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lunes, 26 de diciembre de 2016

San Agustín de Hipona - El libre albedrío (Libro I: El origen del mal) (388).


Tenemos una versión hablada de este apunte. Sólo dale play al audio y listo.

Hemos hablado suficiente sobre las bondades y las verdades de la vida desde la cosmovisión de San Agustín de Hipona. Es hora de que hablemos de un tema que inquieta tanto a creyentes como a ateos. Todos nos preguntamos sobre el mal y su origen ya sea de manera particular o manera general porque es lo que pareciera prevalecer en este mundo. ¿Qué hace Dios con el mal? ¿Acaso tiene consciencia de él y lo ignora? ¿O sabiendo que existe no le importa lo que pase? Ya habíamos visto que Dios lo sabe todo porque mientras el orden esté presente, él también lo estará. Veamos este diálogo que San Agustín tuvo con su amigo Evodio. 

SOBRE EL LIBRE ALBEDRÍO


LIBRO I: El origen del mal

Antes de comenzar con este tratado es preciso señalar que cada libro del tratado del libre albedrío fue hecho en años distintos, pero aquí en el blog lo veremos de forma continuada. 

¿Es Dios el autor del mal?


Evodio le pregunta con mucha curiosidad a Agustín quien es el autor del mal; no obstante, Agustín primero le hace unas aclaraciones. Hay dos tipos de males:

  1. El que está hecho por el hombre
  2. El que sufre el hombre
Es indudable que no pongamos en el mal a Dios, puesto que la perfección no puede obrar mal. Si algún hombre sufre un mal, esto no es para nada injusto. Nadie es castigado injustamente. 

El mal es hecho por alguien y ese alguien no es Dios porque este castiga las malas acciones. En todo caso, las malas acciones son siempre hechas con la voluntad

Evodio acepta todo esto con muy buena gana, pero se pregunta a todo este respecto que si Dios no es el causante del mal, entonces ¿quién nos enseñó a pecar? Agustín le pregunta si aprender es un mal o un bien, a lo que Evodio responde naturalmente que es un bien porque si se aprendieran cosas malas, entonces el aprendizaje no sería un bien. De hecho, de acuerdo con Agustín, el ser humano aprende a evitar el mal y no a hacerlo. Obrar el mal es alejarse del aprendizaje.

Sin embargo, Evodio ahora tiene otro modo de pensar diciendo que puede aprenderse tanto el bien como el mal. Pero para aprender se debe ser inteligente, y ser inteligente es bueno; por lo tanto, para aprender se necesita ser bueno (inteligente) y no malo (ignorante). 

¿Qué debemos creer acerca de Dios?

Evodio insiste en preguntar quién es el autor del mal, a lo que Agustín le comenta su breve interés por los maniqueos, filosofía que finalmente abandonó por considerarla llena de fábulas y que estaba alejada de la verdad. 

Si se quiere buscar el origen del mal se debe atender a una de las premisas más claras del Salmo 13,1; 52,1:

''Nisi credideritis, non intelligetis''
(Si no creéis, no entenderéis)

Es muy fácil asociar el origen del mal a Dios, pues todos los seres humanos están hechos de almas y el alma es algo hecho por Dios. Evodio dice que es justamente esa duda la que quiere resolver, pero Agustín le dice por ahora que la única obra de Dios ha sido el Hijo (Jesús), pues todo lo demás fue creado de la nada. 

La concupiscencia, el origen del mal

Para empezar Agustín le dice a Evodio qué entiende él por mal para empezar la discusión. Evodio dice que el mal se presenta en ejemplos como el adulterio, los homicidios y los sacrilegios.

En el caso del adulterio, este está prohibido por la ley no porque esté en contra de la ley, sino porque la ley prohíbe lo que es malo. Sin embargo, ¿qué pasaría con un hombre que deja que su mujer cometa adulterio? ¿se le podrá condenar a ese hombre que permite que exista el delito? En la lógica de esos tiempos no sería un crimen, pues el hombre permite que se le dañe y sin embargo lo que hace es tremendamente reprobable. Entonces, en ese sentido el adulterio no sería un mal a la luz de las leyes (siempre y cuando el hombre esté dispuesto a permitirlo).

Así, no todo lo que las leyes dictan sería un mal y de hecho, se han condenado a hombres por sus buenas acciones. Ahí Agustín le deja a Evodio el ejemplo de Jesús quien fue condenado. Por lo tanto, el adulterio no sería malo por efecto de las leyes, sino más bien sería malo por la libidine de los hombres y mujeres. 

Primera objeción: El homicidio cometido por miedo

Dicha acción que lleva al hombre a cometer adulterio, homicidio y sacrilegio es llevada por la pasión y la pasión es intrínsecamente concupiscencia

¿Habrá alguna diferencia entre la concupiscencia y el miedo? Evodio dice que son dos cosas distintas porque el hombre se entrega a la concupiscencia, mientras que con el miedo escapa de una situación. ¿Qué pasaría con el hombre que por temor mata a otro? tendríamos que decir que es un acto deplorable, pero por otro lado el hombre quiere vivir sin temor. Por lo tanto, no toda pasión es mala porque el miedo, al ser una pasión nos libra del mal de otros hombres.

¿Qué pasaría si un siervo mata a un señor? la ley castiga al hombre que mata a conciencia e incluso por concupiscencia. Sin embargo, si dicho siervo vivió en el temor por el señor ¿no sería una forma de justicia que lo matara? El hombre bueno es aquel que vive sin miedo; pero también hay dos tipos de concupiscencia:

Concupiscencia del hombre malo: matar por resguardar sus bienes. 
Concupiscencia del hombre bueno: matar por su seguridad e integridad.

El mal puede proceder de los dos, pero con la diferencia que uno estaría justificado y el otro injustificado. 

Segunda objeción: La muerte del agresor injusto

Agustín y Evodio acuerdan decir que el soldado debe matar a su enemigo, así como el hombre debe dar muerte al ladrón que lo dañará. En todo caso, el soldado no tendrá ningún problema en matar a su enemigo, pues la ley le ha permitido hacerlo. Es así que para Evodio, la ley siempre permite males menores para evitar los mayores. 

De alguna manera, Evodio justifica la acción de dar muerte a los malvados diciendo que así se evitan males mayores. Matar al enemigo estaría justificado al ser un mal menor. No obstante, San Agustín le pregunta que cómo podría Evodio justificar a alguien fuera de la ley. Además, la ley si bien puede dirigir un pueblo, no puede controlar lo que es considerado mal por la providencia. Una cosa sería respetar las leyes humanas y otra las leyes de Dios.

La ley eterna es moderadora de la vida humana

Agustín le pide a Evodio hacer una distinción entre ley temporal y ley perenne:

Ley temporal: ley justa que se modifica a través del tiempo.
Ley eterna (o inmutable): ley justa que no se modifica a través del tiempo

La segunda sería por supuesto la ley de Dios, mientras que la primera sería una ley humana. Obviamente, la ley temporal extrae sus propios principios de la ley eterna o inmutable. Por lo tanto, la verdadera ley que guía o debería guiar a los hombres es la ley eterna e inmutable, mientras que la primera es sólo una modificación de la segunda. 

¿Qué es mejor? ¿Vivir o saber?

¿Sabrá el ser viviente que está viviendo? Evodio responde que quien sabe que vive tiene que vivir primero para saberlo. Pero San Agustín advierte que esto no siempre es así, pues los animales no tienen razón pero viven; por lo tanto, no todo ser viviente sabe que existe. 

El ser humano sabe que existe porque tiene la razón, en cambio, quienes no la tienen no pueden saber que es la existencia ya que sólo usarán el instinto. Para Agustín, la experiencia no significa nada sin la razón y además, la experiencia no es totalmente buena, pues podemos experimentar cosas tanto malas como buenas y en cambio la razón siempre es buena. 

El hombre necio y el hombre sabio

Todos los animales se procuran placeres y además se alejan de los dolores. Nosotros los seres humanos compartimos algo de eso, sumado a que tenemos la razón que puede controlarlos. 

Los hombres sabios son aquellos que pueden controlar todos su sentidos y a la vez todas sus pasiones. Por lo tanto, la razón siempre será la mejor en la mente del hombre, mucho más que las pasiones que regularmente lo llevan a la ruina. 

Razón y pasión 

La mente y por lo tanto la razón es lo más poderoso del mundo inteligible. Evodio y Agustín acuerdan que la razón está por sobre la pasión, así como ningún vicio puede superar a ninguna virtud; siempre será preferible la virtud antes que el vicio. 

Podríamos decir que San Agustín desarrolla la siguiente dicotomía:

Razón - Pasión
Inteligencia - Sentidos
Sabiduría - Necedad
Alma - Cuerpo
Virtud - Vicio
Justicia - Injusticia

Por supuesto que un hombre sensato va a elegir las primeras del lado izquierdo y no las del lado derecho. 

Cuando la mente se entrega a cuestiones pasionales

Aunque la razón es invencible con las pasiones, el hombre sigue (algunas veces) cayendo en éstas últimas a pesar de contener la razón en su interior ¿por qué recurre a ellas? Este lo hace cuando quiere que el placer se vuelva cómplice con su mente por medio de la voluntad y el libre albedrío

Para Evodio es difícil pensar que un hombre que ya está en el lado de la sabiduría y la razón, baje a las profundidades de las pasiones por su propia voluntad. 

El castigo de las pasiones (voluntad, fortaleza y templanza)

Todos queremos una vida recta y feliz y para eso debemos seguir la buena voluntad. Los hombres que son apegados a los bienes materiales son justamente los que no tienen esta buena voluntad porque su voluntad está unida a cosas que se destruyen, no a cosas eternas. 

Ahora, este hombre que resiste los placeres del cuerpo, no será necesario solamente una buena voluntad, sino que también necesitará fortaleza para alejarse de estos. También deberá ser mesurado y prudente ante la adquisición de bienes. Por otro lado, dicho hombre también necesitará lo que es opuesto a la concupiscencia que en este caso sería la templanza. Finalmente, para que dicho hombre esté completo y libre de todo vicio y maldad, necesitará la justicia. Estas por supuesto, no son más que las cuatro virtudes cardinales que Platón explicó en su libro La República.

Lo que quiere decir San Agustín con todo esto, es que la voluntad es tanto la herramienta para alcanzar la felicidad como también es la herramienta para ser infelices, pues los que usan la voluntad para las cosas malas será débil, irascible, imprudente e injusto.  


Todos deseamos la felicidad pero muy pocos la consiguen

Si todos los hombres pueden y desean ser felices ¿por qué sólo algunos lo logran? Esta palabra es lógica porque si todos tienen la voluntad de ser buenos como de ser malos, entonces, ¿la gente es miserable por su propia voluntad? 

El hombre de mala voluntad no quiere una vida bienaventurada, no porque no la quiera en sí, sino que los medios para alcanzarla le son despreciables. En cambio, el hombre de buena voluntad quiere la vida bienaventurada y la alcanza a través de los medios apropiados, por eso siempre será más felices que el hombre de mala voluntad.

Ley eterna y ley temporal

La vida bienaventurada se dará como premio al hombre de buena voluntad. Ese hombre obviamente amará las cosas eternas y no las temporales que están sujetas a la modificación. Los infelices son aquellos que viven miserablemente porque se siguen por las cosas perecibles y los placeres del cuerpo, todas estas cosas son temporales. 

Luego Agustín le comenta las características que hacen que el hombre se entregue a la mala voluntad:

  1. Los bienes del cuerpo que son la belleza, la salud perfecta, la agudeza de los sentidos, la fuerza entre otros. 
  2. La libertad para hacer y deshacer
  3. La familia y los bienes materiales

Las leyes temporales no castigan a los hombres que se procuran bienes, pero si castiga a los hombres que se procuran bienes de forma injusta. Obviamente, los hombres al estar atorados en la adoración de sus bienes, una vez que un hombre injusto o una ley injusta y temporal se los quita estos se sienten miserables e infelices. 

En cambio, cuando el hombre se acerca a las leyes eternas y adora las cosas eternas, entonces nunca podrá sufrir mal y será feliz, ya que no podrá lamentar ninguna pérdida de cosas que no perecen. Por otro lado, Agustín reconoce también que las cosas y placeres del cuerpo se pueden utilizar siempre y cuando sean para el bien y no para el mal. 

Origen del mal moral


Pareciera ser que todo el origen del mal existe nada más ni nada menos que en el hombre mismo. 

Cuando este se dirige a los placeres verá su miseria y su infelicidad, pues la razón no tiene nada que ver con la voluntad del hombre, a menos que esta voluntad vaya hacia ella. La razón al ser perfecta no puede volcarse a los placeres, pues ya no sería ni divina ni perfecta si lo hiciera. Por lo tanto, lo único que nos queda es decir que es el hombre el origen del mal cuando utiliza su voluntad para las cosas más viles. 

Antes de retirarse, Evodio le pregunta algo realmente importante que está relacionado con la responsabilidad del mal, ya que si el hombre es el responsable del mal y Dios creó al hombre, entonces Dios es el responsable del mal, pero esto lo dejan para la segunda parte de este libro. 

Conclusión

Sorprendente, aunque también una esperada conclusión de aquellos que defienden la voluntad de Dios diciendo que la responsabilidad del mal yace en el hombre. Aquí queda para la posteridad la filosofía platónica al rechazar los placeres y seguir prefiriendo la razón por sobre todas las cosas. El libre albedrío siempre estará vinculado con el mal debido a las cosas malas que han ocurrido a lo largo de la historia. Si hay libre albedrío, pero por otro lado Dios existe y se supone que  es un Dios de amor ¿Cómo es que el mal sigue imperando casi impunemente en el mundo? sin duda una cuestión difícil incluso para San Agustín

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