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martes, 14 de octubre de 2025

Plutarco - Vida y obra (46 - 120)

Plutarco de Queronea (c. 46 – c. 120 d. C.) fue un filósofo, moralista e historiador griego perteneciente al pensamiento platónico medio. Es célebre por sus Vidas paralelas, donde compara las biografías de grandes hombres griegos y romanos para extraer enseñanzas éticas, y por sus Moralia, una vasta colección de ensayos sobre religión, política, psicología y filosofía práctica. Su pensamiento busca armonizar la tradición griega con los valores morales universales, promoviendo la virtud, la moderación y la autoconciencia como pilares de una vida buena. Plutarco influyó en el humanismo renacentista y en autores como Montaigne, quien lo consideró un modelo de sabiduría y equilibrio moral.


PLUTARCO

Vida y obra

Familia

El abuelo paterno de Plutarco se llamaba Autóbulo (Autobulus), y es mencionado directamente por el propio Plutarco en algunos de sus Moralia, especialmente en el tratado De la tranquilidad del alma (Περὶ εὐθυμίας – De tranquillitate animi).

Allí, Plutarco narra una conversación que tuvo “con mi abuelo Autóbulo y otros amigos en nuestra casa de campo de Queronea”, lo que indica que Autóbulo era un hombre de cierta posición económica, propietario de tierras y con el tiempo y los medios suficientes para dedicarse a la reflexión y al ocio filosófico.

De esos pasajes se infiere que Autóbulo fue un modelo moral para el joven Plutarco: un hombre sereno, amante de la conversación razonada y del equilibrio del alma. Representa el ideal del spoudaios griego —el hombre serio y virtuoso que vive según la razón—.

Plutarco lo muestra como un sabio doméstico, alguien que no necesitaba grandes cargos ni fama para vivir bien. De hecho, el tono del diálogo en que aparece sugiere una transmisión familiar de la filosofía, en la que la reflexión sobre la vida buena se enseñaba en el ámbito del hogar tanto como en las escuelas.

Es posible que fuera discípulo de alguna corriente platónica o pitagórica local, o al menos que mantuviera contacto con el ambiente filosófico de Beocia y Atenas. Aunque Plutarco no lo dice explícitamente, el modo en que lo recuerda encaja con la tradición moral platónica que él mismo continuará.

La abuela de Plutarco no es mencionada por nombre en ninguna de las obras conservadas, y los estudiosos coinciden en que no tenemos información directa sobre ella. Sin embargo, por las alusiones indirectas de Plutarco a su infancia y al ambiente familiar, puede inferirse que pertenecía a la misma clase culta y tradicional de Queronea.

Padres

El padre de Plutarco se llamaba Nicarco (Nikarcos o Nicarchus, según las transliteraciones latinas). Sabemos de él principalmente por menciones en los Moralia, donde aparece como una figura moralmente ejemplar y moderada, en la línea del carácter familiar que Plutarco idealiza.

Nicarco fue, según todo indica, ciudadano destacado de Queronea, perteneciente a una familia de la aristocracia local. Su fortuna permitió que Plutarco y sus hermanos (como Lamprias) recibieran una educación completa en Atenas, donde estudió con el filósofo Ammonio, del círculo platónico.

Aunque no se conservan testimonios sobre su oficio, la manera en que Plutarco lo recuerda sugiere que era un hombre instruido, probablemente vinculado a la administración o a la vida cívica, como correspondía a los notables beocios del siglo I d.C.

Su influencia moral fue profunda. En los tratados Preceptos matrimoniales (Coniugalia praecepta) y Sobre el amor fraternal (De amore fraterno), Plutarco refleja valores que, con toda probabilidad, aprendió de su padre: la armonía conyugal, la templanza y el amor entre hermanos. La imagen que se desprende es la de un padre filósofo sin escuela, un hombre que transmitía sabiduría práctica más que teorías, y que encarnaba el ideal de equilibrio familiar que luego su hijo convertiría en tema filosófico.

En el plano religioso, es posible que Nicarco participara en el culto local de Apolo, dado que Plutarco más tarde fue sacerdote del dios en Delfos, cargo que a menudo se heredaba o recaía en familias piadosas y respetadas.

La madre de Plutarco no es mencionada por nombre en ninguna fuente antigua, ni en los Moralia ni en las Vidas paralelas. Sin embargo, los textos permiten intuir que tuvo un papel central en su formación ética y afectiva.

Plutarco, en varios de sus escritos morales dedicados a mujeres (Preceptos matrimoniales, Virtudes de las mujeres, Consolación a su esposa), manifiesta una profunda admiración por la figura materna y femenina, a la que considera capaz de filosofía moral. Esa visión no se desprende solo de su esposa, sino probablemente de la experiencia de una madre educada, prudente y partícipe del pensamiento helénico clásico.

El tono con que trata los vínculos familiares —la ternura con que describe a la hija perdida, la mesura con que enseña a sobrellevar el dolor— sugiere que su madre encarnaba una forma de piedad y afecto equilibrado, conforme al ideal del logos interior.

De hecho, en Virtudes de las mujeres, Plutarco recuerda ejemplos de madres griegas que guiaron moralmente a sus hijos sin dejar de ser discretas. Este respeto hacia la figura materna fue poco común entre los moralistas de su época, y probablemente se origina en su experiencia personal con una madre sabia y serena.

Nacimiento

Plutarco nació hacia el año 46 d.C. en Queronea (Χαιρώνεια), una pequeña ciudad de la región de Beocia, en Grecia central. En ese tiempo, Grecia ya estaba incorporada al Imperio Romano, bajo el gobierno del emperador Claudio (41–54 d.C.).

Queronea era una ciudad modesta, pero de gran simbolismo histórico: allí, en el año 338 a.C., Filipo II de Macedonia había derrotado a los atenienses y tebanos, poniendo fin a la independencia política de las polis griegas. Esa carga histórica no era ajena a Plutarco, quien la menciona con orgullo y melancolía en algunos pasajes de sus obras, consciente de vivir en una Grecia sometida políticamente pero viva espiritualmente.

Su familia pertenecía a la aristocracia local de Queronea, lo que le permitió una formación privilegiada. Desde su juventud estuvo rodeado de cultura filosófica: su abuelo Autóbulo y su padre Nicarco eran hombres instruidos, y su hogar fue un espacio de conversación filosófica, religión tradicional y educación clásica.

Sabemos que tuvo al menos dos hermanos, y aunque no todos los nombres se conservan con certeza, el más importante y mejor conocido es Lamprias.

Las fuentes directas sobre ellos provienen principalmente de los diálogos filosóficos incluidos en los Moralia, donde aparecen como interlocutores o compañeros de conversación.

Plutarco lo describe con afecto y respeto. Lamprias es, en cierto modo, el contrapunto vivaz del carácter sereno del propio Plutarco: donde este busca la armonía y la prudencia, Lamprias representa el entusiasmo, la agudeza crítica y el humor socrático.

Aunque no se conservan pasajes en los que dialogue directamente (como Lamprias), se le asocia con los temas familiares tratados en De fraterno amore (Sobre el amor fraternal), donde Plutarco reflexiona sobre la armonía y la virtud entre hermanos.

El otro hermano, Timón, es menos citado pero está atestiguado en las fuentes antiguas. Aparece mencionado en algunas referencias secundarias y es recordado como parte del entorno doméstico y educativo de Plutarco.

Estudios

Atenas

Ya adolescente, Plutarco viajó a Atenas, el gran centro intelectual del mundo griego bajo el Imperio Romano. Allí estudió en la Academia platónica, que seguía activa, aunque con un carácter más ecléctico que en tiempos de Platón. 

Su maestro principal fue Ammonio, filósofo platónico, a quien Plutarco menciona con gran respeto en varias ocasiones (por ejemplo, en De E apud Delphos y Sobre los oráculos de la Pitia). Ammonio enseñaba una filosofía que combinaba el platonismo con elementos pitagóricos, aristotélicos y estoicos.

Bajo su guía, Plutarco estudió:

  • Filosofía moral y metafísica de Platón.

  • Lógica y ética aristotélicas.

  • Doctrinas sobre la naturaleza del alma y la inmortalidad.

  • Matemáticas y astronomía, que en la tradición platónica eran necesarias para elevar el alma hacia el conocimiento de las formas.

  • Retórica, esencial para el ejercicio público y la enseñanza.

A diferencia de los filósofos de escuela (estoicos, epicúreos, etc.), Plutarco adoptó una posición ecléctica: tomaba de cada corriente lo que le parecía más conforme a la razón y a la virtud.

  • De Platón, heredó la idea de que el alma es inmortal y que la filosofía es preparación para la vida moral.
  • De Aristóteles, la observación del mundo natural y el sentido práctico.
  • De los estoicos, la importancia del dominio de las pasiones.
  • Y de los pitagóricos, la idea de armonía cósmica.

Su modo de estudio era constante y reflexivo: Plutarco no buscaba teorías abstractas, sino principios para vivir mejor. Por eso, incluso en sus escritos más técnicos, su propósito es siempre ético y pedagógico.

Poco antes de regresar a Queronea, se dice que Plutarco contraería matrimonio com Timoxena en el año 70. Se sabe que provenía también de Queronea o de una familia vecina de Beocia, probablemente vinculada al mismo círculo social culto y religioso al que pertenecía Plutarco.

El matrimonio fue duradero, armónico y piadoso. Plutarco habla de su esposa en términos de gran afecto y respeto, considerándola un modelo de virtud doméstica y serenidad.

Vivían en Queronea, y según los testimonios antiguos, tuvieron al menos cuatro hijos y una hija, aunque dos de ellos murieron en la infancia.

Uno de los documentos más conmovedores que se conservan de Plutarco es la carta dirigida a su esposa Timoxena tras la muerte de su hija pequeña, que llevaba el mismo nombre que su madre.


La niña murió con apenas dos años, y Plutarco escribió entonces el tratado Consolación a la esposa (Consolatio ad uxorem), en el que la exhorta a no dejarse vencer por la tristeza:

“No debemos lamentar que haya dejado de vivir, sino agradecer que haya existido.”

En esa carta también menciona la pérdida anterior de otro hijo, Querón, del cual poco más se sabe.
El tono del texto muestra la profundidad espiritual de su matrimonio: el consuelo no es un discurso frío, sino una reflexión compartida sobre la inmortalidad del alma y la serenidad de la virtud.

Dos de los hijos de Plutarco sobrevivieron y alcanzaron la adultez:

  • Autóbulo,

  • y Plutarco (el Joven).

Ambos aparecen mencionados en varias de sus obras.
De hecho, Plutarco dedica a ellos su tratado sobre el Timeo de Platón (De animae procreatione in Timaeo), lo que sugiere que compartían su interés por la filosofía.

También se menciona un tercer hijo llamado Soklaros (o Soclaros), probablemente nombrado en honor a Soklaros de Titóra, amigo y confidente de Plutarco.
Este hijo, al parecer, llegó también a la edad adulta.

Una inscripción beocia de la época del emperador Trajano menciona a un Lucius Mestrius Soclarus —que lleva el mismo nombre latino que Plutarco, “Lucius Mestrius”—, lo que sugiere una continuidad familiar reconocida y romanizada.

De vuelta en Queronea

Tras concluir sus estudios, Plutarco regresó a Queronea, donde rápidamente fue llamado a servir en asuntos públicos.

La ciudad le encomendó una misión administrativa ante el procónsul romano en Corinto, lo que marcó el inicio de su vida cívica y diplomática.

De regreso en su tierra, Plutarco abrió su casa como escuela filosófica.

Su hogar en Queronea se convirtió en un centro de enseñanza y conversación para jóvenes discípulos, amigos y familiares. Allí se discutían temas morales, religiosos y políticos, en un ambiente de serenidad y respeto —una especie de “Academia doméstica”.

Esa vida familiar y reflexiva, que él mismo describe en los Moralia, muestra su ideal de sabiduría práctica:
la filosofía debía ejercerse no en la soledad del estudio, sino en la comunidad del hogar y la ciudad.

De estas conversaciones nacieron los primeros textos que luego formarían parte de los Moralia, obras breves, llenas de consejos sobre la virtud, la educación y la conducta.

Roma

A diferencia de otros intelectuales griegos que se establecieron allí definitivamente, Plutarco no se convirtió en un “romano de adopción” pleno: visitó Roma varias veces, pero nunca abandonó su vida en Queronea. Alternaba sus viajes con largos períodos en su ciudad natal, donde continuaba escribiendo y enseñando.

Plutarco viajó a Roma hacia el año 80 d.C., en plena madurez, probablemente durante los reinados de Tito (79–81) o Domiciano (81–96). Su objetivo no fue político, sino filosófico y educativo: Roma era entonces el corazón del Imperio, y los aristócratas romanos buscaban maestros griegos que les enseñaran filosofía moral y retórica.

Durante sus viajes a Roma, Plutarco continuó sus estudios, especialmente en historia, derecho y religión. Allí impartió clases de filosofía moral a la aristocracia romana y estableció contacto con intelectuales del círculo de los emperadores Trajano y Adriano.

Es muy probable que conociera en profundidad el latín y la historia romana, conocimientos que luego demostraría en sus Vidas paralelas.

De hecho, su obra es fruto de un trabajo de erudición monumental, basado en la lectura crítica de autores griegos y latinos, y en el método histórico-comparativo que hoy consideraríamos casi moderno.

Entre sus discípulos romanos se menciona a Mestrius Florus, un personaje influyente que, según se cree, le concedió la ciudadanía romana, razón por la cual Plutarco adoptó el nombre Lucius Mestrius Plutarchus.

Su reputación como maestro fue enorme. Los romanos lo admiraban no solo por su sabiduría, sino por su serenidad, su equilibrio y su moral cívica, cualidades muy valoradas en una época de corrupción y cinismo político.

Sacerdocio

Plutarco comenzó a desempeñarse como sacerdote de Apolo en el santuario de Delfos alrededor del año 95 d.C., y ejerció ese cargo durante más de tres décadas, hasta su muerte hacia el año 120 d.C.

Su nombramiento coincidió con el inicio de una etapa de renovación religiosa en el mundo griego durante el Imperio Romano: el culto de Apolo en Delfos, que había decaído en siglos anteriores, volvió a adquirir prestigio gracias, en parte, a la figura de Plutarco.

Por ello, los estudiosos suelen decir que Plutarco fue el “restaurador espiritual de Delfos”, tanto por su actividad sacerdotal como por los escritos que dedicó al templo y a sus misterios.

El templo de Apolo Pítico, en Delfos, era desde tiempos antiguos uno de los santuarios más sagrados de Grecia. Allí actuaba la Pitia, sacerdotisa inspirada por el dios, que pronunciaba los célebres oráculos, interpretados luego por los sacerdotes y escribas.

Durante la época romana, el santuario seguía siendo un símbolo de identidad helénica y sabiduría divina, y Delfos era también la sede de la Liga Anfictiónica, que agrupaba a las principales ciudades griegas para la organización de los Juegos Píticos.

Plutarco, además de sacerdote, fue epimeletes (administrador) de esa liga durante al menos cinco mandatos (entre 107 y 127 d.C.), encargándose de las festividades, las restauraciones arquitectónicas y los rituales religiosos.

Muerte

Plutarco murió en su ciudad natal, Queronea, probablemente hacia el año 120 d.C., durante el reinado del emperador AdrianoTenía cerca de setenta y cinco años.

Las fuentes antiguas, aunque escasas en detalles, coinciden en que falleció en paz, rodeado de su familia, discípulos y amigos, tras una vida dedicada a la filosofía, la religión y el servicio público.

En ese momento, ya había alcanzado gran prestigio en todo el mundo helénico y romano: era considerado un sabio, un sacerdote venerable y un maestro de virtud.


Su muerte, lejos de ser un acontecimiento trágico, fue vista por sus contemporáneos como la consumación natural de una existencia armoniosa, fiel a su enseñanza de que el alma sabia no teme a la muerte porque la conoce como tránsito y no como final.

Hasta el final de su vida, Plutarco siguió ejerciendo su sacerdocio en Delfos, oficiando en el templo de Apolo y escribiendo tratados sobre el alma, la inmortalidad y la providencia.
Alternaba su residencia entre Delfos y Queronea, donde mantenía su hogar familiar con Timoxena y sus hijos.

Su edad avanzada no interrumpió su actividad intelectual: escribió y revisó textos hasta sus últimos años, dejando un legado que abarca tanto las Vidas paralelas como los tratados morales y religiosos reunidos en los Moralia.

Obras

Vidas paralelas

Las Vidas paralelas constituyen la obra más conocida de Plutarco. Están compuestas por veintidós pares de biografías, cada una dedicada a un personaje griego y a un romano, seguidas de una comparación final (sýnkrisis). A ellas se añadían otras cuatro biografías sueltas (de Arato, Artajerjes II, Galba y Otón), lo que hacía un total cercano a cuarenta y ocho vidas.

Plutarco no concibió esta obra como una historia política, sino como una escuela de virtud. En el prólogo a la vida de Alejandro Magno, lo dice con claridad:

“No escribimos historias, sino biografías.”

El objetivo no era narrar acontecimientos, sino mostrar el carácter moral de los hombres. Por eso, más que en las grandes batallas o gestas públicas, Plutarco se interesa en los gestos, palabras y anécdotas cotidianas que revelan la verdadera naturaleza del alma.

“La manifestación de la virtud o del vicio no siempre se encuentra en las obras más grandes: una palabra o una broma son mejor prueba del carácter que una batalla con miles de muertos.”

Las Vidas paralelas son, en cierto modo, la aplicación práctica de las ideas filosóficas contenidas en sus Moralia.
Su propósito es que el lector aprenda virtudes por el ejemplo: que la lectura de las vidas de hombres ilustres despierte la admiración moral y la imitación de sus actos.

Plutarco lo expresa en la vida de Pericles:

“La virtud, con sus acciones, pone al lector en disposición de admirar y de imitar.”

Así, su obra cumple una función pedagógica y moral, no meramente histórica: instruir a través del ejemplo.

Aunque utiliza más de un centenar de fuentes históricas, Plutarco no pretende una reconstrucción erudita. A menudo no tuvo acceso directo a los textos, sino a recopilaciones o citas intermedias. Su dominio limitado del latín refuerza la idea de que dependía de traducciones o versiones griegas.

Plutarco escribe para un público culto y dirigente, hombres con educación filosófica y responsabilidades políticas. No busca entretener, sino formar el carácter de los futuros gobernantes.

En este sentido, sus biografías fueron una especie de manual moral para estadistas, donde cada vida es una lección sobre la justicia, la moderación y la templanza.

Moralia

La obra conocida como Moralia (en griego, Ἠθικά, Ethiká, o en latín Moralia) es una vasta recopilación de ensayos, diálogos y tratados de carácter filosófico, ético, religioso, político y literario, escritos por Plutarco a lo largo de su vida. No se trata de un libro unitario, sino de un conjunto de más de sesenta escritos breves, reunidos probablemente después de su muerte por sus discípulos y copistas. Su título, “Moralia”, fue dado por los editores antiguos aludiendo al tono moralizante y formativo que atraviesa toda la colección.

Los Moralia constituyen el corazón filosófico de la obra de Plutarco, en contraste con las Vidas paralelas, que representan su vertiente biográfica y ejemplar. Si en las Vidas la filosofía se expresa a través de la historia, en los Moralia aparece directamente bajo la forma de reflexión, exhortación o diálogo. El propósito general es formar el carácter moral del hombre, orientar su vida pública y privada conforme a la virtud, y mostrar cómo la razón y la piedad pueden conducir a la felicidad.

El contenido de los Moralia es extraordinariamente variado. Algunos tratados son estrictamente filosóficos, como Sobre la demora de la justicia divina, Sobre la serenidad del alma, Sobre el control de la ira o Sobre el destino, donde Plutarco combina el pensamiento platónico con elementos aristotélicos y estoicos. Otros son religiosos, como Sobre la decadencia de los oráculos, Sobre la letra E en Delfos o Sobre los oráculos de la Pitia, inspirados en su experiencia como sacerdote del templo de Apolo en Delfos. En ellos explora el sentido espiritual de la revelación, el papel de los daimones y la función simbólica de los ritos y los mitos.

Otra parte importante de los Moralia la constituyen los tratados éticos y prácticos, que son verdaderos manuales de sabiduría cotidiana. En textos como Sobre el amor fraternal, Consejos para mantener la amistad, Sobre la educación de los hijos o Cómo sacar provecho de los enemigos, Plutarco enseña cómo aplicar la filosofía en la vida diaria: cómo gobernar las pasiones, moderar los deseos, cuidar la palabra y buscar la virtud por encima del placer. Estos escritos muestran su ideal del filósofo como guía moral y cívico, no como teórico apartado del mundo.

También hay ensayos de temas literarios y científicos, donde Plutarco se muestra como un erudito curioso y de vastísima cultura. En Sobre la lectura de los poetas, por ejemplo, reflexiona sobre el valor educativo de la poesía; en Sobre el rostro visible en el orbe de la luna, combina astronomía y metafísica; en Charlas de sobremesa (Quaestiones convivales), recrea conversaciones filosóficas mantenidas entre amigos, donde el tono es más ameno, pero siempre moral y formativo. En otros, como Sobre comer carne, defiende el vegetarianismo por motivos éticos y espirituales, vinculando la alimentación con la pureza del alma.

En conjunto, los Moralia representan una enciclopedia moral del mundo antiguo, una síntesis de religión, filosofía, psicología, ética y ciencia. Plutarco no busca imponer un sistema filosófico cerrado, sino armonizar las distintas tradiciones —platónica, pitagórica, peripatética y estoica— bajo una misma convicción: que el alma humana puede elevarse a la divinidad mediante la virtud. Por eso su tono es más espiritual que doctrinario, más educativo que especulativo.

La importancia de los Moralia radica en que ofrecen un retrato completo del pensamiento de Plutarco y del ideal moral del helenismo tardío. A través de ellos, se percibe una filosofía viva, aplicada a los problemas reales del individuo: el miedo, la ira, la envidia, la muerte, la educación, la amistad, la superstición, la riqueza y la pobreza. En cada uno de estos temas, Plutarco enseña que la virtud es el equilibrio del alma y que el sabio vive en armonía con el orden divino del universo.


Pensamiento

Platón

Plutarco fue esencialmente platónico, aunque su filosofía puede describirse como ecléctica y conciliadora.

Admiraba a Platón, pero aceptó elementos del aristotelismo (peripatéticos) y, en menor medida, del estoicismo, mientras que rechazó rotundamente el epicureísmo, al que consideraba una doctrina materialista y atea, incompatible con la idea del alma divina y la providencia.

Plutarco no se interesó tanto por los problemas teóricos o metafísicos, sino por la formación ética y religiosa del ser humanoCreía que las grandes cuestiones del universo —el origen del mundo, la naturaleza del alma o la estructura de Dios— probablemente nunca podrían resolverse por completo mediante la razón. Por eso centró su atención en lo práctico: cómo vivir bien, cómo ser justo, cómo mantener la armonía interior.

Frente al materialismo estoico y al ateísmo epicúreo, Plutarco sostuvo una idea de Dios puro, trascendente y providente, en línea con la teología platónica. Dios es el Bien supremo, principio espiritual y causa ordenadora del cosmos.

Contra epicureos

Epicuro enseñaba que los dioses existen, pero que no intervienen en el mundo, pues viven en un estado de serenidad (ataraxia) lejos de los asuntos humanos. Plutarco ve en esta idea una forma de ateísmo encubierto, porque elimina toda relación viva entre lo divino y el cosmos.

En Sobre la superstición y en Contra Colotes, sostiene que es preferible la superstición a la incredulidad, porque el supersticioso al menos teme a los dioses, mientras que el incrédulo rompe todo vínculo moral con lo divino.
Para Plutarco, negar la providencia es destruir la base de la virtud:

“Si los dioses no cuidan del mundo, ¿por qué habríamos de cuidar nosotros de nuestras almas?”

Así, acusa a los epicúreos de fomentar el egoísmo moral y de privar al alma del principio de esperanza y de justicia divina.

Plutarco considera que la ética epicúrea, al poner el placer como fin supremo de la vida, degrada la dignidad del hombre y contradice la naturaleza racional del alma. Para él, la felicidad no puede depender del cuerpo, sino de la armonía interior, la moderación y la virtud.

En No se puede vivir placenteramente según Epicuro, ironiza sobre la incoherencia de los epicúreos: dicen que el sabio alcanza la serenidad por medio del placer, pero para conservarla deben reprimir el deseo, lo cual los obliga a practicar precisamente la templanza que Epicuro desdeña.

Contra estoicos

Plutarco fue también un crítico constante de los estoicos, aunque con un matiz importante: los respetó más que a los epicúreos. Mientras que consideraba a Epicuro un enemigo de la religión y de la virtud, veía en los estoicos unos filósofos nobles pero equivocados, cuya doctrina —según él— deformaba la libertad humana y confundía a Dios con la materia.

Plutarco escribió varios tratados dirigidos a refutar las doctrinas estoicas, entre ellos Adversus Stoicos (Contra los estoicos) y otros discursos incluidos en los Moralia, donde analiza sus errores en teología, moral y física. A diferencia de su tono mordaz contra los epicúreos, su crítica a los estoicos es intelectual y razonada, buscando corregir lo que considera desviaciones del verdadero espíritu de la filosofía platónica.

Plutarco consideraba que la noción estoica del destino (heimarméne) era incompatible con la libertad moral.
Los estoicos afirmaban que todo ocurre por necesidad divina y que el sabio debe aceptar su destino con serenidad.

Plutarco responde que este determinismo convierte la virtud en algo inútil: si todo está determinado, el hombre no puede elegir ni obrar con justicia.

En sus tratados morales, defiende la existencia de una libertad auténtica, otorgada por Dios al alma racional, para que pueda elegir el bien y asemejarse a lo divino.

“Si todo depende del destino, no hay virtud, ni culpa, ni justicia.”

De este modo, el libre albedrío es, para Plutarco, el fundamento de toda moral verdadera.

Otro punto de crítica fue la famosa apatheia estoica, es decir, la eliminación total de las pasiones.
Los estoicos enseñaban que el sabio debe liberarse de toda emoción —ira, deseo, placer o dolor— para alcanzar la tranquilidad del alma.

Plutarco rechaza esa idea por considerarla contraria a la naturaleza humana.
Sostiene que las pasiones no deben suprimirse, sino moderarse y educarse mediante la razón.
En Sobre el control de la ira y Sobre la serenidad del alma, explica que las emociones son fuerzas naturales que, bien orientadas, pueden servir al bien.

Universo

Para explicar el mundo sensible, Plutarco introduce una segunda causa o principio, la díada: el alma del mundo, que contiene tanto elementos racionales como irracionales.

Esta alma, en su aspecto inferior, está unida a la materia y es fuente del mal y del desorden; pero en la creación, fue iluminada por la razón divina, transformándose en alma cósmica ordenada, sin dejar de conservar su lado caótico.

Así, el universo es una mezcla de razón y necesidad, de bien y mal, donde la tarea del hombre es participar del orden divino por medio de la virtud.

Plutarco eleva a Dios por encima del cosmos, de modo que el contacto entre lo divino y lo humano se da a través de intermediarios espirituales, los daimones (demonios buenos). Estos no son seres malvados, sino agentes de la voluntad divina, responsables de transmitir los influjos de Dios al mundo.
Esta jerarquía cósmica inspirará más tarde a los neoplatónicos y a los Padres de la Iglesia.

A diferencia de los estoicos, que subordinaban todo al destino (heimarméne), Plutarco defendió la libertad de la voluntad humanaEl hombre no es un autómata del universo, sino un ser racional capaz de elegir entre el bien y el mal. Solo mediante esa libertad puede alcanzar la virtud y asemejarse a Dios.

El rasgo más distintivo de la ética plutarquea es su estrecha unión entre moral y religiónLa virtud no se alcanza solo con el esfuerzo humano, sino con la ayuda de Dios, que guía al alma mediante revelaciones e inspiraciones interiores.

Plutarco rechazó la superstición —a la que considera una corrupción de la piedad—, pero aceptó la adivinación y otros signos divinos como expresiones legítimas de la providencia. Creía que la mente humana, cuando se purifica del exceso de pasión, puede recibir mensajes del Logos divino.

Su actitud hacia la religión popular fue amplia y conciliadora: los dioses de los distintos pueblos no son enemigos ni competidores, sino manifestaciones diversas del mismo principio divinoPor eso, los mitos deben interpretarse alegóricamente, pues encierran verdades filosóficas bajo formas poéticas.

En este punto, Plutarco anticipa una visión universalista de la religión, donde la filosofía y la fe convergen. En su pensamiento, la religión se convierte en una vía moral y simbólica hacia la sabiduría.

Plutarco fue, además, vegetariano por razones éticas. En sus dos tratados del Moralia (Sobre comer carne, I y II), argumenta que el consumo de carne embrutece el alma al habituarla a la crueldad y al placer violento. Defiende que la moderación y el respeto por los seres vivos son expresiones de piedad cósmica, coherente con su visión del universo animado y divino.

Conclusión

Plutarco fue un puente entre la filosofía griega y el mundo romano, entre la religión y la razón, entre la reflexión y la vida práctica. Su existencia unió la acción cívica, el sacerdocio y la enseñanza moral, mostrando que la sabiduría no está en conocer muchas cosas, sino en vivir conforme al bien. En sus Vidas paralelas y en el Moralia, dejó una lección intemporal: el alma humana alcanza la felicidad cuando se gobierna a sí misma y busca la armonía con el orden divino.

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