Y por esta razón, pueden moverse de aquí para allá sin tener un destino por  naturaleza, sino que por aquel donde se conservan. 

Filoteo admite que cada movimiento individual, ya sea rectilíneo o circular, tiene efectivamente límites y está determinado; sin embargo, sostiene que esta característica no permite inferir que el universo entero tenga también un límite o que exista un solo mundo.

Filoteo afirma que cada uno de los infinitos mundos que componen el universo posee una región finita, con sus propios movimientos definidos dentro de sus límites, lo cual no contradice en absoluto la infinitud del universo en su conjunto.

2nda teoría
Aristóteles observa que los cuerpos, como la tierra o el fuego, se mueven con mayor rapidez a medida que se acercan a su "esfera natural", y deduce de ello que todo movimiento tiene un término y no puede prolongarse indefinidamente sin alterar la naturaleza finita de las cualidades físicas. Si el movimiento fuera infinito, entonces cualidades como el peso o la ligereza también tendrían que ser infinitas.

A esto, Filoteo responde irónicamente que "le haga buen provecho" al argumento, y luego lo califica como un "juego de bagatelas", es decir, una trivialidad.

La objeción central de Fracastorio es que el movimiento puede ser infinito en cuanto a su sucesión en el tiempo y en el espacio (como ocurre con los átomos, que se mueven eternamente entre distintas configuraciones), pero que de ese movimiento no se sigue que las propiedades físicas (peso, ligereza o velocidad) deban ser también infinitas. El movimiento puede ser constante y perpetuo sin que eso implique una alteración desproporcionada de las cualidades físicas que acompañan a los cuerpos.

Centros 

Elpino nos dice que Aristóteles sostiene que si cada tipo de cuerpo tuviera un lugar natural propio (como se argumenta para justificar mundos múltiples), entonces cada parte distinta de esta tierra —por tener peso y número distintos— debería tener su “medio” propio, lo cual él considera absurdo, porque implicaría infinitos centros o lugares naturales distintos. Por eso, concluye que solo puede haber un centro (el de la Tierra) y, por tanto, un solo mundo.

Filoteo, rechaza esta conclusión y la ridiculiza con comparaciones absurdas: “los murciélagos dan lana”, “los búhos ven con anteojos”, etc., dejando en evidencia la falta de lógica en extrapolar ciertas premisas hacia consecuencias desproporcionadas.

A continuación, establece dos razones fundamentales por las que ese movimiento infinito es imposible:

  1. Contradicciones de los elementos: si una parte de tierra se aleja mucho de su globo de origen e ingresa en regiones dominadas por elementos contrarios (como el fuego o el aire), su naturaleza se altera. Ya no se comporta como tierra, sino que es vencida por el medio contrario, lo cual impide un movimiento prolongado y continuo. Así como el agua se evapora o una exhalación se transforma, también una parte de tierra fuera de su dominio se transforma y pierde su impulso.

  2. El impulso natural es local, no universal: el movimiento por gravedad o ligereza —según la cosmología antigua— solo se da dentro del ámbito del astro al que pertenece. Así como los humores de un cuerpo animal solo se mueven dentro de ese organismo, las partes de un mundo solo tienen impulso dentro de los límites de su propio campo de influencia. Fuera de esa región, el cuerpo pierde esa fuerza y permanece inmóvil.


Para explicar este punto, Filoteo introduce un modelo espacial graduado, donde se representa cómo varía el peso o la ligereza según la distancia al centro del astro. Así:

  • En el centro (punto A), el cuerpo no es ni pesado ni liviano: es el punto de equilibrio.

  • En la circunferencia (punto B), tampoco hay peso o ligereza, porque ya no hay impulso.

  • Entre A y B, hay una escala gradual en la que el peso aumenta al acercarse al centro y disminuye hacia los bordes, y lo mismo con la ligereza pero en dirección contraria.

Este modelo, que prefigura ideas que luego desarrollará la física moderna (como los campos gravitatorios), le permite a Bruno afirmar que no tiene sentido suponer que una parte de tierra pueda trasladarse al infinito ni que deba buscar un centro universal. Cada cuerpo tiene su propio centro, su propio orden interno, y no está destinado a integrarse con otro distinto.

Elpino le pregunta a Filoteo si la circunferencia de la que hablan (es decir, el límite de la región donde un cuerpo pierde su impulso natural de regresar al centro) es una circunferencia fija o determinada.

Filoteo dice que , puede considerarse determinada, pero con matices:

  1. El peso máximo se da en el centro (como en el punto A del esquema anterior), y el peso mínimo en la periferia.

  2. Aunque el globo entero (el planeta) no sea ni pesado ni liviano (porque en su totalidad está en equilibrio), las partes dentro de él sí tienen peso o ligereza relativa, dependiendo de su distancia al centro.

Por tanto, hay una escala de diferencias graduales entre el centro y la periferia. Cada punto tiene un grado específico de peso o ligereza, según qué tan cerca esté del centro.

Elpino plantea una observación importante: la escala de pesos y liviandades que ha descrito Filoteo —según la cercanía al centro del astro— debe interpretarse de modo discontinuo, es decir, no como una progresión perfectamente uniforme, sino con saltos o niveles distintos, lo que es coherente con la estructura compleja del mundo físico y natural según Bruno.

Filoteo acepta la observación, pero con cierto desdén intelectual: cualquiera con entendimiento —dice— puede comprender por sí mismo esa gradualidad sin necesidad de una explicación minuciosa.

Luego, Elpino interrumpe el curso del diálogo: propone posponer la discusión, ya que debe encontrarse con Albertino, un nuevo personaje que aparecerá en el siguiente diálogo. Según Elpino, Albertino es versado en la filosofía tradicional y vendrá a defender la postura contraria, es decir, la visión aristotélica del mundo. Filoteo, sin objeción, accede a continuar más adelante.

Este cierre deja preparado el escenario para el quinto diálogo, en el que se intensificará la confrontación entre el modelo cosmológico de Bruno y el de la filosofía escolástica dominante.


Conclusión

A lo largo del cuarto diálogo de Del infinito universo y los mundos, Giordano Bruno despliega una crítica brillante y desafiante contra la cosmología aristotélica, cuestionando no solo su estructura geocéntrica y finita, sino también sus fundamentos metafísicos y físicos. Su reflexión abre paso a una nueva concepción del universo: infinito, múltiple, dinámico, sin un centro único ni jerarquía absoluta entre los cuerpos celestes. La Tierra deja de ser el centro privilegiado de la creación, y pasa a ser uno entre muchos mundos con igual dignidad. Esta visión no solo transforma el saber astronómico, sino también la comprensión del lugar del ser humano en el cosmos. Bruno no se limita a impugnar una teoría física: desafía toda una mentalidad, una teología natural y un orden simbólico.

lunes, 28 de abril de 2025

Giordano Bruno - Sobre el infinito universo y los mundos (Tercer Diálogo)

 

En su obra Sobre el infinito universo y los mundos, Giordano Bruno despliega una de las visiones más audaces del Renacimiento: un cosmos sin límites, lleno de mundos innumerables, donde la Tierra no ocupa un lugar privilegiado, y donde el movimiento y la vida son realidades universales. En el Tercer Diálogo, Bruno, a través de la voz de Filoteo, derriba las concepciones tradicionales del universo cerrado y jerárquico, abriendo paso a una cosmología verdaderamente infinita, plural y viva, que conecta astros, tierras y soles como parte de un mismo orden natural.

Tercer diálogo

En el Tercer Diálogo, Filoteo abre su exposición afirmando que el universo es un único e inmenso espacio, un vasto seno o continente universal, una región etérea sin límites, en la que innumerables astros, estrellas, soles y tierras discurren libremente. Algunos de ellos son visibles a nuestros sentidos, otros son inferidos por la razón, dada su enorme distancia o pequeñez. Este universo infinito no es una sucesión de esferas encerradas unas en otras, como enseñaba la astronomía antigua, sino un todo continuo y abierto, en el cual los cuerpos celestes flotan y se mueven sin estar fijados en órbitas sólidas. El universo no tiene ni centro fijo ni borde; cada cuerpo ocupa su lugar en una inmensidad sin confines.

Elpino, siguiendo el razonamiento, reconoce que las esferas que antaño se creían sólidas y concéntricas no existen: no hay superficies cóncavas ni convexas que contengan a los astros. Lo que hizo suponer la existencia de distintos cielos fue la observación de que las estrellas parecían moverse ordenadamente, manteniendo siempre las mismas posiciones relativas, como si estuvieran clavadas en una esfera en rotación. Esta imagen llevó a pensar que las luminarias no tenían movimiento propio, sino que eran transportadas por la rotación de esos cielos sólidos.

Filoteo responde que esta creencia es una ilusión, nacida del desconocimiento del movimiento de la propia Tierra. Si se reconoce que la Tierra rota sobre sí misma y se traslada alrededor del Sol, sin necesidad de estar fijada a ningún orbe, entonces la fantasía de los cielos giratorios desaparece. Entender el movimiento de nuestro propio mundo abre la puerta a la verdadera ciencia de la naturaleza, una verdad que había permanecido oculta bajo siglos de errores, desde los antiguos sabios hasta la oscura noche intelectual impuesta por los sofistas y la filosofía escolástica.

Filoteo ilustra este dinamismo universal a través de unos versos en los que declara que nada está verdaderamente inmóvil: todo da vueltas, asciende y desciende en un flujo perpetuo, siguiendo sus propios ritmos y movimientos internos. Así, los movimientos de los cuerpos no son efectos de una maquinaria externa, sino manifestaciones de su propia vida interna, de su propio principio vital.

Elpino reconoce que las antiguas concepciones de deferentes, epiciclos y orbes surgieron al imaginar a la Tierra como el centro inmóvil del cosmos, alrededor del cual todo giraba. Filoteo aclara que la misma ilusión ocurriría si uno estuviera en otro astro: desde cualquier punto fijo de referencia, parecería que todo lo demás gira. Así como nosotros desde la Tierra creemos que las estrellas giran, desde la Luna o desde otro planeta se vería algo similar. Todo es cuestión de perspectiva.

Partiendo de que la Tierra con su movimiento propio causa la apariencia del giro diurno de las estrellas, Filoteo afirma que la Luna —otra tierra— también se mueve por sí misma en el espacio en torno al Sol, no solamente en torno a la Tierra. Venus, Mercurio y los demás planetas hacen lo mismo. Cada uno de estos cuerpos, a su vez, tiene su movimiento propio, que se suma al movimiento general. Sin embargo, debido a la gran distancia de muchos astros, no podemos percibir las diferencias en sus movimientos individuales, aunque giren alrededor de sus propios soles y sobre sus propios ejes.

Filoteo sostiene entonces que hay innumerables soles en el universo, alrededor de los cuales giran innumerables tierras, de manera semejante a como nuestro sistema solar está constituido. Elpino pregunta por qué no vemos esas tierras girar alrededor de los soles distantes. Filoteo explica que las tierras son demasiado pequeñas para ser vistas desde nuestra distancia. Solo vemos los soles, que son enormes y luminosos. Además, algunas tierras podrían no tener grandes superficies de agua que reflejen la luz o podrían estar orientadas de modo que su parte más reflectante no nos quede expuesta.

Sobre la cuestión del calor, Filoteo explica que, aunque un astro esté muy lejos del Sol, puede recibir suficiente calor porque su órbita es más grande y su movimiento más lento, lo cual hace que esté expuesto durante más tiempo a los rayos solares. Además, el movimiento rápido de rotación sobre su eje permite que diferentes partes de su superficie se calienten regularmente. De esta forma, los planetas alejados también participan en el calor vital del Sol.

Elpino plantea si los astros que parecen fijos y lejanos podrían ser también soles alrededor de los cuales giran tierras invisibles. Filoteo responde afirmativamente: puede ser que muchos de los cuerpos que vemos como estrellas sean soles, centros de otros sistemas. No obstante, no puede asegurarse si todos ellos son inmóviles o si algunos también giran en torno a otros. Por la enorme distancia, es difícil captar estos movimientos. Pero dado que el universo es infinito, se necesita que existan muchos soles para iluminar y calentar su vasta extensión.

Cuando Elpino pregunta cómo distinguir los fuegos de las tierras, Filoteo responde que los fuegos (los soles) son fijos y brillantes por sí mismos, mientras que las tierras son móviles y opacas, solo brillando de manera secundaria si reflejan la luz de un sol. Así, no todo cuerpo que brilla lo hace porque esté cerca o lejos: su naturaleza como fuente de luz depende de su composición intrínseca.

Elpino indaga si los mundos ígneos (los soles) están tan habitados como los mundos acuosos (las tierras). Filoteo responde que sí: la vida existe en los dos tipos de mundos, aunque sus condiciones materiales sean diferentes. No hay que imaginar que los soles sean bolas de fuego sutil e inconsistente; por el contrario, son cuerpos sólidos y densos, como piedras o metales inflados de fuego, no como llamas o gases dispersos. La materia del Sol, dice Filoteo, es de la misma naturaleza primera que la materia de la Tierra, solo que en estados diferentes.

El diálogo pasa entonces a explicar que los astros luminosos no brillan en sí mismos, sino que irradian su luz hacia el espacio circundante. Así como un marinero de noche no ve la superficie iluminada del mar, aunque el reflejo de la luna la ilumine plenamente, también los habitantes de un sol no verían su propia luminosidad, sino la luz de otros astros vecinos.

Finalmente, Fracastorio se enfrenta a Burquio, que defiende la antigua creencia aristotélica en la diferencia esencial entre los cuerpos celestes y los terrestres. Fracastorio refuta esa distinción explicando que la diferencia no es tan radical: lo que vemos como estabilidad o movimiento depende de la perspectiva y de la distancia. Del mismo modo que desde una nave en movimiento, en medio del agua, no percibimos el fluir del río si no tenemos referencias fijas, así también desde la Tierra no percibimos su movimiento ni el de los astros cercanos.

Concluye así que los astros no son esencialmente diferentes de la Tierra: todos tienen vida interna, movimiento, transformación lenta de mares en continentes y continentes en mares. La luz que vemos de ellos es persistente, como lo sería la luz de la Tierra vista desde lejos. No hay motivo para imaginar que los astros son de una sustancia distinta o divina, como pensaban los aristotélicos; la razón y la experiencia nos llevan a reconocer que los cuerpos celestes y nuestro mundo forman parte de una misma naturaleza infinita y viva.

El universo es un único e inmenso espacio, un "seno universal" donde innumerables estrellas, soles y tierras se encuentran distribuidas, algunas perceptibles por los sentidos y muchas otras inferidas por la razón. No existen esferas sólidas ni orbes concéntricos; todo el cosmos constituye un solo campo abierto e infinito. Lo que anteriormente se consideraba como "diversos cielos" no era sino una ilusión creada por la perspectiva terrestre, por la apariencia de que las estrellas giran en torno a nosotros manteniendo su distancia relativa.

Bruno, por medio de Filoteo, sostiene que esta fantasía se desvanece cuando comprendemos que la Tierra misma se mueve, rotando sobre su eje y orbitando alrededor del Sol. Al descubrir el movimiento de nuestro propio mundo, se abre el camino hacia la verdad natural y se desenmascaran los errores acumulados durante siglos. Toda cosa se mueve: los astros giran, los cuerpos discurren arriba y abajo, el dinamismo es el fundamento de la realidad.

La Tierra no es el centro inmóvil del universo, como había enseñado Aristóteles; tampoco lo son otros astros que aparentan fijeza. Desde cualquier lugar del cosmos, el observador tendería a creer que está en reposo y que todo lo demás se mueve, tal como nosotros lo creemos desde la Tierra. El movimiento diurno aparente de las estrellas se debe a nuestra propia rotación, y cada planeta y cada sol se mueve según sus propios principios.

El diálogo avanza proponiendo que existen innumerables soles, cada uno de los cuales podría estar acompañado de tierras invisibles a nuestra vista, por su pequeñez o lejanía. La estructura del universo es entonces análoga a nuestro propio sistema solar, multiplicada infinitamente. Los planetas giran alrededor de sus soles, no necesariamente visibles desde nuestra posición. Este dinamismo y pluralidad refuerzan la idea de un universo infinito y habitado en todas partes.

Cuando se discute la naturaleza de la luz y el calor, Bruno introduce una explicación física revolucionaria: aunque los planetas estén lejos del Sol, participan del calor debido a la lentitud de su movimiento orbital, lo cual los expone por más tiempo a su influjo. Además, describe que no todos los astros visibles son iguales: algunos, como los soles, son cuerpos luminosos por sí mismos; otros, como las tierras, son cuerpos opacos que brillan por reflexión. Incluso imagina que, así como nosotros recibimos luz del Sol, los habitantes de otros mundos recibirían luz de sus soles o de otros astros cercanos.

Fracastorio, en el diálogo, se enfrenta a la visión aristotélica que imponía una jerarquía rígida de elementos, ascendiendo de la tierra al agua, al aire, al fuego y al éter celeste. Bruno, a través de Fracastorio, desmonta esta concepción, mostrando que tal jerarquía es un sueño, una quimera sin fundamento real. Los astros no son divinos ni inmutables, sino mundos semejantes a la Tierra, sujetos también a cambios, movimientos, nacimientos y destrucciones.

A continuación, Fracastorio desmonta la antigua jerarquía aristotélica de los cuerpos celestes. Explica que si bien algunos mundos son por naturaleza más cálidos y luminosos (por predominar en ellos el fuego), y otros son fríos y opacos (por predominar en ellos el agua), de la oposición entre ellos surge el orden del universo. Esta diversidad no es un defecto, sino un principio de equilibrio, como dijeron los antiguos sabios Heráclito y otros: el universo se mantiene unido gracias a la lucha y la concordia entre los contrarios.

Burquio, representante del pensamiento tradicional y escolástico, protesta diciendo que con estas ideas se subvierten siglos de filosofía y teología. Fracastorio responde con ironía: no es malo subvertir un mundo que ya está equivocado. Critica la erudición vacía de aquellos doctores que, llenos de títulos y fama, se han encerrado en sistemas ficticios, desconectados de la realidad de la naturaleza.

En el intercambio final, Burquio acusa a Fracastorio y sus compañeros de ser herejes, sofistas, enemigos de la verdad y perturbadores de la buena literatura, aferrándose con fe ciega a la autoridad de Aristóteles y Platón. Fracastorio replica que no es argumento apelar a la autoridad sin razones, y que la verdad debe juzgarse por el sentido común despierto y la evidencia razonada, no por la costumbre ni el peso de la tradición.

La discusión se degrada cuando Burquio recurre al insulto personal, incapaz de sostener sus argumentos racionalmente. Filoteo y Fracastorio, con paciencia, concluyen que discutir con quienes no buscan la verdad sino defender ciegamente prejuicios es como lavar la cabeza de un asno: cuanto más se intenta, peor se pone.

Finalmente, Filoteo señala que, habiendo examinado hoy la existencia y las cualidades de los infinitos mundos, el próximo paso será, en un nuevo encuentro, revisar los posibles argumentos en contra y refutarlos. Así cierra el tercer diálogo: con una invitación a avanzar en la libre investigación racional del cosmos, dejando atrás la vieja ceguera escolástica.

Conclusión

En el tercer diálogo, Giordano Bruno expone con claridad y vigor su visión de un universo infinito, lleno de innumerables mundos semejantes al nuestro, algunos más luminosos y cálidos, otros más fríos y opacos, pero todos vivos y fecundos. Frente al viejo esquema aristotélico que dividía el cosmos en esferas jerárquicas y elementos rígidamente ordenados, Bruno defiende un universo dinámico, diverso y sin centro, regido por la unidad de los contrarios. La discusión muestra cómo el apego ciego a la autoridad y a las viejas doctrinas impide ver la verdad que la naturaleza misma revela. A través del contraste entre el diálogo abierto de Filoteo, Elpino y Fracastorio, y la obstinación de Burquio, Bruno enseña que el verdadero conocimiento sólo puede surgir de una mente libre, crítica y dispuesta a abandonar prejuicios, en busca de una comprensión más profunda y viva del universo.

Giordano Bruno - Sobre el infinito universo y los mundos (Segundo Diálogo)


El segundo diálogo de Sobre el infinito universo y los mundos es una invitación a romper con las antiguas cadenas del pensamiento y abrir la mente a una realidad mucho más vasta de lo que la tradición ha impuesto. A través del debate entre Filoteo y Elpino, se despliega una visión revolucionaria que desafía la idea de un cosmos finito, demostrando que el universo es inmenso, sin límites y habitado por innumerables mundos, más allá de lo que nuestros sentidos pueden abarcar. Con argumentos agudos y una lógica irrefutable, se desmontan las restricciones impuestas por la filosofía aristotélica, revelando un universo dinámico, infinito y en constante expansión. Este diálogo no es solo un ejercicio intelectual, sino una provocación para quienes se atreven a desafiar lo establecido y a contemplar la infinitud como la verdadera naturaleza de la existencia. Si alguna vez has sentido que el universo es más grande de lo que nos han hecho creer, este es el texto que confirmará tus sospechas.


SOBRE EL INFINITO UNIVERSO Y LOS MUNDOS

Diálogo segundo

Filoteo argumenta que, si el principio supremo es infinito y absoluto, entonces su creación también debe serlo. Así como la mente humana puede imaginar siempre una extensión mayor o un número más alto, el entendimiento divino abarca una realidad infinita en acto, no solo en potencia.

Para reforzar esta idea, Filoteo explica que la potencia activa de la causa primera debe corresponderse con una potencia infinita en el sujeto que la recibe. Esto implica que, si el universo tuviera un límite, significaría que el poder creador también sería finito, lo que contradice la idea de una causa suprema sin restricciones. Asimismo, cuestiona la noción de vacío absoluto, afirmando que este no es una "nada" carente de existencia, sino un espacio donde los mundos existen y se distribuyen, lo que permite que el universo sea inmenso e ilimitado.

Elpino, en su escepticismo, pide una distinción clara entre mundo y universo. Filoteo responde que muchos filósofos antiguos ya diferenciaban entre el mundo material finito (compuesto por cuerpos sólidos) y el universo infinito, que abarca no solo los cuerpos celestes, sino también el vacío, el espacio y el éter en el que se encuentran. Desde esta perspectiva, la existencia de múltiples mundos no solo es posible, sino necesaria, ya que la creación infinita implica una multiplicidad sin límites.

La argumentación también desafía la idea de que la materia debe tener un límite en su crecimiento. Se menciona que, así como el fuego puede expandirse indefinidamente si tiene suficiente alimento, la materia no debería tener restricciones naturales que impidan su expansión infinita. De este modo, Filoteo critica las concepciones tradicionales que limitan el universo a una esfera cerrada, sugiriendo que estas no son más que construcciones arbitrarias sin fundamento real.

Además, se expone una fuerte crítica contra los filósofos que han defendido la limitación del mundo sin ofrecer pruebas sólidas, acusándolos de imponer definiciones erróneas y manipulaciones conceptuales. Filoteo sostiene que, en muchas ocasiones, los argumentos contra el vacío y el infinito se basan en supuestos y en la autoridad de las doctrinas establecidas, más que en la verdadera observación de la naturaleza.

A lo largo del diálogo, se presenta la idea de que el universo no puede estar contenido dentro de un límite absoluto, ya que esto implicaría la posibilidad de un espacio "vacío" más allá del mundo conocido. En este sentido, se afirma que el universo infinito es la única respuesta lógica si se considera una causa primera sin restricciones, capaz de generar un número ilimitado de mundos.

Las ideas de Aristóteles

Elpino introduce el tema leyendo una reflexión de Aristóteles, quien considera crucial analizar si existe un cuerpo infinito y si hay un solo mundo o muchos. Aristóteles advierte que una mala comprensión de estas cuestiones conduce a errores filosóficos de gran escala, comparables a desviarse levemente al inicio de un camino y terminar, por ello, en un destino totalmente distinto del pretendido. A partir de esto, sostiene que, así como algunos han errado al asumir principios incorrectos (como los indivisibles), otros también podrían caer en el error si aceptan un universo infinito sin un análisis riguroso.

Filoteo responde afirmando que, si bien el planteamiento de Aristóteles parece importante, en realidad él mismo ha caído en error por asumir el principio contrario al verdadero. Así como Aristóteles acusa a otros de malinterpretar el principio, Filoteo señala que es él quien ha desviado completamente el estudio de la naturaleza al rechazar la infinitud del universo.

Aristóteles intenta demostrar que un cuerpo redondo no puede ser infinito, argumentando que, si lo fuera, las líneas que parten de su centro serían infinitas y las distancias entre ellas crecerían sin límite, lo que haría imposible que un cuerpo las recorriera. Filoteo objeta que este razonamiento está mal dirigido: nadie en la tradición filosófica había afirmado que el universo infinito fuera móvil. De hecho, los antiguos sostenían que el infinito es inmóvil. Aristóteles, según Filoteo, combate una idea que ningún adversario sostiene realmente, construyendo una refutación contra un supuesto falso.

Elpino confirma esta crítica, señalando que todos los argumentos de Aristóteles se basan en el supuesto erróneo de que el universo infinito es también móvil. Esa combinación —infinito y móvil— es un sinsentido, dice, a menos que se identifiquen paradojalmente el movimiento infinito con la quietud infinita, como se discutió en otro momento sobre los mundos particulares.

Filoteo insiste en que el universo, al ser infinito, no debe considerarse sujeto al movimiento. Aristóteles, en su crítica, asume falsamente que todos sus adversarios comparten sus propios supuestos: que el universo debe tener forma, centro, periferia y movimiento circular. En realidad, los defensores del infinito piensan en un universo ilimitado, sin centro ni figura definida, que sirve como receptáculo de múltiples mundos móviles (como los astros), no como un todo que se mueve.

Después de presentar sus argumentos sobre el movimiento circular, Aristóteles pasa al movimiento recto (hacia arriba o hacia abajo), y argumenta que si hubiera un espacio infinito, no habría extremos determinados, lo que haría imposible definir el movimiento de los cuerpos. También intenta mostrar que no puede haber un cuerpo infinito pesado, porque tendría un peso infinito, lo que llevaría a contradicciones: por ejemplo, que un cuerpo finito podría ser igual o incluso más pesado que uno infinito, lo cual es absurdo.

Filoteo no replica punto por punto esta parte, pero deja en evidencia que los argumentos aristotélicos carecen de solidez porque presuponen un universo ordenado según parámetros finitos, donde las categorías de movimiento, peso, centro y límite aplican por igual al universo entero. Sin embargo, para Bruno y los suyos, el universo infinito no se comporta como una gran esfera finita: no tiene centro, ni borde, ni totalidad móvil, sino que es el espacio ilimitado donde existen infinitos mundos finitos, con sus propios centros y movimientos locales.

Universo sin centro

Filoteo lanza una crítica afilada contra las concepciones tradicionales del cosmos que todavía intentan mantener nociones como “centro”, “arriba” y “abajo” como si fueran absolutas. Según él, quienes se oponen a la idea de un universo infinito cometen un error básico: atribuyen al infinito características propias del mundo finito, como extremos, direcciones fijas o peso universal. En realidad, si el universo es infinito, no puede tener centro ni límites, y por tanto tampoco puede hablarse de lugares absolutos.

Filoteo cuestiona que se argumente desde premisas ya refutadas. Por ejemplo, cuando su oponente intenta defender la existencia de un "medio" o "extremo" en el universo, ya está suponiendo aquello que debería probar. En el espacio infinito, no puede haber ni centro único ni periferia final, y por tanto tampoco tiene sentido hablar de una dirección universal hacia lo alto o hacia lo bajo. Todo depende del punto de vista. Así como nosotros en la Tierra decimos que algo sube hacia la Luna, los habitantes de la Luna —a quienes llama irónicamente “anticéfalos”— dirán que baja. Lo que para unos es ascenso, para otros es descenso. Las categorías espaciales, entonces, son relativas, no absolutas.

En este universo poblado por infinitos mundos, cada cuerpo puede ser centro de su propio horizonte. El universo no gira en torno a la Tierra, ni tiene polos fijos o puntos privilegiados. Cada lugar puede ser centro o periferia según quién lo observe. Por tanto, lo que tradicionalmente se consideraba “el centro del universo” —nuestra Tierra— no lo es en ningún sentido absoluto, sino solo en relación con nuestra percepción local.

A lo largo del diálogo, Filoteo insiste en que el movimiento de los cuerpos no implica distinciones universales de lugar. No hay una región del cosmos que sea por naturaleza superior o inferior. Los movimientos solo tienen sentido dentro de mundos finitos y concretos, donde las partes tienden a reunirse con su todo. Así como las partículas de fuego ascienden para unirse con su elemento, o como las piedras caen hacia el centro de la Tierra, no porque exista una fuerza universal de “peso”, sino porque buscan su conservación en su lugar propio. Esta búsqueda de unidad es la causa del movimiento, no una cualidad inherente como tal.

El argumento que pretende refutar el infinito basándose en la noción de peso y ligereza se convierte, para Filoteo, en un ejemplo casi cómico de ignorancia filosófica. No tiene sentido hablar de un universo “pesado” o “liviano”. Estas categorías solo tienen valor dentro de los cuerpos particulares y sus mundos propios. El peso no es una sustancia ni una propiedad absoluta, sino una relación entre partes y totalidad. Cuando una parte se separa de su cuerpo y regresa a él, decimos que “pesa”; cuando se aleja, decimos que “sube” o que es ligera. Pero esto es solo una forma de describir una dinámica interna a los cuerpos finitos.

En el universo infinito no hay tal cosa como un peso total concentrado en un punto. No puede existir un cuerpo infinitamente pesado en sentido intensivo, sino que hay una infinidad de cuerpos que son pesados en relación con sus propias naturalezas. Así, podemos imaginar infinitas tierras, infinitos soles, infinitos mundos, cada uno con su propia estructura interna y con su propio movimiento hacia su centro. La consecuencia es clara: el peso no tiene sentido aplicado al universo en su totalidad, solo dentro de los sistemas finitos que lo habitan.

En un momento del diálogo, Elpino interviene para remarcar la vanidad de los argumentos contrarios. Señala que ni siquiera la retórica podría justificar el modo en que se intenta negar el infinito. Los razonamientos de ese “disputador” son inconsistentes: primero afirma que no existen cuerpos infinitos basándose en observaciones de cuerpos particulares, y luego quiere extrapolar esa conclusión al universo entero. Pero no se puede pasar del análisis de lo finito a la negación del infinito sin caer en contradicciones.

Filoteo desmonta la idea de que el universo no puede estar compuesto de infinitas especies o tipos de cuerpos. Incluso si se admitiera que existen otros mundos similares al nuestro, eso no implica que todo deba repetirse exactamente igual ni que haya un número finito de elementos. Por el contrario, si el universo es verdaderamente infinito, debe albergar una diversidad también infinita, no limitada por nuestras clasificaciones elementales como tierra, agua, fuego o aire.

El diálogo concluye con una crítica firme: los argumentos que niegan la infinitud del universo no logran ni defender su propia filosofía ni refutar la contraria. Solo repiten principios heredados, sin examinar su validez. La visión que proponen Filoteo y Elpino es mucho más coherente con un cosmos abierto, dinámico, donde las viejas jerarquías del universo cerrado de la antigüedad ya no tienen lugar.

Especies de cuerpos

Filoteo responde a Elpino que ya han contestado suficientemente al argumento de su oponente. Elpino señala que se ha planteado un segundo argumento: si existen muchas especies de cuerpos en el universo y cada una debe ser infinita, entonces su movimiento también sería infinito, lo cual considera imposible. Argumenta que la naturaleza no tiende hacia lo que nunca puede alcanzarse, y que un cuerpo que se mueve debe dirigirse hacia un destino finito, no hacia un objetivo inalcanzable como el infinito.

Filoteo replica que este razonamiento ya fue refutado. Afirma que existen infinitas tierras, soles y un éter infinito. Retoma las ideas de Demócrito y Epicuro sobre un universo compuesto por un lleno y un vacío infinitos, donde múltiples especies finitas, unas dentro de otras, forman un universo también infinito. Estas especies son finitas localmente, pero infinitas en su multiplicidad. Una tierra infinita no es un solo cuerpo continuo, sino una suma inabarcable de tierras semejantes. Igualmente ocurre con los otros cuerpos celestes, sean dos, tres o más tipos. Filoteo insiste en que no se trata de que un cuerpo pesado caiga hacia el infinito, sino que cada parte busca su centro próximo y natural: la parte de una tierra cae hacia esa tierra; la parte de un sol retorna a su sol correspondiente. Así, las fronteras y los movimientos son finitos, porque cada cosa se mueve hacia un destino concreto y cercano, no hacia el infinito. Pone un ejemplo: uno no sale de Grecia para ir al infinito, sino para ir a Egipto o a Italia.

Filoteo también explica que el universo, siendo infinito y mutable, vive un constante intercambio de partes. Las tierras y los soles emiten y reciben partículas, y esto no es absurdo ni caótico, sino un proceso natural de transformación. Así como los seres vivos se renuevan comiendo y desechando materia, también los mundos renuevan sus partes. En un ser humano, la carne de la juventud no es la misma de la infancia ni la de la vejez es la misma de la juventud: el cuerpo está en permanente cambio. Bruno introduce aquí una comparación con procesos biológicos, anticipando ideas que siglos después confirmaría la ciencia: los átomos entran y salen del cuerpo, renovándolo constantemente.

Sigue diciendo que el cuerpo crece cuando ingresan más átomos de los que salen, se mantiene estable cuando la entrada y salida se equilibran, y declina cuando la pérdida es mayor que la reposición. Este proceso ocurre no solo en los seres vivos, sino también en los cuerpos inertes. Por tanto, no es ilógico pensar que las partículas del universo viajen infinitamente, sufriendo transmutaciones de forma y de lugar. Sin embargo, cada transformación particular siempre se realiza de forma finita: una cosa no se mueve infinitamente en un solo impulso, sino que pasa de forma en forma, de lugar en lugar.

Elpino comprende y pasa a citar un tercer argumento: si el infinito fuera discreto, compuesto de infinitos individuos finitos, entonces, al juntarlos todos, se obtendría un cuerpo infinito. Filoteo responde que ya concedió esto y que no hay problema en aceptarlo. Explica que si tenemos cuerpos discretos, cada uno con su propio peso o magnitud finita, la suma no constituye un único cuerpo infinito, sino una infinidad de cuerpos finitos contenidos en un espacio infinito. Así como infinitas gotas de agua no forman un océano infinito, o infinitos granos de tierra no constituyen una tierra infinita, los cuerpos finitos, aunque infinitos en número, no se convierten en un solo cuerpo infinito. Filoteo refuerza su idea con una comparación: diez hombres pueden mover una nave juntos, pero no miles de hombres dispersos cada uno por su cuenta. Del mismo modo, los cuerpos finitos no forman un cuerpo infinito por simple adición.

Elpino reconoce que con esta respuesta también se resuelve un cuarto argumento, que sostenía que si un cuerpo fuera infinito debería serlo en todas sus dimensiones, sin dejar lugar para otros cuerpos no semejantes. Filoteo contesta que esto no refuta su posición, porque ellos nunca han afirmado que existan varios cuerpos infinitos, sino múltiples cuerpos finitos dentro de un único infinito. Lo compara al fango: en el fango líquido, el agua se mezcla con la tierra y no se perciben las partes discretamente; no se dice que haya varios continuos separados, sino un solo continuo mezclado. De la misma manera, en el universo, el éter ocupa el espacio entre los cuerpos grandes, pero no separa realmente los cuerpos en partes discretas, sino que todos forman juntos un continuo. Así como en el fango los elementos son inseparables a simple vista, en el universo, aunque existan distintos cuerpos y elementos, todos se integran en un solo gran continuo infinito.

Elpino plantea ahora otras dos razones por las cuales no debería haber infinitas partes semejantes. La primera es que si existiera tal infinita pluralidad de partes semejantes, habría que atribuirles un peso o ligereza infinita o una circulación infinita, lo cual sería absurdo. Filoteo contesta que este razonamiento no se aplica, porque el infinito como tal no es pesado ni ligero, ni se mueve localmente: el infinito no tiene movimiento en potencia ni en acto, y las partes, una vez alejadas más allá de su lugar natural, tampoco conservan su ligereza o pesantez de forma significativa. El universo infinito permanece inmóvil en conjunto, aunque sus partes sean móviles y mutables.

Elpino agrega otra objeción: pregunta si el infinito se movería de forma natural o violenta. Filoteo rechaza la pregunta porque nunca se dijo que el infinito se mueva en absoluto. Luego Elpino menciona que su oponente intenta probar que un cuerpo infinito no puede ejercer acción sobre un cuerpo finito ni ser afectado por él, y trae varios argumentos utilizando letras para representar los cuerpos y sus relaciones.

Filoteo explica pacientemente estas relaciones. Supongamos un cuerpo infinito A, un cuerpo finito B, y un tiempo G en el cual ocurre la acción. Si un agente menor D obra sobre un paciente H en el mismo tiempo G, debe existir una relación de proporcionalidad entre agente y paciente. Pero si el paciente es parte del infinito A, representado por AZ, y si un agente finito puede afectar en el mismo tiempo tanto a H como a AZ, se deduce que también podría afectar al cuerpo A completo, lo cual es absurdo porque no hay proporción entre lo finito y lo infinito. En resumen, un agente finito no puede mover un cuerpo infinito en un tiempo finito.

Luego, para demostrar que el infinito no puede actuar sobre lo finito, considera un agente infinito A actuando sobre un paciente finito B en un tiempo G. Si un agente finito D actúa sobre parte de B, llamada BZ, también en tiempo G, surgiría una relación de proporcionalidad que llevaría a una contradicción: o bien el infinito actuaría instantáneamente, o el finito en un tiempo infinito, lo cual es imposible.

Finalmente, para mostrar que el infinito no puede actuar sobre el infinito, plantea que si dos infinitos interactúan, uno actuando sobre otro en tiempo finito G, entonces al dividir uno en partes menores, estas deberían moverse en menos tiempo, lo que llevaría a una contradicción, ya que el infinito no puede ser afectado parcialmente en un tiempo menor sin que todo su infinito también haya sido afectado, lo cual es absurdo. En conclusión, en el universo de Bruno, el infinito no obra ni sufre acción como lo hacen los cuerpos finitos.

Errores de Aristóteles con respecto al infinito

Filoteo sostiene que muchas de las cosas que dice Aristóteles son válidas si se aplican correctamente y conducen a conclusiones verdaderas, pero critica que, cuando Aristóteles trata del infinito, incurre en graves errores. Su crítica central es que Aristóteles supone que el infinito puede tener partes de diferente tamaño, mayores o menores, lo cual es contradictorio, porque en el infinito no hay proporciones entre partes: no se está más cerca del infinito sumando cien que sumando tres, pues en ambos casos se está infinitamente lejos. Así como un número finito como mil años puede ser parte de un tiempo mayor, como diez mil años, pero nunca de la eternidad, que no tiene proporción con lo finito, de igual manera ningún número o medida finita puede ser parte del infinito.

Elpino le pregunta a Filoteo cómo entiende las partes de la duración infinita, a lo que Filoteo responde que, en la eternidad, todas las divisiones del tiempo (horas, siglos, milenios) son relativas y carecen de sentido absoluto, porque en la duración infinita no hay diferencia entre las partes pequeñas y las grandes. Esto implica que todos los razonamientos que se basan en imaginar un infinito dividido proporcionalmente en partes son erróneos. De esta manera, Filoteo afirma que, entendiendo esto, se puede escapar a muchos laberintos filosóficos, como el de pensar que en un universo infinito habría infinitos mayores y menores, como pasos y millas.

Luego, Filoteo acusa a Aristóteles de fallar en sus inferencias, porque supone que el hecho de que existan infinitas partes en el infinito que se mueven y actúan implica que el infinito mismo sufre o actúa, lo que para Bruno no es correcto. En el universo infinito existen movimientos y cambios en las partes finitas, pero el todo en sí mismo permanece inmóvil e inalterable. Es decir, no es el infinito el que se mueve o cambia, sino los cuerpos finitos dentro de él. La acción y la pasión no pertenecen al infinito como un todo, sino a las partes finitas que existen en su interior.

Filoteo desarrolla un razonamiento con letras para ilustrar cómo dos cuerpos infinitos, A y B, que se tocan en una línea o superficie finita FG, no ejercen sobre sí mismos una acción infinita. Cada parte de A solo puede actuar sobre la parte de B que le es contigua, y nunca una parte distante afectará a otra que no está próxima. Así, usa el esquema donde A, B, C, D se corresponden con 1, 2, 3, 4, mostrando que la acción y la pasión se limitan a las partes adyacentes. Las otras partes, como M, N, O, P con 10, 20, 30, 40, no tienen contacto ni influencia mutua. De esta forma, aunque los cuerpos sean infinitos en extensión, su interacción es siempre finita en cada punto de contacto.

Incluso si se admitiera que dos cuerpos infinitos pudieran influirse completamente, dice Filoteo, no se produciría una alteración, porque la resistencia de un infinito sería igual a la fuerza del otro, anulándose mutuamente. Así, no habría cambio ni acción real entre ellos.

Elpino plantea ahora qué sucedería si un cuerpo finito como la Tierra se enfrentara a un cuerpo infinito como el cielo lleno de astros. Filoteo responde que, de nuevo, no ocurriría que lo finito fuese absorbido por lo infinito, porque la acción de un cuerpo infinito sobre uno finito depende solo de las partes próximas, no de la totalidad del cuerpo. Así, aunque el cuerpo infinito sea inmenso, solo ejerce su fuerza sobre el finito a través de las partes cercanas, lo cual limita la acción a un efecto finito.

Elpino reconoce que la argumentación de Filoteo ha sido clara y suficiente como para no tener que responder a otros argumentos más simples de Aristóteles, como aquellos que decían que fuera del cielo no podía haber cuerpos porque no había espacio sensible. Filoteo rebate esa idea diciendo que más allá del "último cielo" no solo hay espacio, sino también cuerpos sensibles, como astros y tierras, aunque no los percibamos debido a su lejanía. La falta de sensibilidad no implica la falta de existencia.

Filoteo critica la visión aristotélica de un universo limitado a la octava esfera, creada por la imaginación de los astrónomos que no podían concebir cuerpos más allá del ámbito de su percepción visual. Él sostiene que el universo no se acaba donde terminan nuestros sentidos. El hecho de que no veamos más allá no significa que no existan cosas más allá.

Explica que los cuerpos que se ven en la octava esfera no son equidistantes de la Tierra, como sostenía la astronomía antigua, porque la Tierra no es el centro inmóvil del cosmos, sino un astro más que se mueve, y la aparente fijación de las estrellas es una ilusión creada por nuestro propio movimiento. Por tanto, esos astros, aunque parecen estar sobre una misma superficie, están realmente a diferentes distancias en un espacio abierto e inmenso.

Elpino usa una comparación irónica diciendo que, si uno tomara literalmente la imagen de la bóveda celeste, parecería que las estrellas están pegadas como si estuvieran clavadas o pegadas con pegamento a una tribuna, para no caerse sobre nosotros. Pero en realidad, esos astros están dispersos a distintas distancias en el espacio.

Filoteo continúa diciendo que no hace falta suponer una "materia espiritual" especial más allá de la octava esfera, sino que el mismo aire que rodea la Tierra, el Sol y la Luna se extiende infinitamente y contiene a todos los astros. Este "aire" o "éter" sirve como un medio universal en el cual todos los cuerpos existen y se mueven, como partículas en un océano sin orillas. No es el aire el que arrastra a los astros, sino que cada astro se mueve por su propia alma o principio vital, cada uno con sus propios movimientos particulares y propios, además de los movimientos comunes.

Finalmente, Elpino reconoce que, según lo explicado, el universo es un campo infinito lleno de cuerpos y astros, que no necesitan estar clavados ni unidos a una esfera, y que el aire mismo sirve como el lugar en el que existen y se mueven. Bruno termina haciendo referencia a la tradición antigua que veía al "aire" como un principio vital, y al universo como un "animal sagrado y venerable", un ser viviente compuesto de alma y cuerpo.

Filoteo afirma que el universo infinito y sin límites que ha estado describiendo es un gran animal, aunque no tenga una figura definida ni órganos sensoriales para relacionarse con un exterior, ya que no hay un exterior más allá de él. En lugar de tener sentidos locales, el universo mismo contiene toda el alma y todo lo animado en su interior: él mismo es la vida en su totalidad. Esta concepción recuerda a la antigua idea del "alma del mundo", pero expandida a la escala de un cosmos infinito.

Filoteo aclara que esta afirmación no enfrenta las dificultades lógicas que surgirían si existieran dos infinitos distintos (lo cual había rechazado antes), porque el universo es un único infinito animado. Aunque posee una infinita fuerza motriz y un infinito sujeto de movilidad, estos no implican que el universo en su conjunto se mueva. El movimiento dentro del universo ocurre localmente, en las partes discretas, pero el todo continuo permanece inmóvil. El universo no tiene un movimiento circular general —pues no gira alrededor de un centro— ni un movimiento recto —pues no hay ni un centro ni un extremo hacia donde moverse—. La inmovilidad del conjunto se debe a que, en un espacio infinito, conceptos como "centro" o "extremo" pierden todo sentido.

Además, Filoteo explica que conceptos como pesadez o liviandad no corresponden ni al universo entero ni a ningún cuerpo entero perfecto dentro de él, ni siquiera a partes que estén en su disposición natural. Pesado y liviano son conceptos relativos, que dependen de un contexto local: una parte dispersa tiende a reunirse en un cuerpo similar y cercano, y en esa relación local se define lo que es "bajar" o "subir". Pero en términos absolutos y universales, nada es pesado o liviano por sí mismo.

Con esto, Filoteo da por concluido el tema de la infinita magnitud del universo, prometiendo que al día siguiente hablará más detalladamente sobre los infinitos mundos que existen dentro de este universo inmenso.

Elpino expresa su gratitud por la enseñanza recibida y, aunque cree haber comprendido lo suficiente para inferir las siguientes ideas, desea volver para escuchar aún más detalles. Fracastorio dice que también regresará, aunque solo como oyente, mientras Burquio declara que, poco a poco, empieza no solo a comprender mejor lo que Filoteo explica, sino también a considerar que estas ideas, aunque tan audaces, podrían ser verosímiles, e incluso verdaderas.

Conclusión

En el Segundo Diálogo, Giordano Bruno rompe con las viejas concepciones del cosmos al proponer un universo infinito, animado y sin centro. Rechaza que lo infinito pueda dividirse como lo finito y muestra que el movimiento y el cambio existen solo en las partes, no en el todo. El universo, visto como un gran ser viviente, no se mide por nuestros sentidos ni por límites imaginarios. Bruno invita a pensar más allá de los esquemas tradicionales, abriendo la mente a la inmensidad de mundos y realidades invisibles.