Durante su tiempo como obispo, Malestroit vivió de cerca los conflictos de la Guerra de los Cien Años, un enfrentamiento intermitente entre Francia e Inglaterra que duró más de un siglo. Su papel en la guerra fue principalmente diplomático. La Guerra de los Cien Años no solo involucraba conflictos entre países, sino que también tenía fuertes repercusiones internas, como las luchas de poder entre los nobles franceses y los bretones. Malestroit trató de mediar y mantener una posición que favoreciera los intereses de Bretaña y su autonomía dentro del Reino de Francia.
Poco después, se unió al Consejo Privado del Duque de Bretaña, Juan VI, y asumió varios roles administrativos, incluyendo el de Presidente de la Cámara de Cuentas y Tesorero General del Ducado.
En 1419, fue transferido a la diócesis de Nantes, donde inició junto al duque Juan V la construcción de la catedral de San Pedro y San Pablo, colocando la primera piedra en 1434. También promovió la construcción del Château-Gaillard en Vannes. En 1440, presidió el juicio eclesiástico de Gilles de Rais en Nantes.
Observaciones económicas
Malestroit también fue un economista y teórico francés del siglo XVI conocido por sus observaciones sobre la inflación y el valor de la moneda, en un periodo en el que Europa comenzaba a experimentar los efectos económicos de la afluencia de metales preciosos procedentes de América. Su obra más importante, titulada "Les Paradoxes sur le faict des Monnoyes" (Las paradojas sobre el hecho de las monedas), publicada en 1566, abordó el fenómeno del aumento de los precios y la depreciación de la moneda, lo cual sentó las bases para el entendimiento de la inflación en la economía moderna.
El contexto estuvo marcado por la afluencia de metales preciosos, especialmente oro y plata, que llegaban de América a través de España y luego se difundían por toda Europa. Este aumento repentino de los metales preciosos influyó en las economías europeas, incluyendo la de Francia, y produjo un efecto de devaluación de las monedas que entonces se acuñaban principalmente en metales preciosos.
La Cámara de Cuentas de París busca explicaciones a este tipo de ''inflación'' y para eso se consulta a Jean de Malestroit que explica este fenómeno por medio de sus paradojas.
Primera paradoja:
Malestroit presenta su argumento en un silogismo: en primer lugar, define la "carestía", señalando que algo solo puede considerarse más caro si cuesta ahora más de lo que costaba anteriormente en términos de oro o plata. En segundo lugar, observa que la experiencia demuestra que efectivamente se requiere ahora más oro y plata para adquirir ciertos bienes, llegando a la conclusión de que, en realidad, nada se ha encarecido, sino que el aumento de precios es simplemente una ilusión provocada por la depreciación de la moneda. Según Malestroit, los intercambios en moneda de cuenta (unidad de medida) no reflejan un incremento real en el costo cuando se comparan con intercambios en moneda de circulación (valor real).
Malestroit describe el intercambio monetario en términos que anticipan conceptos de la economía política moderna. Desde la antigüedad, los intercambios se medían en oro y plata, las cuales eran formas estándar de riqueza y valoración. Sin embargo, Malestroit argumenta que aunque los precios en "moneda de cuenta" han subido, no ha habido un cambio real en el "valor" de los bienes cuando se mide en oro o plata en especie (monedas o lingotes). Esto lo lleva a concluir que los precios actuales no reflejan una "encarecimiento real" de las mercancías, sino una ilusión creada por la desvalorización de la moneda oficial.
Para ilustrar esta idea, Malestroit compara el precio de varias mercancías en diferentes tipos de monedas y concluye que, aunque los precios hayan cambiado en términos de la moneda de cuenta, el valor de intercambio en términos de oro y plata ha permanecido estable. Según él, si se comparan estos precios en términos de oro o plata, no existe una verdadera inflación.
- En el reinado de Felipe de Valois (1328-1350), una aune de terciopelo costaba 4 libras, lo cual equivalía a 4 escudos de oro.
- En 1566, el mismo terciopelo costaba 10 libras, pero aún equivalía a 4 escudos de oro.
La segunda paradoja de Jean de Malestroit trata sobre el impacto negativo que los aumentos en los precios (a los que él llama "sobrevaluaciones") tienen sobre los ingresos fijos de las personas, en particular aquellos que dependen de rentas constantes, como los nobles, el rey y otros miembros de la aristocracia. Malestroit sostiene que estos aumentos de precios no son la causa de la depreciación de la moneda, sino una consecuencia de ella. Según su análisis, la devaluación de la moneda de cuenta (la moneda en la que se calculaban estos ingresos) reduce el poder adquisitivo de los ingresos fijos, ya que, aunque las personas reciban la misma cantidad de moneda, esta ahora vale menos.
Para ilustrar su punto, Malestroit compara los ingresos de las personas en dos períodos: el reinado de Felipe de Valois (1328-1350) y el año 1566. En el primer período, una renta de 50 sous era equivalente a un escudo de oro, y con ese escudo se podía comprar media aune de terciopelo (una medida de tela). Sin embargo, en 1566, esa misma renta de 50 sous equivale a menos: ahora solo permite adquirir un cuarto de aune de terciopelo. Esto demuestra que los ingresos fijos han perdido poder adquisitivo a lo largo del tiempo, ya que el mismo monto de dinero ahora compra menos bienes debido a la depreciación de la moneda.
Malestroit concluye que esta pérdida de poder adquisitivo de los ingresos fijos genera un empobrecimiento general en el reino. A pesar de que el valor nominal de las rentas se mantenga, el hecho de que las personas puedan comprar menos bienes con la misma cantidad de dinero refleja una pérdida de riqueza real. Este fenómeno afecta a todos aquellos que dependen de ingresos estables en moneda de cuenta y, según Malestroit, contribuye a una situación de pobreza generalizada en el reino, donde el alza de precios en la moneda de cuenta no refleja una verdadera prosperidad, sino una disminución del valor del dinero.
Respuestas a las paradojas
Dirigido al rey
Bodin se dirige a una autoridad (Monsieur Prevost) para expresar sus preocupaciones sobre las ideas de Malestroit, a quien acusa de sostener opiniones contrarias al sentido común o de proponer ideas "paradójicas" que, según Bodin, no están alineadas con la realidad.
Bodin argumenta que, contrariamente a lo que sugiere Malestroit, la inflación y el encarecimiento de productos como el vino, el trigo y los bienes manufacturados no pueden atribuirse a la misma cantidad de dinero en circulación. Según Bodin, la comparación de precios históricos y actuales de diferentes productos demuestra que ha habido un cambio significativo en el valor del dinero.
Bodin presenta ejemplos detallados de cómo los precios han aumentado considerablemente a lo largo del tiempo, especialmente en el caso de productos de primera necesidad. Refiere, por ejemplo, el costo del trigo y otros alimentos que han aumentado varias veces en comparación con los precios de hace cien años. Argumenta que el problema se deriva en gran parte de la abundancia de oro y plata, que ha provocado la devaluación del dinero, y no de causas relacionadas con las políticas o prácticas comerciales locales.
En este sentido, Bodin también rechaza la idea de que se pueda controlar la economía mediante restricciones o regulaciones arbitrarias. Critica a Malestroit por no tener en cuenta el efecto de la abundancia de metales preciosos que llega de las colonias y cómo esto afecta inevitablemente la inflación. Enfatiza que los precios seguirán subiendo si no se aborda el verdadero problema, que es la desvalorización de la moneda debido a su abundancia.
La crítica de Bodin es meticulosa, pues muestra que Malestroit no ha tomado en cuenta ciertos factores económicos que él considera fundamentales. En resumen, Bodin defiende que el aumento de precios es una consecuencia de cambios en la oferta monetaria y no un simple capricho del mercado o del comportamiento de los comerciantes.
El filósofo señala que, en tiempos anteriores, incluso el pueblo romano experimentó aumentos similares en los precios cuando recibieron abundantes riquezas de sus conquistas. En concreto se refiere al capitán Paulo Emilio, quien trajo a Roma una gran cantidad de oro y plata obtenida de las campañas militares. Este flujo masivo de riquezas afectó la economía de la ciudad, ya que el pueblo romano se encontró con una situación en la que el valor del dinero disminuyó en relación con el precio de los bienes. Según Bodin, los impuestos y los precios de la tierra en Roma aumentaron en dos tercios de manera casi inmediata. Bodin también menciona casos históricos, como los excesos de Heliogábalo y Calígula en el Imperio Romano, quienes mostraron una actitud de despilfarro y desprecio hacia la riqueza. Señala cómo estos emperadores intentaron imponer controles para moderar la inflación o limitar el gasto en lujos, aunque sin éxito.
Bodin argumenta que el exceso de riquezas provoca desprecio por los productos comunes y, a la vez, genera inflación debido a la disminución del valor del dinero. Critica la interpretación de Malestroit, quien parece atribuir la carestía a factores como la escasez de bienes o políticas específicas, en lugar de considerar la influencia del flujo de metales preciosos en la economía.
Además, Bodin destaca que este fenómeno no solo afecta a Francia, sino que ha sido un patrón recurrente en varias naciones que han experimentado un aumento en su riqueza sin un incremento proporcional en la producción agrícola o industrial. Recalca que los bienes necesarios, como la comida y la vestimenta, suben de precio debido a la mayor cantidad de dinero en circulación, no porque haya una verdadera escasez de estos bienes.
Caso de otros países
Bodin explica que esta abundancia de riqueza ha permitido a algunas naciones (como España e Italia) dedicarse a la importación y al comercio en lugar de la producción. Esto ha llevado a un desequilibrio, donde el consumo y el comercio internacional prevalecen sobre la autosuficiencia y el desarrollo de industrias locales.
Esto no solo pasa con las monedas, sino que también con las piedras preciosas y perlas, Bodin critica cómo la abundancia ha causado una pérdida de valor percibido en bienes que antes eran considerados excepcionales. Menciona que incluso las perlas, que antes se apreciaban enormemente, ahora son despreciadas y vendidas a bajo precio debido a su abundancia.
Monopolios y gobernantes
Bodin identifica que otra causa de la inflación es la monopolización de ciertos productos y el control de precios por parte de comerciantes y gremios. Esta manipulación del mercado, junto con la acumulación de riqueza por un grupo reducido, contribuye al aumento de los precios y la dificultad de acceso a ciertos bienes para la población común. Bodin critica las medidas de algunos gobernantes que, al intentar regular los precios y limitar la circulación de metales preciosos, no abordan el problema de raíz. Sugiere que las políticas restrictivas o los intentos de controlar el mercado solo generan efectos temporales y no resuelven el problema de la inflación derivada de la sobreabundancia de metales.
Despilfarro
Menciona el caso del pan en tiempos de Varrón, que inicialmente costaba cincuenta denarios de plata pero cuyo precio se incrementó diez veces debido a la sobreabundancia de dinero. Bodin utiliza este ejemplo para ilustrar cómo el exceso de riqueza en forma de oro y plata puede causar la devaluación del dinero, lo que lleva a un aumento generalizado en los precios de productos básicos. Este patrón, advierte, se repite históricamente cada vez que una sociedad recibe un flujo masivo de metales preciosos sin un incremento proporcional en la producción de bienes.
Además, Bodin critica la cultura de despilfarro que existía en Roma, donde los ricos invertían grandes sumas de dinero en lujos innecesarios y extravagancias. Menciona, por ejemplo, al actor Roscio, quien ganaba sumas astronómicas, y a otras figuras que gastaban en entretenimientos y banquetes excesivos. Este consumo ostentoso contribuía a encarecer los productos y a una inflación descontrolada, ya que el dinero se destinaba a satisfacer gustos personales y lujos en lugar de invertir en actividades productivas. Para Bodin, esta tendencia no solo genera inflación sino también una cultura de desprecio hacia los bienes esenciales, haciendo que aumenten de precio y sean inaccesibles para la mayoría de la población.
Bodin también reflexiona sobre la naturaleza efímera de estas riquezas y advierte que, aunque una sociedad pueda experimentar un período de prosperidad por la entrada de metales preciosos, este crecimiento es insostenible a largo plazo. A medida que el valor del dinero disminuye, la economía se vuelve vulnerable a crisis y recesiones. Para Bodin, la verdadera riqueza no debería medirse solo en la cantidad de oro y plata acumulada, sino en la estabilidad y la producción de bienes esenciales. Critica la dependencia en estos metales como base de la economía y defiende que una economía fuerte debe basarse en la producción y en un consumo equilibrado que no dependa exclusivamente de los lujos y el despilfarro.
Evolución de la moneda
Bodin aborda la evolución histórica del valor de la moneda y los precios de los bienes, explorando cómo factores políticos y económicos han influido en estos cambios. Una de las ideas centrales es la fluctuación del valor del dinero en diferentes períodos, ilustrada con ejemplos específicos. En el año 1422, por ejemplo, el marco de plata equivalía a una suma mucho mayor de dinero en comparación con años posteriores, un hecho que Bodin relaciona con la devaluación y las decisiones políticas.
El autor destaca cómo las crisis políticas, como la ocupación inglesa de París, afectaron el sistema económico de la época. Durante este período, los valores de la moneda y los bienes esenciales fluctuaron considerablemente, con precios que reflejan el impacto de la guerra y la inestabilidad. Carlos VII, según relata Bodin, intentó introducir nuevas monedas en un esfuerzo por estabilizar la economía y garantizar un sistema más equitativo.
Otro aspecto importante que desarrolla Bodin es el costo de vida y los precios de los productos básicos, como el vino, la carne y otros bienes esenciales. Muestra cómo estos precios variaban dependiendo de la época y la región, y utiliza estas cifras para reflexionar sobre la economía y las dinámicas sociales. Por ejemplo, menciona que el precio del "mouton" (cordero) era considerablemente más alto en ciertos momentos históricos, mientras que el precio del vino se mantenía más accesible, reflejando prioridades económicas y cambios en la producción.
Bodin también analiza la influencia de las leyes romanas y su continuidad en el sistema monetario medieval y renacentista. Compara los estándares de pureza de la moneda en diferentes momentos históricos, señalando cómo las adulteraciones en la acuñación de monedas afectaron la confianza en el dinero y alteraron los valores económicos. Critica las decisiones de ciertos monarcas que, para recaudar más fondos, redujeron la calidad de las monedas, causando inflación y perjudicando a los ciudadanos comunes.
Moralidad en la economía
Para él, una economía desprovista de moral no solo genera desigualdades sociales, sino que fomenta la corrupción y la inestabilidad. En este sentido, argumenta que el bienestar colectivo debe prevalecer sobre los intereses individuales o de unos pocos.
Otra de sus reflexiones filosóficas se centra en la responsabilidad de los gobernantes hacia sus súbditos. Bodin considera que los líderes tienen el deber de garantizar un sistema económico justo que proteja a la población de prácticas como los monopolios y la especulación. Insiste en que una buena gobernanza no se mide solo por el enriquecimiento del Estado, sino también por la capacidad de crear condiciones de justicia económica y estabilidad social.
Para Bodin, la economía es un reflejo directo de las virtudes o vicios de una sociedad. Afirma que una comunidad virtuosa tenderá a implementar prácticas económicas justas, mientras que una dominada por la avaricia enfrentará desorden y pobreza. Desde esta perspectiva, el comportamiento económico no es solo una cuestión técnica, sino un indicador de la salud moral de la sociedad.
En cuanto al comercio, Bodin lo concibe como un medio para fomentar la cooperación entre los pueblos en lugar de perpetuar la explotación. Critica los sistemas que privilegian la acumulación desmedida de riqueza y aboga por un comercio justo que beneficie a todas las partes involucradas. En su visión, el comercio debe ser una herramienta para fortalecer las relaciones humanas y promover el bienestar común.
Bodin también reflexiona sobre la distribución de la riqueza, resaltando que las desigualdades extremas son una amenaza para la estabilidad social. Considera que las políticas económicas deben buscar no solo el crecimiento, sino también una distribución equitativa que permita a todos los ciudadanos vivir con dignidad. Para él, la economía debe estar al servicio del bien común y no de los intereses de una élite privilegiada.
Administración
Jean Bodin aborda cómo, a pesar de existir leyes para controlar monopolios y regular los excesos en alimentos y vestimentas, estas rara vez se aplican. Señala que el ejemplo de los cortesanos, que viven con lujos desmedidos, influye negativamente en la administración de la república. Para Bodin, la salud de un estado depende directamente de la moral y la disciplina de sus líderes, pues todo mal o beneficio se transmite desde la cabeza al resto del cuerpo político.
El autor reflexiona sobre la exportación de bienes del reino. Algunos personajes influyentes proponen eliminarla por completo, creyendo que el reino puede prosperar sin depender de productos extranjeros. Sin embargo, Bodin considera esta idea inviable, argumentando que el comercio internacional no solo fomenta el desarrollo económico, sino también la amistad y el entendimiento entre naciones.
Bodin también subraya la importancia moral del comercio. Argumenta que un reino tiene la responsabilidad de compartir sus riquezas y virtudes con otros pueblos, viéndolo como un deber natural. Critica a los romanos por rechazar alianzas con pueblos que ofrecían lealtad voluntaria, calificándolo como un acto de arrogancia y debilidad moral.
Bodin examina las preocupaciones en torno a la corrupción moral que el comercio con extranjeros podría causar. Cita a filósofos como Platón y Licurgo, quienes evitaron tales intercambios para proteger la pureza de sus comunidades. Sin embargo, Bodin defiende que permitir el comercio es prudente, siempre y cuando se establezcan límites claros y se actúe con virtudes ejemplares.
Además, Bodin aboga por proteger los bienes esenciales del reino, como el trigo y la sal, evitando que caigan bajo el control de extranjeros o enemigos. Propone medidas como la creación de graneros públicos y sistemas de almacenamiento para garantizar la estabilidad alimentaria del reino, sugiriendo que esto permitiría reducir la dependencia de mercados externos.
Comercio moral y la moneda
A pesar de que se establecen leyes para limitar los excesos, estas no se aplican de manera efectiva, lo que genera un impacto negativo en la administración del reino y la estabilidad económica.
El autor analiza la importancia del comercio internacional, destacando cómo algunos sectores buscan limitarlo bajo la creencia de que la autosuficiencia puede asegurar la prosperidad. Sin embargo, Bodin argumenta que el intercambio con otras naciones es necesario no solo para el desarrollo económico, sino también para fortalecer las relaciones diplomáticas y el entendimiento entre los pueblos.
Bodin también aborda el impacto del comercio en la moral y los valores del reino. Critica a aquellos que ven el intercambio con extranjeros como una amenaza a la pureza moral, señalando que con una regulación adecuada, el comercio puede ser un medio para compartir virtudes y recursos, promoviendo la justicia y el equilibrio social. Los que señalan el comercio de esta forma, argumenta que los extranjeros podría influir negativamente en la pureza cultural y las virtudes tradicionales de la sociedad. Los intercambios podrían introducir lujos innecesarios o prácticas consideradas decadentes.
En cuanto a la producción de bienes esenciales, Bodin propone medidas concretas para evitar la dependencia de recursos externos, como la creación de graneros públicos y la regulación de la producción local. Esto garantizaría la estabilidad alimentaria del reino y protegería su soberanía económica.
El texto también examina la cuestión de la moneda y su impacto en la economía. Bodin sugiere que la calidad y la uniformidad de la moneda son esenciales para evitar abusos y fraudes. Propone estándares estrictos para la acuñación de monedas, asegurando su peso y pureza para mantener la confianza del público y la estabilidad del comercio.
Producción de la moneda
Jean Bodin describe los problemas asociados a la refinación de metales como el oro y la plata para la producción de monedas. Explica que este proceso es costoso, genera pérdida de peso y fragilidad en las monedas. Propone el uso de metales menos puros como una posible solución para reducir costos, aunque reconoce que esto puede comprometer la durabilidad y el valor intrínseco de las monedas.
El filósofo analiza cómo los falsificadores mezclan metales inferiores con los nobles, lo que produce monedas de menor calidad que circulan en la economía como si fueran legítimas. Bodin critica severamente estas prácticas porque erosionan la confianza en el sistema monetario y perjudican a la economía en general.
Bodin subraya que la adulteración de la moneda afecta principalmente a los sectores más pobres de la sociedad, quienes terminan recibiendo monedas de menor valor y calidad. Además, critica las decisiones gubernamentales de devaluar las monedas para cubrir gastos, lo que tiene consecuencias negativas sobre la economía popular y exacerba la pobreza.
A lo largo del texto, Bodin menciona ejemplos históricos de alteraciones monetarias, como las llevadas a cabo por la reina de Inglaterra y Felipe el Hermoso en Francia. El rey Felipe el Hermoso llevó a cabo una significativa alteración en la moneda de su reino. En su análisis, describe cómo el monarca degradó la calidad de la moneda de plata, disminuyendo su contenido metálico noble, lo que resultó en una pérdida de valor real. Esta alteración se realizó como una medida para cubrir las necesidades económicas del reino, particularmente en momentos de crisis financiera. Esto resultó en disturbios entre la población, incluyendo saqueos y enfrentamientos, especialmente en París. La insatisfacción social fue tan severa que el rey tuvo que restablecer parcialmente el valor original de las monedas para calmar a los ciudadanos.
Explica cómo estas decisiones políticas, dirigidas a resolver problemas financieros inmediatos, generaron descontento social y dañaron la economía a largo plazo.
Bodin propone un manejo más responsable de la moneda, basado en mantener un estándar de calidad para los metales y evitar prácticas como la devaluación y la mezcla de metales inferiores. También sugiere regular las monedas extranjeras para proteger la economía nacional y garantizar la estabilidad financiera del país.
Subraya que una moneda debe mantener su calidad y valor para proteger el bienestar económico. Propuestas como mantener altos estándares en la pureza de los metales y evitar prácticas de devaluación son esenciales para una economía estable. También reflexiona sobre la necesidad de regular las monedas extranjeras para proteger las economías locales de la competencia desleal.
Conclusión
Una reflexión personal que surge al leer a Bodin es cómo su análisis económico está profundamente conectado con la justicia social. Bodin no solo busca entender los fenómenos económicos, sino también proponer soluciones que busquen un equilibrio entre los intereses de diferentes grupos sociales. Este enfoque es un recordatorio de que la economía no puede divorciarse de la ética y la política, ya que las decisiones económicas tienen consecuencias directas en la vida de las personas, especialmente de las más vulnerables.
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