En las Vidas paralelas, Plutarco enfrenta a Solón y Publícola como dos rostros de la virtud política: el sabio que sueña la libertad y el ciudadano que la hace posible. Solón, con su palabra y su ley, ordena Atenas buscando el equilibrio entre ricos y pobres; Publícola, con sus actos y su ejemplo, levanta la República romana sobre la humildad y la justicia. En uno brilla la inteligencia del legislador; en el otro, la fuerza moral del héroe cívico. Juntos encarnan la idea de que la verdadera grandeza no está en mandar, sino en servir al bien común.
VIDAS PARALELAS
Solón y Publícola
Solón
Padre
Lo primero que nos dice Plutarco es que en algunas fuentes, se diuce que el padre de Solón habría sido Euforión, aunque otros dicen que fue Execéstidas y en verdad ésta ha sido la tesis mayoritaria. No era rico ni influyente en poder, pero sí pertenecía a una familia de linaje real, descendiente de Codro, el último rey mítico de Atenas.
Madre
Plutarco cita aquí a Heráclides del Ponto, un filósofo y discípulo de Platón y Aristóteles, autor de biografías y relatos históricos. Según él, la madre de Solón y la madre de Pisístrato eran primas, lo que significa que ambos estaban emparentados por vía materna.
Entre Solón y Pisístrato hubo, en un comienzo, una fuerte amistad, cimentada no solo en la sangre, sino también en la admiración mutua. Ambos eran hombres carismáticos, inteligentes y atractivos. Plutarco insinúa que su relación no fue únicamente política, sino también afectiva, basada en el reconocimiento de virtudes personales.
Amistad con Pisístrato
Plutarco menciona, con cautela (“según la relación de algunos”), que Solón estuvo enamorado de Pisístrato. No debemos entenderlo en un sentido moderno de amor romántico, sino dentro del contexto cultural griego, donde el eros podía expresar admiración intelectual, vínculo pedagógico o afecto moral entre hombres virtuosos.
Señala que, cuando surgieron desacuerdos sobre los asuntos del Estado, es decir, cuando Pisístrato aspiró al poder y Solón defendió las leyes de la república, el conflicto fue inevitable. Ahora bien la oposición entre ambos no nace del odio, sino de una diferencia de principios. Solón representa la legalidad y la moderación; Pisístrato, la ambición del mando. Pero Plutarco evita presentar esta ruptura como un enfrentamiento violento: su propósito es mostrar cómo la virtud puede coexistir con la diferencia política. La antigua simpatía, la amistad e incluso el amor entre ambos permanecieron, aunque transformados.
''la cual mantuvo la memoria y cariño antiguo, como llama todavía viva de un gran fuego''
Carácter
Plutarco comienza señalando que Solón no era un hombre totalmente ajeno a las pasiones. Su carácter, dice, no se dominaba por completo frente al amor, aunque tampoco se rendía a él sin resistencia. Esto se deduce tanto de sus poemas como de su comportamiento público. En ellos, Solón expresa sentimientos amorosos con sinceridad y equilibrio, lo que muestra que no consideraba el deseo una falta moral, sino una parte natural de la vida humana. Plutarco usa la comparación con el atleta para subrayar que Solón no luchaba contra el amor con violencia o represión, sino que intentaba mantenerlo dentro de los límites de la razón y la virtud.
Solón dictó, prohibiendo a los esclavos el uso de ungüentos y la práctica de galantear a los jóvenes. Esta disposición no se dirige contra el amor mismo, sino contra su degradación. En la sociedad ateniense, el amor entre hombres, cuando era guiado por la admiración y el respeto, se consideraba una forma de educación moral. Solón, al excluir de ello a los esclavos, buscaba preservar ese ideal, evitando que se confundiera con el placer vulgar o la corrupción. Su propósito era moral y cívico: el amor debía ser expresión de virtud, no de deseo desordenado.
Plutarco interpreta esta ley como una señal de que Solón veía el amor dentro del ámbito de las inclinaciones honestas. No lo prohíbe, sino que lo ennoblece, al reservarlo para quienes podían vivirlo con decoro. En esa distinción entre lo digno y lo indigno se refleja su ideal ético de equilibrio: el sabio no renuncia al placer, pero lo regula conforme a la razón. Así, su legislación moral no nace del puritanismo, sino de una visión armónica de la vida ciudadana.
Trabajo
Plutarco señala que el padre de Solón había arruinado su fortuna en obras de beneficencia, lo que sitúa a Solón en una posición económica modesta pese a su noble origen. A partir de esta situación, Plutarco subraya una cualidad moral: la vergüenza noble (aidós) de Solón, quien se rehúsa a vivir del auxilio ajeno. Para él, sería indigno depender de otros cuando su familia había sido, en el pasado, la que ayudaba a los necesitados.
Por esa razón, el joven Solón se dedica al comercio, una actividad respetable en su tiempo. Plutarco, sin embargo, introduce un matiz: algunos autores sostienen que el propósito de sus viajes comerciales no era el lucro, sino la instrucción y el conocimiento de la historia. De este modo, el comercio se convierte en un medio de aprendizaje, no solo de ganancia. Plutarco transforma la actividad económica en una forma de educación práctica: viajar, observar, conversar con hombres de distintas culturas y adquirir experiencia.
Destaca la moderación de Solón respecto a la riqueza. Cita versos suyos donde expresa que tanto quien tiene grandes posesiones como quien vive con lo necesario pueden considerarse igualmente ricos, siempre que su sustento sea honesto y suficiente. La verdadera prosperidad no depende de la abundancia, sino de la mesura y la justicia en la adquisición de los bienes. Otro poema confirma esta idea: Solón desea ser rico, pero no a través de medios injustos, porque toda ganancia inmoral termina trayendo castigo. Esta concepción ética del dinero —ni desprecio ascético ni codicia desmedida— es coherente con el ideal del justo medio que atraviesa toda su vida y pensamiento.
Plutarco recuerda que en los tiempos antiguos —siguiendo la enseñanza de Hesíodo— ninguna ocupación era deshonrosa, y que incluso el comercio gozaba de prestigio. A través de él, los hombres civilizaban regiones bárbaras, establecían lazos de hospitalidad con reyes extranjeros y adquirían experiencia en los asuntos humanos. Este pasaje tiene un tono casi educativo: muestra que el trabajo y los viajes no son indignos del sabio, sino una fuente de virtud y conocimiento. Plutarco incluso menciona ejemplos de otros filósofos y sabios, como Tales, Hipócrates y Platón, quienes también practicaron el comercio, reforzando así la idea de que la sabiduría no está reñida con la actividad práctica.
Tipo de vida
Plutarco reconoce que Solón llevaba una vida cómoda y gustaba de los placeres, algo que algunos consideraban impropio de un sabio. Sin embargo, explica esta actitud como una consecuencia natural de su vida en el comercio, actividad llena de riesgos que hacía comprensible el deseo de disfrutar de los bienes ganados. A pesar de su gusto por el bienestar, Solón se identificaba más con los pobres que con los ricos, y en sus versos valoraba la virtud por encima de la fortuna, considerando la riqueza algo inestable. Su poesía, que empezó como entretenimiento, se transformó en un medio para enseñar y justificar sus leyes, transmitiendo ideas morales y políticas. En filosofía, Plutarco señala que Solón se interesó más por los asuntos humanos que por la naturaleza, siguiendo la tradición de los sabios antiguos, cuya fama provenía de su prudencia y servicio público más que de sus especulaciones teóricas.
Nos cuenta una anécdota:
Menciona que los sabios se reunieron en Delfos y luego en Corinto, bajo la hospitalidad del tirano Periandro. La fama de esos encuentros dio origen al relato del trípode de oro, un objeto que, según la leyenda, fue hallado por unos pescadores en la isla de Cos, tras haber sido arrojado al mar por Helena de Troya.
El trípode, como objeto simbólico, representa la sabiduría divina y el reconocimiento del saber humano. La disputa entre los pescadores y los forasteros sobre su posesión se transformó pronto en un conflicto entre ciudades, hasta que el oráculo de Delfos intervino ordenando que se entregara “al más sabio”. Así comenzó su recorrido: primero fue enviado a Tales de Mileto, quien, en un gesto de humildad, declaró que Bías de Priene era más sabio que él. Bías, a su vez, lo cedió a otro, y así sucesivamente, hasta que el trípode completó un círculo y volvió a Tales. Finalmente, este decidió enviarlo al templo de Apolo en Tebas, consagrándolo al dios de la sabiduría y las artes.
Plutarco menciona versiones alternativas: Teofrasto decía que el trípode primero fue entregado a Bías, mientras otros hablaban de una copa enviada por el rey Creso o de un vaso dejado por Baticles. Pero más allá de las variantes, el sentido moral es el mismo: el trípode pasó de mano en mano porque ninguno de los sabios quiso quedarse con el título de “el más sabio”. Todos reconocieron en el otro una parte de la verdad y prefirieron ofrecer el honor al dios Apolo, fuente última del conocimiento.
Solón y Anacarsis
El relato comienza con la llegada de Anacarsis a Atenas, quien acude a casa de Solón y, con ironía, logra ser recibido. Cuando Solón le dice que “las amistades se contraen mejor en casa”, Anacarsis replica que, entonces, el propio Solón debería hacer amistad con él en la suya. Este intercambio inicial muestra el ingenio práctico del extranjero y la disposición hospitalaria de Solón, rasgos que reflejan la cortesía filosófica de la época: la amistad como vínculo entre sabios más allá de la patria o las costumbres.
Durante su estancia, Anacarsis observa cómo Solón se entrega a la tarea de redactar leyes para Atenas. Admirado y a la vez escéptico, se burla de su empeño, diciendo que las leyes son como telas de araña: detienen a los débiles, pero los poderosos las rompen fácilmente. Su crítica apunta a una visión realista —incluso cínica— del poder y la justicia: las normas no bastan para contener la corrupción cuando la desigualdad es grande. Anacarsis, extranjero en la polis griega, encarna la mirada del observador que ve desde fuera las contradicciones de la vida política.
Solón responde con serenidad y confianza en su obra. Asegura haber elaborado sus leyes de modo que los ciudadanos las respeten no por temor, sino por conveniencia: las ha unido a sus propios intereses, de modo que les resulte más provechoso obrar con justicia que violarla. Es una defensa racional de la ley como pacto social, un antecedente del pensamiento contractualista. Sin embargo, Plutarco advierte con ironía que el resultado histórico dio la razón a Anacarsis más que a Solón, insinuando que las leyes no pudieron frenar las ambiciones ni las injusticias de los atenienses.
Se recuerda otra observación de Anacarsis, que resume su visión crítica del mundo griego: se maravillaba de que “entre los griegos, hablar sea cosa de sabios y juzgar de necios”. Con esta sentencia, Plutarco cierra el episodio subrayando la distancia entre el ideal de la razón y la realidad política.
Solón y Tales
En el encuentro entre Solón y Tales, Plutarco presenta un diálogo sobre la vida familiar y el temor a la pérdida. Solón se sorprende de que Tales nunca se haya casado, y este, para responderle, finge la noticia de la muerte de un hijo de Solón. Cuando ve al ateniense desesperado, le revela la broma y concluye que ese dolor imaginario explica por qué ha evitado tener descendencia. La historia, más que una burla, plantea un problema filosófico: si es preferible renunciar a los afectos por miedo a sufrir. Plutarco responde críticamente a Tales: considera necio privarse de los bienes más nobles —la familia, la amistad, el amor— solo por temor a perderlos. La sabiduría, dice, consiste en disfrutar con juicio lo presente, sin que el miedo al futuro paralice la vida. El dolor ante la pérdida no proviene del amor, sino de la debilidad del alma que no ha sido preparada por la razón para afrontar la fortuna.
Solón en Salamina
En el episodio de Salamina, Plutarco muestra a Solón como estratega y patriota. Atenas, cansada de la larga guerra con Mégara, había prohibido incluso mencionar la recuperación de la isla bajo pena de muerte. Indignado por esta humillación, Solón finge locura y compone un poema elegíaco que declama en la plaza, inspirando al pueblo y logrando que se derogue la ley. Su astucia le permite reavivar el espíritu cívico y asumir el mando de la expedición. La reconquista se narra en dos versiones: una, ingeniosa y teatral, en que los jóvenes disfrazados de mujeres sorprenden a los megarenses; otra, más militar y religiosa, donde Solón actúa conforme a un oráculo délfico, ofrece sacrificios a los héroes locales y logra la victoria mediante una táctica naval.
Ambas versiones coinciden en el sentido moral del relato: la inteligencia y el valor de Solón restauran el honor ateniense, y su prudencia combina el respeto a lo sagrado con la eficacia práctica. Al final, erige un templo a Ares en el lugar de la victoria, consagrando la hazaña no solo como triunfo político, sino como símbolo del renacer de la ciudad.
Solón defendió ante los lacedemonios el derecho de Atenas sobre Salamina. Algunos creyeron que reforzó su argumento interpolando un verso en la Ilíada de Homero, haciendo que Áyax apareciera como aliado ateniense. Sin embargo, los propios atenienses consideraban más sólida la defensa jurídica: Solón demostró que los hijos de Áyax habían recibido ciudadanía ateniense y que las costumbres funerarias en la isla coincidían con las de Atenas, no con las de Mégara. Este episodio refleja su inteligencia argumentativa y su uso equilibrado de la historia, la religión y la ley en defensa de la patria.
Plutarco recuerda su intervención en la llamada Guerra Sagrada. Solón aconsejó a los griegos castigar a los habitantes de Cirra por su impiedad contra el santuario de Delfos, lo que llevó a los Anfictiones a iniciar la guerra en nombre del dios Apolo. Aunque algunos le atribuyeron el mando militar, Plutarco aclara que su papel fue de inspiración política y moral: la autoridad de su consejo bastó para movilizar a las ciudades griegas.
aborda el caso de los Cilonianos, un antiguo crimen religioso que seguía dividiendo a Atenas. Solón intervino como mediador, promoviendo un juicio público que terminó con el destierro de los culpables y la purificación de la ciudad. En ese contexto llegó Epiménides de Creta, quien realizó ritos de expiación y estableció normas religiosas más moderadas, templando las costumbres y reforzando el respeto a la ley. La amistad entre ambos representa la unión entre la sabiduría práctica de Solón y la inspiración espiritual de Epiménides.
Describe la profunda crisis social de Atenas: la población campesina estaba endeudada y sometida a los ricos, muchos convertidos en siervos o vendidos al extranjero. El conflicto entre las clases amenazaba con una guerra civil.
Arconte y legislador
Plutarco narra la elección de Solón como arconte y legislador, en quien ambas facciones depositaron su confianza. Los pobres esperaban un reparto de tierras; los ricos, la preservación de sus bienes. Solón, prudente, asumió el poder sin ambición y rechazó la tiranía, pese a las presiones para que la aceptara. Su respuesta —“la tiranía es una buena posesión, pero sin salida”— revela su ideal republicano: prefería la justicia compartida a la dominación individual. Así, Plutarco lo presenta como el hombre que, gracias a su sabiduría, logró reconciliar el orden político con la libertad y el honor.
Solón llevó a cabo su gobierno con firmeza y equilibrio, evitando tanto la tiranía como la complacencia hacia los poderosos. Su primera medida fue la seisachtheia, o alivio de las cargas, que liberó a los deudores y prohibió los préstamos sobre las personas. Esto le granjeó críticas de ricos y pobres: unos lo acusaron de injusticia y otros de tibieza por no repartir tierras, pero con el tiempo su prudencia fue reconocida. Reformó las leyes de Dracón, demasiado severas, y reorganizó la estructura social según la riqueza, permitiendo la participación política progresiva del pueblo. Estableció también el Consejo del Areópago y el de los Cuatrocientos para equilibrar autoridad y deliberación. Sus leyes buscaron inculcar virtud cívica y sentido de comunidad, incluso sancionando al que permaneciera neutral en tiempos de conflicto. Con su obra, Solón fundó la armonía entre justicia, libertad y orden, convirtiéndose en modelo de legislador sabio.
Solón completó su obra legislativa con un conjunto de leyes que reflejan su visión moral, social y política de la justicia. Prohibió difamar a los muertos y limitó las injurias públicas, buscando la moderación incluso en la palabra. Dio libertad de testar a quienes no tenían hijos, pero con cautelas para evitar engaños o manipulaciones, y reguló el comportamiento femenino, los duelos y los matrimonios para mantener la dignidad y el orden. Fomentó el trabajo artesanal, considerando que el ocio era fuente de corrupción, y eximió a los hijos del deber de sostener a padres que no los hubiesen educado en un oficio. También impuso normas sobre el uso del agua, los cultivos y la exportación de productos, evidenciando una temprana preocupación por la economía y el equilibrio de recursos. Tras promulgar sus leyes, válidas por cien años, se retiró de Atenas para evitar presiones y permitir que la ciudad se habituara a su nuevo orden. Su célebre encuentro con Creso resume su pensamiento: la verdadera felicidad no está en la riqueza ni en el poder, sino en una vida virtuosa y en una muerte honrosa, libre de infortunios y arrogancia.
Solón y Creso
Su célebre encuentro con Creso encarna la esencia de su pensamiento: cuando el rey lidio, rodeado de riquezas, le pregunta quién es el hombre más feliz, Solón responde que sólo se puede juzgar la dicha al final de la vida, pues la fortuna es inestable y ningún poder asegura la verdadera felicidad. La enseñanza se cumple trágicamente cuando Creso, derrotado y a punto de morir, invoca el nombre del ateniense, recordando que la sabiduría vale más que la prosperidad efímera.
De regreso en Atenas, Solón halla la ciudad dividida entre las facciones de Licurgo, Megacles y Pisístrato. Aunque anciano, intenta mediar y percibe con lucidez el peligro de la ambición del último. Pisístrato, fingiendo haber sido herido, logra conmover al pueblo y obtiene una guardia armada con la que instaura la tiranía. Solón intenta advertir al pueblo mediante versos que denuncian su ceguera, pero, al ver que nadie lo sigue, deja sus armas ante la puerta de su casa como símbolo de haber cumplido con su deber cívico. Su último gesto político es de dignidad y renuncia, prefiriendo el ejemplo moral a la violencia.
Pisístrato, sin embargo, conserva respeto por él: mantiene sus leyes, lo consulta, y gobierna con cierta moderación. Solón, ya anciano, continúa escribiendo poesía, reflexionando sobre el aprendizaje continuo y sobre los placeres moderados de la música, el vino y las Musas. La mención final a su proyecto inconcluso sobre la Atlántida —que más tarde retomará Platón— simboliza la continuidad del pensamiento griego, donde la sabiduría de los antiguos sirve de cimiento a los filósofos venideros. Así muere Solón, no como un héroe guerrero, sino como un legislador que supo dar forma moral a la libertad, y cuya vida entera fue una lección sobre la fragilidad de la fortuna y la necesidad de la virtud.
Publícola
Plutarco presenta a Publícola (cuyo nombre verdadero es Publio Valerio) como un hombre virtuoso, comparable a Solón, pero encarnación del espíritu romano. Desde el inicio se destaca su nobleza de carácter y su disposición al servicio público: descendiente de una familia antigua y respetada, fue generoso con los pobres y justo con los necesitados. Cuando el pueblo romano se sublevó contra Tarquino el Soberbio, Publícola apoyó de inmediato a Bruto en la expulsión del rey, contribuyendo al nacimiento de la República. Aunque no fue elegido primer cónsul, su actitud fue prudente y patriótica: no buscó el poder por ambición, sino por mérito, y se ganó la confianza del pueblo.
Su virtud se mostró también en su firmeza. Cuando Tarquino, desde el exilio, intentó recuperar el trono enviando emisarios y promesas, Publícola se opuso a toda negociación, comprendiendo que aceptar diálogo con un tirano era poner en riesgo la naciente libertad. Más adelante, cuando se descubrió una conspiración interna que incluía a los hijos de Bruto, Publícola desempeñó un papel decisivo al proteger al esclavo Vindicio, quien había revelado el complot. Su lealtad a la justicia se unió entonces a la severidad de Bruto, que ejecutó a sus propios hijos, marcando así el tono moral de la nueva República: la libertad debía sostenerse incluso a costa del dolor personal.
Publícola, elegido luego cónsul, recibió el reconocimiento del pueblo por su patriotismo. Honró al esclavo que había salvado a Roma concediéndole la ciudadanía, gesto que simbolizó el valor republicano de la virtud sobre el nacimiento. Tras la derrota de los Tarquinos y la batalla en la selva Arsia, su triunfo fue celebrado, pero no con arrogancia sino con nobleza. Incluso su pompa, lejos de ser vanidosa, fue vista como digna y solemne. Finalmente, su elogio fúnebre a Bruto estableció una tradición duradera en Roma: honrar con palabras a los grandes hombres que mueren por la patria. En Publícola, Plutarco muestra la continuidad del ideal cívico entre el sabio griego que legisló (Solón) y el romano que, con igual virtud, dio forma a la libertad política.
Cuando fue acusado de ambición y de querer parecerse a los antiguos reyes por vivir con ostentación y presentarse solo con los símbolos del mando, Publícola demostró su virtud política y su capacidad de escuchar al pueblo: sin enojo ni orgullo, derribó en una sola noche su casa situada en la Velia, que dominaba la plaza y daba la impresión de soberbia. Con este gesto público mostró que el gobernante debe ser transparente ante los ciudadanos y no inspirar miedo. En compensación, construyó luego una casa más modesta, en un terreno otorgado por el pueblo, donde después se levantó el templo de Vica Pota.
Además, Publícola redujo el poder consular para hacerlo más respetuoso de la libertad. Quitó las segures de las fasces (el hacha que simbolizaba el poder de dar muerte) y ordenó que los cónsules inclinaran las fasces ante el pueblo en los comicios, reconociendo así la soberanía popular. A partir de esos actos, el pueblo le dio el nombre de Publícola, que significa “amigo” o “respetador del pueblo”, título que eclipsó su nombre original y se convirtió en su verdadera identidad política.
Durante su consulado, promulgó leyes que fortalecieron la participación ciudadana y la justicia: estableció el derecho de apelación al pueblo contra las sentencias de los magistrados, castigó con la muerte a quien usurpara el poder sin mandato popular, eximió de tributos a los más pobres y organizó la administración del erario público en el templo de Saturno. También dispuso la elección de dos cuestores para custodiar los fondos, medida que reforzó la transparencia del gobierno.
Publícola continuó siendo un ejemplo de virtud cívica y serenidad. Incluso cuando se le negó la dedicación del templo de Júpiter Capitolino —acto que simbolizaba la supremacía política en Roma—, se comportó con dignidad y respeto por las formas republicanas.
Tras la destrucción del primer templo de Júpiter Capitolino —construido por Tarquino el Soberbio y dedicado por Horacio—, el relato se detiene brevemente en las reconstrucciones posteriores hechas por Sila, Vespasiano y Domiciano, para contrastar la antigua religiosidad republicana con la ostentación imperial. El texto subraya la diferencia entre la piedad cívica de Publícola y el lujo desmedido de Domiciano, cuya obsesión constructiva revela, según Plutarco, no grandeza espiritual, sino una enfermedad del alma semejante a la codicia de Midas.
Cuando Tarquino pide ayuda al rey etrusco Porsena, Publícola vuelve a ser elegido cónsul y demuestra su audacia fundando la ciudad de Sigluria, aun con el enemigo cerca, como símbolo de confianza en el destino de Roma. La invasión de Porsena pone a la ciudad al borde del desastre, y es en ese momento que surge la figura legendaria de Horacio Cocles, quien defiende solo el puente contra los enemigos hasta que sus compañeros logran destruirlo. Herido, se lanza al río armado, salvando Roma con su sacrificio. Publícola lo honra generosamente con tierra, alimento y una estatua en el templo de Vulcano, perpetuando el vínculo entre virtud y gratitud pública.
Más adelante, durante el asedio, la ciudad sufre hambre, pero Publícola vence en otra batalla a los tirrenos, mientras se desarrolla la hazaña de Mucio Escévola, quien intenta asesinar a Porsena, mata por error a otro, y, para mostrar su valor, quema su propia mano en el fuego sin expresar dolor. Este acto, más que por temor, conmueve al rey etrusco por su nobleza y fortaleza, inclinándolo hacia la paz.
Su trayectoria militar
Plutarco muestra la culminación de una trayectoria ejemplar en la fundación de la República romana. Tras los conflictos con Tarquino el Soberbio y el rey etrusco Porsena, Publícola supo transformar la enemistad en alianza. Confiando en la justicia de su causa, acudió a Porsena para demostrar que la expulsión de Tarquino no había sido fruto de la rebelión, sino de la necesidad moral de liberar Roma de la tiranía. Porsena, convencido de la nobleza romana y ayudado por la mediación de su hijo Arrunte, pactó la paz, recibiendo rehenes romanos, entre los cuales estaba Valeria, hija de Publícola.
De ese episodio nace la historia de Clelia, la joven romana que, junto a otras doncellas, cruzó el Tíber a nado para escapar del cautiverio. Aunque Publícola no celebró su osadía, temiendo que Porsena creyera rota la fe de los tratados, la prudencia del cónsul y la magnanimidad del rey evitaron un nuevo conflicto. Porsena honró a Clelia regalándole un caballo adornado, gesto que simbolizó el reconocimiento de la virtud romana incluso entre los enemigos. Así, el antiguo adversario se convirtió en benefactor de Roma, entregando a los romanos sus propios víveres y dejando su campamento como ofrenda de paz, prueba de respeto hacia Publícola y su ciudad.
En los años siguientes, Publícola volvió a demostrar su genio político y militar. Durante las guerras con los sabinos, Roma obtuvo grandes victorias bajo su dirección. Su hermano Marco Valerio, también cónsul, venció dos veces con su consejo y experiencia, y recibió como honor público una casa con las puertas abiertas hacia la calle, signo de confianza y de espíritu ciudadano. Posteriormente, en su cuarto consulado, Publícola debió enfrentar tanto las supersticiones que inquietaban a Roma —por los nacimientos monstruosos y temores religiosos— como las amenazas externas de sabinos y latinos. Su prudencia lo llevó a ofrecer sacrificios según los libros sibilinos y a reorganizar las ceremonias religiosas para calmar al pueblo, combinando piedad y razón política.
En esa misma época, el noble sabino Apio Clauso, perseguido por envidia, aceptó la invitación de Publícola y emigró a Roma con miles de familias, que fueron acogidas con hospitalidad y convertidas en ciudadanos. De este gesto nació la poderosa gens Claudia, una de las más ilustres de la historia romana. La última hazaña de Publícola fue la victoria final contra los sabinos, conseguida gracias a una hábil estrategia que combinó sorpresa, coordinación y disciplina.
Tras el triunfo, Publícola murió poco después, habiendo gozado de una vida colmada de honores y reconocimientos. El pueblo, en señal de gratitud, decretó su entierro a expensas públicas y que cada ciudadano contribuyera simbólicamente con un cuartillo. Las matronas romanas guardaron luto por él durante un año entero, y fue sepultado dentro de la ciudad, en la Velia, privilegio reservado solo a los más grandes bienhechores de Roma.
Comparación entre ambos hombres
En esta comparación entre Solón y Publícola, Plutarco busca no solo contrastar a dos legisladores, sino también mostrar cómo el modelo griego de virtud política influyó directamente en Roma. En este caso, se da algo único: Publícola fue, en cierto modo, discípulo de Solón, pues encarnó en su conducta los principios que el sabio ateniense había formulado en teoría.
Plutarco comienza destacando que la noción de felicidad que Solón explicó al rey Creso se ajusta más a Publícola que al ateniense Tello, a quien el filósofo había señalado como modelo de vida dichosa. Publícola reúne todos los elementos que Solón consideraba signo de verdadera felicidad: virtud, gloria cívica, una muerte honrosa y el amor del pueblo. Mientras Tello murió con valor, pero sin dejar una huella perdurable, Publícola murió venerado por toda Roma, llorado por las matronas y recordado por siglos. Además, encarnó el ideal moral de la riqueza justa: obtuvo bienes sin corrupción y los usó en beneficio de los necesitados, cumpliendo así la máxima de Solón —“quiero riquezas, pero no injustas”— con plenitud práctica. Si Solón fue el más sabio, Publícola, dice Plutarco, fue el más afortunado, porque alcanzó todo lo que el primero solo pudo desear.
En el plano político, ambos compartieron un espíritu democrático, aunque en distintos contextos. Solón liberó a Atenas del dominio oligárquico mediante leyes que equilibraban la justicia y la libertad; Publícola humanizó la autoridad romana después de la expulsión de los reyes, suprimiendo los símbolos del despotismo y dando voz al pueblo. Plutarco los equipara en prudencia y en amor por la libertad, pero concede cierta ventaja a Publícola: mientras Solón estableció leyes y se retiró, dejando que otros las ejecutaran, Publícola permaneció al frente del gobierno, las aplicó y las sostuvo con su ejemplo. El griego instituyó el derecho de apelación ante los tribunales populares; el romano lo amplió, permitiendo al ciudadano apelar directamente al pueblo y otorgándole poder sobre los magistrados. Además, la creación de los cuestores, para limitar el manejo del dinero público, se inspira en la desconfianza legal que Solón sembró hacia el abuso del poder.
Respecto al odio a la tiranía, Plutarco resalta que Publícola fue más extremo: Solón castigaba al usurpador solo tras juicio, mientras Publícola autorizaba matarlo sin proceso, priorizando la defensa inmediata de la libertad. En ambos, la grandeza radica en renunciar al poder absoluto cuando podrían haberlo ejercido: Solón, teniendo autoridad para dominar Atenas, la devolvió al pueblo; Publícola, con un mando casi despótico tras la caída de Tarquino, lo transformó en un gobierno popular y participativo.
En cuanto a sus resultados, Solón fue precursor, pero Publícola fue consolidación. El primero sembró las bases de la libertad, aunque su obra fue debilitada por la posterior tiranía de Pisístrato. El segundo aseguró la estabilidad republicana durante generaciones. La fortuna fue, por tanto, más favorable al romano, porque donde Solón solo alcanzó reformas, Publícola edificó una constitución duradera.
En lo militar, el contraste es aún más evidente: Solón fue esencialmente un legislador, y su intervención en la recuperación de Salamina tiene un carácter simbólico; Publícola, en cambio, fue un líder de guerra efectivo, vencedor en numerosas batallas, salvador de Roma frente a Tarquino y Porsena, y artífice de su alianza posterior. La valentía del ateniense fue prudente y cívica; la del romano, práctica y heroica.
Plutarco concluye que ambos compartieron la virtud política esencial: saber combinar justicia, prudencia y oportunidad. Solón restauró el orden en una Atenas desgarrada por las deudas; Publícola convirtió una Roma monárquica en república sin derramar sangre inútil. El primero dio leyes que equilibraban la razón; el segundo, ejemplos que inspiraban obediencia voluntaria. Por eso, aunque ambos fueron fundadores de la libertad, Publícola aparece en esta comparación como su encarnación más completa: el sabio de Solón hecho acción en la historia.
Conclusión
Plutarco concluye que tanto Solón como Publícola fueron fundadores de la libertad en sus respectivas ciudades, pero mientras el primero encarnó la sabiduría del legislador que establece las bases de la justicia, el segundo realizó en la práctica el ideal político que Solón había concebido. Solón fue el autor de las leyes que liberaron a Atenas de la desigualdad, y Publícola, el estadista que transformó Roma en una república estable y respetuosa del pueblo. Así, la virtud reflexiva del ateniense encontró en el romano su realización activa, uniendo sabiduría y acción en la historia.
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