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miércoles, 24 de diciembre de 2025

Plutarco - Moralia: Sobre la Monarquía, la Democracia y la Oligarquía

Plutarco ofrece en Sobre la monarquía, la democracia y la oligarquía un opúsculo breve pero incisivo, donde la reflexión política adopta la claridad del ejemplo y la armonía de la metáfora. Aun entre dudas de autoría, el texto respira espíritu platónico y sentido práctico: examina las tres formas clásicas de gobierno y sus degeneraciones no como abstracciones, sino como modos de vida que exigen virtud, prudencia y arte de gobernar. Más que un tratado cerrado, es un umbral: una invitación a pensar la política como música que puede desafinar o alcanzar perfección según quién la ejecute.

MONARQUÍA, DEMOCRACIA Y OLIGARQUÍA

I. La política como exhortación moral y forma de vida

Antes de empezar, Plutarco pronuncia un discurso seguramente dirigido a sus alumnos:

Al presentar yo mismo este discurso ante vosotros, la conferencia que pronuncié ayer, creía oír —no sé si en realidad o en un sueño— que la virtud política estaba diciendo: «Hay una base forjada en oro para los cánticos sagrados; se han echado los cimientos de un discurso que incita y eleva a la actividad política. Vamos, levantemos los muros, construyendo sobre esa exhortación la debida enseñanza».

Y es que quien ha aceptado la exhortación y el estímulo para ocuparse de los asuntos públicos tiene derecho, seguidamente, a oír y recibir consejos políticos, gracias a los cuales, en la medida en que ello es posible para un hombre, será útil para el pueblo, a la vez que organiza su vida privada con tanta seguridad como merecida estima.

Pero es necesario examinar, como continuación y desarrollo de lo ya expuesto, cuál es el mejor régimen político. Pues, del mismo modo que hay muchas clases de vida para un hombre, también las hay para un pueblo, y la clase de vida de un pueblo es su régimen político (politeía). Por tanto, es necesario adoptar el mejor; será éste, en efecto, el que escogerá el político entre todos, o el más parecido entre los restantes, si no es posible escoger aquél.

La política queda así firmemente anclada en una exigencia ética y normativa: no basta gobernar lo posible, hay que orientarse siempre hacia lo mejor, aunque las circunstancias obliguen a aproximaciones. Este principio guiará toda la reflexión posterior sobre monarquía, democracia y oligarquía.

II. La polisemia de politeía: ciudadanía, acción y conducta

Politeía no tiene un único significado, y esta pluralidad no es un defecto, sino un reflejo de la riqueza de la vida política.

Primero, politeía significa ciudadanía, es decir, participación en los derechos cívicos. El ejemplo de Alejandro y los megareos ilustra que la ciudadanía no es solo un estatus jurídico, sino un honor simbólico, cargado de memoria mítica (Heracles como precedente).

En segundo lugar, politeía designa la trayectoria pública de un hombre de Estado. Por eso se puede elogiar la política de Pericles o de Biante, y condenar la de Cleón o Hipérbolo. Aquí la política se juzga moralmente, según su orientación al bien común, no solo por su eficacia.

Finalmente, politeía puede referirse a una acción concreta particularmente brillante en favor de la comunidad: una donación, un decreto, el fin de una guerra. La política no se reduce a estructuras; también se encarna en actos singulares que realizan el bien común en un momento decisivo.

III. Las tres constituciones y su armonía fundamental

El tercer apartado introduce la politeía en su sentido más técnico: el orden constitucional del Estado. Siguiendo la tradición clásica, se distinguen tres regímenes fundamentales: monarquía, oligarquía y democracia. El texto remite expresamente al célebre debate persa de Heródoto, Historias III, 80–82, uno de los precedentes más antiguos de la teoría constitucional.

La originalidad del pasaje reside en la metáfora musical: así como existen modos musicales fundamentales, los regímenes políticos son estructuras armónicas que pueden desafinar por exceso o defecto. Cuando pierden la medida (métron), se corrompen:

  • la monarquía degenera en tiranía,

  • la oligarquía en dinastía,

  • la democracia en oclocracia.

La causa común de la corrupción es la desmesura (hybris), producto de la insensatez. Esta idea enlaza con Platón, Leyes 693e–694a, donde la pérdida de la medida es el principio de la decadencia política.

Los ejemplos históricos —Persia, Esparta, Atenas— no son neutrales: muestran que cada régimen puede existir en una forma pura y estable, pero siempre bajo el riesgo de su perversión interna.

IV. El arte de gobernar y la supremacía de la monarquía

Así como el músico experto puede tocar distintos instrumentos si los afina correctamente, el hombre de Estado competente puede gobernar distintos regímenes, adaptándose a su naturaleza. Gobernar no es imponer una forma abstracta, sino sintonizar con la realidad política concreta.

Sin embargo, siguiendo el consejo de Platón (República 399c–d; Político 301d–303b), el texto afirma una preferencia normativa: si el gobernante pudiera elegir libremente, escogería la monarquía, porque es el único régimen capaz de sostener un tono elevado y estable de virtud sin caer en la coacción ni en la concesión interesada de favores.

Las demás formas de gobierno presentan una fragilidad estructural: el gobernante depende de aquellos mismos de quienes recibe el poder, lo que debilita su autoridad moral. Por eso el político en estos regímenes se ve a menudo sometido a la fortuna, como expresa el verso de Esquilo: ''Tú me alientas, tú creo que me abrasas''.


Conclusión

Plutarco concluye Sobre la monarquía, la democracia y la oligarquía afirmando que la política no es una técnica neutral, sino un arte moral cuyo criterio último es la virtud. Las formas de gobierno —monarquía, democracia y oligarquía— valen en la medida en que conservan medida, armonía y orientación al bien común; cuando pierden ese equilibrio, degeneran inevitablemente en tiranía, oclocracia o dominación facciosa. El buen hombre de Estado debe saber gobernar en cualquier régimen, como el músico que afina distintos instrumentos, pero, si pudiera elegir, optaría por la monarquía virtuosa, no por su poder, sino por su capacidad de sostener una dirección unitaria, elevada y estable de la vida política. Así, el tratado no defiende un régimen por conveniencia histórica, sino que propone un ideal exigente: gobernar es mantener la armonía entre autoridad, razón y virtud, tanto en la ciudad como en el alma de quien la dirige.


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