En Vidas paralelas, Plutarco nos invita a un fascinante encuentro entre los grandes fundadores del mundo antiguo. Su propósito no es solo narrar hazañas, sino descubrir qué hace verdaderamente grande a un ser humano. En la comparación entre Teseo y Rómulo —el creador de Atenas y el fundador de Roma—, el lector asiste a un espejo doble donde la virtud, el poder y la ambición se reflejan con luces distintas. Ambos héroes marcan el paso del mito a la historia, del caos al orden, y encarnan los ideales que darán forma a dos civilizaciones inmortales.
VIDAS PARALELAS
Teseo y Rómulo
Teseo
Plutarco explica que se adentra en un terreno donde la historia se mezcla con el mito. Reconoce que muchas de las hazañas atribuidas al héroe pertenecen más a la poesía que a la certeza histórica, pero aun así intenta rescatar lo verosímil para presentarlo con forma de historia. Desde el comienzo, establece un paralelo entre Teseo y Rómulo, pues ambos comparten orígenes misteriosos, fama de hijos de dioses, valentía, prudencia y el destino de fundar o gobernar grandes ciudades: Atenas y Roma.
Teseo aparece como descendiente de reyes y sabios, hijo de Egeo y de Etra, nieto del sabio Piteo. Su nacimiento está envuelto en profecías y secretos, y su infancia transcurre bajo la tutela del abuelo en Trecene. Cuando alcanza la fuerza suficiente para levantar la piedra bajo la cual su padre había dejado unas señales —una espada y unos coturnos—, emprende su viaje a Atenas para reclamar su linaje.
El camino hacia Atenas se convierte en una prueba heroica: Teseo elige ir por tierra, enfrentando peligros y combatiendo a los malhechores que infestaban Grecia. Inspirado por la figura de Heracles, decide purgar el camino de criminales, imponiendo justicia con sus propias manos. Así vence a Perifetes, el del garrote; a Sinis, que despedazaba a los viajeros con los pinos; a la cerda de Cromión, o quizás una bandida cruel apodada de ese modo; y finalmente a Escirón, quien arrojaba a los caminantes al mar tras obligarlos a lavarle los pies.
Además. Teseo era un verdadero héroe civilizador, completando su ciclo de pruebas y alcanzando la madurez moral y política que lo llevará a ser el gran reformador de Atenas. Su viaje continúa con nuevas hazañas, en las que enfrenta a malhechores como Cerción y Procrustes, castigándolos con el mismo tipo de violencia que ellos ejercían contra los viajeros. Con estos actos, Teseo no solo imita a Heracles, sino que demuestra que la justicia puede ser proporcional y simbólica: cada villano perece bajo su propio método de crueldad.
Ya en camino a Atenas, es purificado por los Fitálidas antes de su llegada, un gesto que lo presenta como un héroe no solo fuerte, sino también piadoso. Sin embargo, al arribar, se encuentra con una ciudad dominada por el caos y por la hechicera Medea, quien intenta envenenarlo para proteger su posición junto a Egeo. Solo el gesto del joven al desenvainar la espada —la señal dejada por su padre bajo la piedra— revela su verdadera identidad y evita la tragedia. Reunido con su padre, es reconocido públicamente y aceptado como heredero legítimo, provocando la furia de los Palántidas, a quienes derrota con astucia y fuerza.
En su deseo de ganar el favor del pueblo, Teseo emprende nuevas hazañas, como la captura del toro de Maratón, símbolo del dominio sobre las fuerzas salvajes. Durante esta empresa, recibe la hospitalidad de la anciana Hécale, quien muere antes de su regreso, y a quien él honra con sacrificios y memoria, mostrando su sentido de gratitud y humanidad.
Cuando llega el momento de pagar nuevamente el tributo a Creta, Teseo decide ofrecerse voluntariamente, compartiendo el destino de los jóvenes atenienses enviados como víctimas al Minotauro. Su gesto despierta admiración, pues actúa no como un príncipe distante, sino como un ciudadano solidario. Antes de partir, promete a su padre que, si regresa con vida, enarbolará una vela blanca en señal de victoria.
En Creta, con la ayuda de Ariadna, hija de Minos, logra entrar en el Laberinto, matar al Minotauro y liberar a sus compañeros. Esta parte del relato combina lo heroico con lo amoroso: Ariadna, enamorada, le entrega el famoso hilo para guiar su salida del laberinto, y juntos huyen hacia el mar. Sin embargo, su historia termina con versiones divergentes: algunos dicen que Teseo la abandona dormida en la isla de Naxos; otros que muere en Chipre o que se une al dios Baco.
Su gloria, sin embargo, se oscurece con el paso del tiempo. Participa en guerras y alianzas, entre ellas la célebre lucha contra las Amazonas, cuyo ataque a Atenas simboliza la invasión del orden por la fuerza del caos femenino. Su vida amorosa también se torna trágica: la muerte de Antíope, el drama con Fedra e Hipólito, y sus amores turbulentos con Ariadna y Helena revelan la fragilidad de quien ha querido igualar a los dioses.
El final de Teseo es amargo. Exiliado, traicionado y olvidado por su pueblo, muere en la isla de Esciro, víctima del engaño del rey Licomedes. Pero su memoria resurge siglos después, cuando los atenienses creen verlo luchar al lado de ellos en la batalla de Maratón. Así, Plutarco cierra el retrato del héroe con una lección moral: la verdadera grandeza de Teseo no está solo en sus hazañas, sino en su destino de héroe humano, glorioso y trágico a la vez.
Siglos después de su muerte, el oráculo de Delfos ordena a los atenienses traer de regreso sus restos para honrarlos, cumpliendo así un acto de justicia hacia quien había sido su gran fundador. El encargo recae en Cimón, quien conquista la isla de Esciro —donde Teseo había muerto traicionado— y, guiado por un signo divino, halla una tumba con un cuerpo de proporciones extraordinarias junto a una lanza y una espada de bronce.
Cimón lleva estos restos a Atenas, donde son recibidos con procesiones solemnes y sacrificios. Plutarco describe cómo el pueblo lo acoge con alegría, como si el propio Teseo regresara vivo a su patria. Su tumba es erigida en el corazón de la ciudad, cerca del gimnasio, y se convierte en un asilo para los perseguidos y los pobres, símbolo de la misericordia y justicia que el héroe había practicado en vida.
Los atenienses instituyen en su honor una fiesta anual el 8 del mes Puanepsión, día de su regreso de Creta, y extienden su culto a todos los días ocho de cada mes, número considerado sagrado por su relación con Poseidón, supuesto padre de Teseo. Este número, explica Plutarco, representa estabilidad y perfección, reflejo del carácter del dios del mar y, por extensión, del héroe que fue su hijo.
Rómulo
Los orígenes de Roma
Plutarco se detiene en los orígenes legendarios de Roma, mostrando la diversidad de versiones sobre el nombre y fundación de la ciudad. Algunas tradiciones lo atribuyen a los Pelasgos, conquistadores antiguos; otras a una mujer llamada Roma, que, tras quemar las naves de los troyanos errantes, los obligó a asentarse en el Lacio; y otras, a descendientes de Eneas, lo que enlaza la historia romana con la épica troyana.
El relato se centra luego en el mito más célebre: el nacimiento de Rómulo y Remo, gemelos descendientes de Eneas, engendrados —según una versión piadosa— por el dios Marte y Rea Silvia, una vestal obligada al voto de castidad. Plutarco combina versiones racionalistas y míticas: unos sostienen que fue un acto de violencia cometido por Amulio, otros que la intervención de Marte fue real.
Los gemelos son condenados a muerte, pero el esclavo encargado de eliminarlos los abandona en el Tíber, donde la corriente los deposita junto a una higuera sagrada, la Ruminal, nombre asociado a la palabra latina ruma (mama). Allí son amamantados por una loba, imagen que Plutarco interpreta en dos niveles: literalmente, como símbolo divino; y alegóricamente, como una confusión entre el animal y una mujer de mala reputación llamada Larencia, esposa del pastor Fáustulo, quien en realidad los cría.
Plutarco inserta también una tradición curiosa sobre otra Larencia, vinculada a Heracles, que se convierte en símbolo de prosperidad y generosidad, destacando cómo los romanos la veneraban en diversas fiestas religiosas.
Los gemelos crecen bajo la tutela de Fáustulo y, posiblemente, con el apoyo secreto de su abuelo Numitor, el rey depuesto. Desde jóvenes se muestran fuertes, valientes y defensores de los oprimidos, rasgos que anticipan su destino. Rómulo se distingue por su prudencia y espíritu de mando, mientras que Remo representa la audacia y la fuerza bruta. El episodio culmina cuando Remo, capturado tras un enfrentamiento con los pastores de Numitor, es reconocido por su abuelo, quien, movido por el parecido y la nobleza del joven, comienza a sospechar su verdadera ascendencia.
Rómulo y Remo, tras descubrir su origen real con la ayuda de Fáustulo, reúnen seguidores y derrocan a Amulio, restituyendo el trono a su abuelo Numitor. Sin embargo, conscientes de que su destino no era reinar en Alba, deciden fundar una nueva ciudad en el lugar donde fueron amamantados por la loba, símbolo del vínculo sagrado entre lo humano y lo divino. Aquí comienza la tensión fraterna: Rómulo elige el Palatino y Remo el Aventino, y el conflicto se resuelve mediante un presagio de buitres. Rómulo ve doce, Remo seis; el primero reclama la victoria, pero Remo, burlándose, salta el nuevo muro y muere atravesado, víctima —según la versión más célebre— del propio Rómulo. De ese acto violento nace Roma: el fratricidio como origen del poder.
Plutarco detalla luego los ritos de la fundación: el sulcus primigenius, el surco trazado con un arado de bronce, el sacrificio de primicias y la ceremonia del “mundo”, símbolo del vínculo entre el cielo y la tierra. Roma es fundada el 21 de abril del 753 a.C. (según la tradición varroniana), fecha que Plutarco atribuye a cálculos astrológicos y augurales. Rómulo organiza el Estado: crea las legiones, el Senado de cien “padres” y el sistema de patronato y clientela, instaurando una relación recíproca de protección y respeto entre nobles y plebeyos, que él interpreta como el fundamento moral del civismo romano.
Luego narra el célebre rapto de las sabinas, acción que Plutarco matiza: no fue un acto de lujuria, sino una estrategia política para asegurar la permanencia de la nueva comunidad. Las mujeres raptadas son tratadas con respeto y acaban convirtiéndose en el lazo que unirá a romanos y sabinos. De hecho, cuando estalla la guerra entre ambos pueblos, son ellas quienes, en una escena profundamente humana, irrumpen entre los ejércitos, con sus hijos en brazos, suplicando la paz. Su intervención logra la reconciliación: Roma y los sabinos se unen bajo un gobierno conjunto de Rómulo y Tito Tacio, y el pueblo adopta el nombre común de Quirites.
Plutarco subraya aquí la visión civilizadora de Rómulo: tras la violencia fundacional, crea instituciones, leyes y festividades que consolidan la convivencia —como las Matronalia, en honor de las mujeres mediadoras de la paz—, y ritos como las Lupercales, ligados a la purificación y a la memoria mítica de la loba.
Rómulo aparece como legislador religioso y moral, fundador de las Vírgenes Vestales y guardián del fuego sagrado, aunque algunos atribuyen esta institución a Numa. Su religiosidad se muestra en el uso del lituo, el bastón augural que simboliza la comunión entre el poder político y la voluntad divina. También promulga leyes que revelan su sentido riguroso de la disciplina social: prohíbe a la mujer repudiar al marido y solo permite el divorcio por motivos graves como adulterio o intento de envenenamiento. Al mismo tiempo, amplía el concepto de parricidio a todo homicidio, afirmando que matar a un padre es impensable, lo que muestra la fe de Roma en la sacralidad del vínculo familiar.
Luego, Plutarco narra el episodio de la muerte de Tito Tacio, co-rey sabino. Rómulo, aunque justo, no se esfuerza en vengarlo, y algunos interpretan esto como un acto de conveniencia política. Tras su muerte, Rómulo gobierna solo, expande Roma con victorias sobre los Fidenates, Camerios y Veyanos, y fortalece el poder de la ciudad. Sin embargo, con el tiempo su carácter cambia: el héroe popular se transforma en monarca altivo, vestido de púrpura, reclinado bajo dosel y rodeado de guardias, los céleres. El rey que nació entre pastores y dioses se aleja de su pueblo.
La tensión culmina con su misteriosa desaparición. Reunido en el Campo de Marte, durante una tormenta violenta, Rómulo se desvanece ante los ojos de la multitud. Algunos creen que fue asesinado por los senadores, que despedazaron su cuerpo; otros, que fue arrebatado al cielo y convertido en el dios Quirino, protector de Roma.
Plutarco cierra la Vida de Rómulo con una mezcla de mito, filosofía y crítica histórica. Tras la misteriosa desaparición del fundador de Roma, el autor introduce el testimonio de Julio Proclo, un noble patricio que afirma haber visto al rey transfigurado en una figura divina. Rómulo, resplandeciente y armado, le habría revelado que los dioses lo habían llamado de regreso al cielo, pues había cumplido su misión de fundar una ciudad destinada a la grandeza. Bajo el nombre de Quirino, dice, sería para siempre el genio protector de Roma, alentando a los ciudadanos a practicar la templanza y la fortaleza para alcanzar el poder supremo entre los hombres.
Este relato, acogido con fervor por el pueblo, permite a Plutarco reflexionar sobre la tendencia humana a divinizar a los héroes. Compara el caso de Rómulo con leyendas griegas, como las de Aristeas de Proconeso, cuyo cuerpo desaparece misteriosamente, o Cleomedes de Astipalea, un loco violento que también es deificado tras su muerte. Plutarco, siempre moralista y racional, rechaza estas fábulas, subrayando que lo divino pertenece solo a las almas puras y virtuosas, no a los cuerpos mortales. En un pasaje de tono casi filosófico, afirma —siguiendo a Heráclito y Píndaro— que el alma, cuando se libera de la materia, asciende al orden divino: los hombres virtuosos se transforman primero en héroes, luego en genios y finalmente en dioses, no por decreto de la ciudad, sino por una justicia cósmica.
En el capítulo XXIX, Plutarco explica el origen del nombre Quirino, interpretándolo como título marcial (de quiris, “lanza”) o vinculado a los Quirites, los ciudadanos romanos. Refiere también los ritos conmemorativos celebrados el día de su desaparición, llamados Nonae Caprotinae o “huida del pueblo”, donde el pueblo simula la confusión de aquel día con gritos y llamados. Sin embargo, menciona otra tradición que asocia esta fiesta a una esclava astuta, Filotis o Tutola, quien con una estratagema salvó a Roma de un ataque latino tras la invasión gala, alzando una antorcha desde una higuera (caprifico) como señal de victoria.
Plutarco concluye diciendo que Rómulo desapareció a los 54 años de edad y a los 38 de reinado, dejando tras de sí una Roma consolidada, un pueblo unido y un mito que mezcló violencia, fe y destino. Su figura, transfigurada en la de Quirino, resume la paradoja de la fundación romana: el héroe que nace de la tierra y asciende al cielo, el rey que funda una ciudad con sangre y la entrega a los dioses como una promesa de eternidad.
Comparación entre los dos
Primero, subraya que Teseo actúa por elección, mientras que Rómulo lo hace por necesidad: el ateniense abandona voluntariamente un reinado seguro para buscar hazañas, mientras el romano se ve obligado por las circunstancias —el miedo y la opresión— a grandes empresas. Teseo combate tiranos extranjeros y purifica Grecia antes incluso de ser reconocido; Rómulo, en cambio, se limita a destruir al usurpador de su familia. Así, el primero es héroe por virtud y decisión moral, el segundo por supervivencia y fortuna.
Ambos poseen talento político, pero caen en extremos opuestos: Teseo tiende hacia la democracia, renunciando al poder en favor del pueblo; Rómulo, hacia la tiranía, volviéndose orgulloso y autoritario. Plutarco observa que en ambos casos se pierde la justa medida del mando: el uno por exceso de igualdad, el otro por exceso de dominio.
En los infortunios personales, los dos se ven dominados por la ira: Rómulo, al matar a su hermano Remo; Teseo, al maldecir a su hijo Hipólito. Pero el motivo de Teseo —los celos y las calumnias— resulta más humano y disculpable, mientras que el de Rómulo nace de una disputa política. No obstante, Rómulo termina redimiéndose al salvar a su madre y restaurar a su abuelo Numitor, mientras Teseo, por olvido o descuido, causa la muerte de su padre Egeo.
En cuanto al trato hacia las mujeres, la diferencia es moral y simbólica: Rómulo, aunque violento en el rapto de las sabinas, transforma esa acción en una unión civilizadora que funda familias, alianzas y leyes duraderas. Teseo, en cambio, comete raptos impulsivos —Ariadna, Antíope, Helena— que solo traen guerras, pérdidas y desgracia. La obra de Rómulo produce estabilidad; la de Teseo, desorden y ruina.
Finalmente, Plutarco concluye con una comparación religiosa: los dioses se muestran benevolentes con Rómulo, quien es elevado al cielo y convertido en el dios Quirino; mientras que el nacimiento de Teseo, según el oráculo de Egeo, parece contrario a la voluntad divina.
Así, el paralelo se cierra con un juicio claro: Rómulo representa la eficacia política y la creación del orden civil, mientras que Teseo encarna la nobleza individual y el impulso heroico, aunque más cercano al error humano. El romano funda un imperio; el griego, una leyenda.
Conclusión
Teseo y Rómulo representan dos formas opuestas del héroe fundador: el primero, movido por la virtud y el ideal del bien común, busca liberar y unir; el segundo, impulsado por la necesidad y el poder, crea y domina. Teseo simboliza el espíritu libre y trágico de la Grecia heroica, mientras Rómulo encarna la fuerza ordenadora y política de Roma. En ambos, el valor se mezcla con la falta, la grandeza con la caída; pero si el uno muere como hombre entre sombras, el otro asciende como dios entre los suyos, dejando a Roma el legado de la autoridad y a Atenas el de la libertad.
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