El Método para el conocimiento fácil de la historia (Methodus ad facilem historiarum cognitionem), publicado en 1566, es una de las obras más influyentes de Jean Bodin y refleja su profundo compromiso con la organización del conocimiento histórico y su aplicación práctica en la política. En este tratado, Bodin busca dotar a la historia de un método riguroso y sistemático que permita no solo conocer el pasado, sino también extraer de él lecciones valiosas para la comprensión del presente y la proyección del futuro. En lugar de considerar la historia como una simple crónica de eventos, Bodin la sitúa en el corazón de un proyecto filosófico más amplio, en el que la historia se convierte en una herramienta para establecer leyes universales sobre el comportamiento humano y el gobierno. Veamos lo que Bodin quiere presentarnos.
MÉTODO
PARA EL CONOCIMIENTO FÁCIL DELA HISTORIA
Capítulo I: Lo que es la historia y cuántas categorías tiene
Bodin describe tres tipos de historia: humana, natural y divina. La historia humana se centra en los actos del hombre dentro de la sociedad, la historia natural explica las causas ocultas en la naturaleza, y la historia divina se refiere a la fuerza y el poder de Dios. Estas tres manifestaciones de la historia están vinculadas a tres virtudes: la prudencia, el conocimiento y la fe, que juntas forman la sabiduría verdadera. Bodin destaca que, aunque la historia divina tiene el mayor impacto en la vida humana, las tres fases de la historia son esenciales para el bienestar del hombre.
Bodin argumenta que la comprensión de la historia debe comenzar con los asuntos humanos, antes de pasar a las ciencias naturales y, finalmente, a la contemplación de Dios. Este enfoque gradual permite a las personas desarrollar una comprensión más profunda del mundo y del Creador. Asimismo, advierte que quienes intentan enseñar historia divina sin antes abordar los asuntos humanos y naturales corren el riesgo de crear confusión y desaliento.
Bodin también distingue entre la historia humana y las otras dos. La historia humana, influida por la volubilidad de la voluntad humana, está en constante cambio, mientras que la historia natural y divina son más estables y siguen leyes fijas. Aun así, la historia humana es crucial, especialmente para quienes están involucrados en la vida social y política, ya que a través de ella se pueden discernir patrones recurrentes que ayudan a guiar las decisiones humanas.
Capítulo II: El orden de la lectura de los tratados históricos
Jean Bodin aborda la importancia del método y el orden en la lectura de tratados históricos. Bodin compara la organización de la lectura de la historia con la preparación de un banquete, subrayando que la disposición y secuencia de los elementos son esenciales para una comprensión adecuada. Así como los platos deben servirse en el orden correcto, las obras históricas deben leerse en una secuencia que respete la cronología y coherencia de los eventos, para evitar confusiones que afecten la memoria y la comprensión de los hechos.
Bodin argumenta que la historia debe estudiarse a partir de una visión general, usando el análisis como una herramienta para descomponer el conocimiento en partes más manejables. Destaca la importancia de no desmembrar los acontecimientos históricos, advirtiendo que los autores que tratan una sola parte de un evento, como algunos cronistas de la guerra púnica que criticaba Polibio, ofrecen una visión incompleta y fragmentada. Para comprender la historia en su totalidad, es necesario tener una visión panorámica antes de abordar los detalles específicos.
El autor propone un enfoque progresivo para la lectura de la historia, comenzando por un esquema general de los grandes periodos y eventos clave, tales como los orígenes del mundo, el diluvio, y los inicios de los estados y religiones más influyentes. Estos eventos pueden fecharse usando marcos temporales como la creación, las Olimpiadas, o el nacimiento de Cristo, sugiriendo que los cronistas y autores más breves, como Johann Funck, son útiles para ofrecer una visión rápida de los hechos más relevantes. Posteriormente, recomienda pasar a textos más detallados y profundos sobre la historia de los pueblos ilustres.
Bodin señala la relevancia de estudiar las antiguas civilizaciones como los caldeos, asirios, fenicios y egipcios, cuyos conocimientos sentaron las bases de la civilización. Sugiere que los textos de autores griegos, como Beroso, Heródoto, y Joséfo, son esenciales para una comprensión más profunda de estas culturas. El estudio de la historia debe continuar con los imperios de los medos, persas, indios y escitas, para luego pasar a los griegos y romanos, quienes, según Bodin, eclipsaron a otras civilizaciones en términos de leyes, instituciones y lenguaje.
Posteriormente, Bodin recomienda estudiar la historia de otros pueblos importantes como los celtas, germánicos, escandinavos, y árabes, así como el ascenso de los turcos, tártaros, y moscovitas. También destaca la importancia de la historia de los pueblos americanos, africanos e indios, cuya historia ofrece lecciones valiosas. Subraya que primero se debe realizar una lectura superficial de estas historias, para luego profundizar en los detalles, abarcando no solo las grandes potencias, sino también estados más pequeños como los rodios, venecianos, y helvecios.
El conocimiento de la historia universal no está completo sin el estudio de las figuras heroicas y sus acciones, cuya selección dependerá del juicio del lector. Para Bodin, el conocimiento histórico es un preludio necesario para comprender la naturaleza humana, lo que a su vez es una preparación para el estudio de la teología. Finalmente, insta a que, tras adquirir un conocimiento exhaustivo de la historia y la naturaleza, se debe buscar una comprensión de los asuntos divinos.
Bodin también subraya la relación entre historia y geografía, sugiriendo que ambas disciplinas están estrechamente conectadas. El conocimiento geográfico es esencial para entender la historia de las diferentes civilizaciones y sus interacciones. El autor propone un estudio progresivo que comienza con una visión general del mundo y luego avanza hacia descripciones detalladas de regiones, ciudades y lugares específicos. Así como es un error estudiar mapas sin comprender la relación del universo, lo es también abordar historias particulares sin haber entendido la historia universal.
Capítulo III: El apropiado arreglo del material histórico
Bodin comienza reconociendo la vastedad y el desorden inherentes a los acontecimientos históricos y argumenta que, sin una estructura adecuada, la historia no puede ser comprendida ni recordada eficazmente. Sugiere que, al igual que en otras disciplinas, los eventos memorables deben organizarse en un orden determinado para facilitar su uso como ejemplos en la vida práctica. Así, propone que la historia debe dividirse en tres áreas: los asuntos humanos, los fenómenos naturales y los asuntos divinos. De estas tres, su enfoque principal es sobre los asuntos humanos, que son los más desordenados y complejos.
Bodin clasifica la actividad humana en tres categorías: planes, palabras y hechos. Estas categorías reflejan los esfuerzos humanos de pensar bien, hablar bien y actuar bien. En este sentido, la actividad humana siempre está guiada por la voluntad, ya sea influenciada por la razón o por las pasiones (como la ira o el miedo). Él distingue entre las acciones voluntarias e involuntarias, y las actividades que son verdaderamente humanas de las que son accidentales o divinas.
Objetivos de las actividades humanas
Las actividades humanas están inicialmente dirigidas a la autoconservación, pero progresivamente se orientan hacia la búsqueda de la comodidad y luego hacia la gloria y el dominio. Sin embargo, Bodin señala que la búsqueda de la gloria es peligrosa y, con frecuencia, conduce a guerras y violencia. Los hombres de naturaleza más noble, según Bodin, buscan actividades de excelencia moral e intelectual, que les otorgan una verdadera fama duradera.
Bodin también discute el papel de la contemplación en la vida humana. A medida que los hombres se cansan de los asuntos mundanos, buscan refugio en la contemplación de los fenómenos naturales y divinos. Esto, para Bodin, es la culminación de la acción humana, ya que la contemplación de las causas primeras y de Dios es el objetivo final de la actividad humana, proporcionando la mayor felicidad.
Bodin propone dividir las actividades humanas en diferentes áreas. Estas incluyen las artes protectoras de la vida (como la medicina y la agricultura), las artes comerciales (como la navegación y el tejido), y las artes de defensa y magnificencia (como la acumulación de riquezas y la arquitectura). Además, menciona las actividades que proporcionan placer a los sentidos, como la música y las artes visuales, y cómo estas influyen en la sociedad.
En cuanto a la organización de la sociedad, Bodin describe tres niveles de entrenamiento: el autocontrol personal, el gobierno doméstico (de la familia) y el gobierno civil (del estado). La disciplina civil, para Bodin, no es simplemente jurisprudencia, sino una moderadora de todas las artes y actividades humanas, que debe estar dirigida al bien común. Dentro de esta organización, también describe las funciones y los cargos públicos, diferenciando entre aquellos que tienen poder, honor y salario, y aquellos que no.
En los siguientes libros que propone escribir, Bodin trataría sobre los asuntos naturales y divinos. En el segundo libro, abordaría la historia de los fenómenos naturales (como el tiempo, los elementos y los cuerpos celestes), mientras que en el tercero, se enfocaría en los asuntos divinos, incluyendo la mente humana, las inteligencias y las profecías de Dios.
Capítulo
IV: La elección de los historiadores
Jean Bodin explora la relación entre las naciones y la historia escrita, señalando cómo algunos pueblos, especialmente los griegos y romanos, fueron prolíficos en elogiar sus propios logros, mientras que otras culturas importantes, como los celtas, germanos, árabes y turcos, quedaron en gran medida olvidadas o mal representadas. El texto refleja una queja antigua de que la historia fue escrita por los vencedores, quienes tendían a magnificar sus propios logros y minimizar o ridiculizar los de otros pueblos.
Bodin explica que esto no es simplemente un sesgo intencional, sino que en muchos casos, los pueblos conquistadores que vivieron inmersos en la guerra y la administración de sus territorios no dedicaron tiempo a escribir sobre sí mismos. En cambio, las culturas más inclinadas a la contemplación y las letras, como los griegos y romanos, registraron sus victorias con gran detalle. Según Bodin, estas culturas, a medida que se volcaron hacia la literatura y las artes, también se suavizaron, perdiendo parte de su fuerza marcial, lo que condujo a un debilitamiento en su capacidad para la guerra, como ejemplifican los atenienses y asiáticos.
A su vez, Bodin reflexiona sobre cómo leer y seleccionar correctamente los textos históricos. Sugiere que no se debe creer todo lo que se lee en la historia ni tampoco rechazarlo por completo. Subraya la importancia de un lector crítico que evalúe los textos basándose en la confiabilidad del autor, su experiencia y su proximidad a los eventos. Critica tanto a aquellos historiadores que embellecen los hechos para adular a su propio pueblo como a los que escriben bajo el temor o el odio hacia los personajes que relatan.
Bodin propone que los mejores historiadores son aquellos que combinan un conocimiento profundo de los asuntos de estado con un riguroso estudio de las letras, y que, además, son capaces de escribir sin dejarse influenciar por sus emociones o prejuicios.
Tácito y Suetonio
El filósofo aborda las críticas dirigidas hacia historiadores clásicos como Tácito y Suetonio, que a menudo fueron malinterpretados o despreciados por figuras posteriores, tanto por razones religiosas como por diferencias estilísticas. Se menciona que algunos de estos historiadores fueron acusados de impiedad hacia el cristianismo, aunque sus observaciones pueden deberse más a la ignorancia cultural que a una verdadera animosidad. Por ejemplo, Tácito fue criticado por autores como Tertuliano y Orosio, quienes lo tacharon de engañoso por sus comentarios sobre los judíos y cristianos.
Bodin también elogia la imparcialidad de Suetonio al describir a los emperadores, destacando su capacidad para observar sin dejarse influenciar por los prejuicios de la época, lo cual lo diferencia de otros historiadores que permiten que su propio contexto distorsione la realidad. De manera similar, el autor destaca la precisión y la dedicación de Guicciardini, un historiador renacentista, quien combina su conocimiento militar y civil para emitir juicios perspicaces sobre el poder y su mantenimiento.
Además, se observa que muchos historiadores de la antigüedad mezclaron elementos geográficos con la historia, como Estrabón y Pausanias, dando lugar a una especie de "geohistoria". Este enfoque también fue adoptado por autores como Leandro Alberti y Sebastián Münster, quienes integraron descripciones detalladas de regiones con los acontecimientos históricos.
Finalmente, Bodin advierte que, aunque algunos relatos pueden estar embellecidos con leyendas o exageraciones, como es el caso de Marco Polo o ciertos cronistas medievales, estos textos siguen siendo valiosos por la información histórica que proporcionan, aunque deben leerse con discernimiento. El pasaje concluye afirmando que los lectores deben ser cuidadosos al elegir a sus historiadores, considerando tanto la calidad del relato como la verdad que subyace en los hechos narrados.
Capítulo V: La correcta evaluación de las historias
Jean Bodin aborda la importancia de analizar las historias de manera crítica y no aceptar ciegamente lo que los historiadores han escrito, ya que muchas veces hay contradicciones o errores causados por diversos factores como el sesgo o la ignorancia. La esencia del análisis histórico debe basarse en los elementos inmutables de la naturaleza humana y no en las instituciones, costumbres o leyes que varían con el tiempo. Bodin plantea que se debe examinar la influencia de factores naturales, como el clima y la geografía, sobre las características de los pueblos, en lugar de seguir teorías astrológicas o basadas en signos zodiacales, las cuales él refuta.
Bodin propone un método basado en la observación de las diferencias entre las personas que habitan en distintas regiones del mundo, dividiéndolo en norte, sur, este y oeste, y analizando el efecto de la topografía, el clima y la dieta en los cuerpos y las mentes de los habitantes. Por ejemplo, argumenta que los habitantes del norte tienden a ser más robustos y físicamente fuertes, mientras que los del sur son más débiles físicamente pero más inteligentes y astutos. A lo largo de la obra, también critica las opiniones de historiadores como Aristóteles e Hipócrates cuando considera que sus afirmaciones no se alinean con la realidad observable.
El texto también analiza la influencia del clima en el comportamiento humano y la cultura, afirmando que los habitantes de climas fríos tienen una mayor capacidad física y resistencia, pero suelen ser menos astutos, mientras que los habitantes de climas cálidos son más inteligentes pero menos resistentes. Asimismo, Bodin explora cómo las diferentes regiones y climas afectan tanto las costumbres como los valores morales de las sociedades, argumentando que la ubicación geográfica puede determinar en gran medida el comportamiento de las personas, como su inclinación hacia la crueldad o la moderación.
Es fundamental comprender la influencia del entorno natural en el desarrollo de las civilizaciones y en los rasgos característicos de los pueblos.
Bodin argumenta que los habitantes del sur, como los africanos y mediterráneos, estaban influenciados por la "bilis negra", uno de los cuatro humores de la teoría hipocrática, lo que los hacía más propensos a enfermedades como la lepra y al temperamento melancólico. Según esta visión, los sureños eran más lentos, tristes y contemplativos, pero cuando la melancolía estaba equilibrada, podían alcanzar una gran fortaleza mental y dedicarse a la reflexión filosófica y la religión. Por otro lado, los habitantes del norte, con una mayor cantidad de sangre, un humor cálido y húmedo, eran considerados más enérgicos, alegres y rápidos en sus acciones, aunque menos inclinados a la contemplación profunda.
Además de estas diferencias físicas y temperamentales, Bodin asocia los diferentes pueblos con los planetas y las influencias astrológicas. Por ejemplo, Saturno se asocia con los pueblos sureños, quienes, debido a su temperamento melancólico, se destacaban en la contemplación y el conocimiento de los secretos de la naturaleza y la religión. Marte, vinculado a los norteños, representa la fuerza física y el dominio de las artes mecánicas y la guerra. Júpiter, atribuido a los pueblos intermedios como los europeos y asiáticos, simboliza la justicia y el equilibrio, lo que convierte a estos pueblos en los más aptos para el gobierno y la gestión de los asuntos del Estado.
En el aspecto moral y religioso, Bodin observa que los pueblos del sur, como los hebreos y árabes, son notablemente constantes en su fe, resistiendo incluso las persecuciones. En contraste, los pueblos del norte, como los escitas y los germanos, eran vistos como más propensos a cambiar de religión con facilidad. Los sureños, según Bodin, se mantenían fieles a sus creencias ancestrales, mientras que los pueblos del norte mostraban una inconstancia religiosa, adaptándose rápidamente a nuevas creencias según las circunstancias.
En términos de virtudes y vicios, Bodin sugiere que los sureños, aunque propensos a grandes vicios debido a su temperamento melancólico, también podían alcanzar grandes virtudes cuando ese temperamento estaba bien equilibrado. Los norteños, en cambio, eran más propensos a la impulsividad y la violencia, mientras que los pueblos intermedios representaban un término medio más moderado.
Bodin también habla de las características físicas y naturales de las regiones, señalando que el norte es más propenso a producir personas fuertes y robustas, pero con menos inclinación hacia la contemplación filosófica o religiosa. Por otro lado, el sur, con su clima cálido y seco, era visto como la cuna de grandes religiones y sistemas filosóficos. Los pueblos de las regiones intermedias, como los griegos y los romanos, se destacaban por su capacidad para gobernar y crear instituciones políticas.
Bodin señala que las diferencias entre los habitantes de los llanos y los montañeses son comparables a las diferencias entre los pueblos del norte y del sur. En el norte, donde el clima es más frío, los llanos están cubiertos por el hielo y la nieve, mientras que en el sur, las montañas, a pesar de estar ubicadas en climas cálidos, pueden ser igualmente frías en sus cimas. Esto lleva a Bodin a refutar la idea de Averroes de que los montañeses eran más vigorosos por estar más cerca del cielo. Si fuera cierto, argumenta Bodin, estos hombres serían más divinos y talentosos, pero en realidad son considerados rudos y poco refinados.
Bodin también refuta a Hipócrates, quien afirmaba que los cambios estacionales en las montañas producían ferocidad y estatura gigantesca en los hombres. En lugar de ello, Bodin argumenta que los montañeses son más duros y longevos debido a la sequedad de las montañas, mientras que los pueblos de las tierras bajas y pantanosas son físicamente más débiles y propensos a enfermedades. Este contraste entre los habitantes de las montañas y los de las tierras bajas o pantanosas revela, para Bodin, cómo el entorno influye tanto en la salud física como en el temperamento de las personas.
En su análisis de los montañeses, Bodin también se refiere a ejemplos históricos para reforzar su argumento. Menciona a los habitantes de los Alpes, los Pirineos y otras cadenas montañosas de Europa y Asia, quienes, a lo largo de la historia, se han caracterizado por ser aguerridos y resistentes. Señala que los montañeses, como los antiguos marsos de los Apeninos o los dalecarlianos de Suecia, han jugado un papel crucial en las conquistas militares debido a su fuerza y resistencia. Este tipo de pueblos, según Bodin, son más difíciles de someter debido a su ferocidad natural y su apego a la libertad, algo que también destaca en los habitantes de las montañas de Arabia, que nunca pudieron ser completamente dominados ni siquiera por potencias como los turcos.
Por otro lado, Bodin también reconoce que la fertilidad de los valles cercanos a las montañas contrasta con la dureza de la vida en las cimas. Los habitantes de los valles suelen estar más orientados hacia la agricultura y la paz debido a la abundancia de recursos, mientras que los montañeses, debido a la escasez de recursos y la dureza de su entorno, desarrollan una mayor inclinación hacia la guerra y el trabajo físico arduo.
Capítulo VI: El tipo de gobierno en estados
Jean Bodin, en este pasaje, examina críticamente las teorías políticas de pensadores anteriores y contemporáneos, como Aristóteles, Platón y Maquiavelo, al proponer una nueva metodología para el estudio del estado. Bodin destaca la importancia de estudiar la historia de los estados y sus transformaciones —origen, desarrollo y decadencia— para entender la naturaleza de las leyes y sistemas de gobierno que mejor mantienen la estabilidad y el bienestar social. Observa que, aunque numerosos autores han escrito sobre el estado, pocos lo han hecho con un enfoque sistemático que permita definir de manera clara conceptos fundamentales como ciudadanía, magistratura y soberanía.
Bodin critica las definiciones de Aristóteles, quien describe al ciudadano como alguien que participa en la administración de justicia y el gobierno, argumentando que esta definición es demasiado limitada y no se ajusta a todos los tipos de estado. Propone en cambio que la ciudadanía debe definirse no por la posibilidad de acceder a cargos públicos o privilegios políticos, sino por el "disfrute de la libertad común" y la protección de la autoridad, lo que, según él, permite una comprensión más inclusiva y realista de quién es un ciudadano.
Asimismo, Bodin sugiere que el poder supremo (soberanía) en el estado es la capacidad de legislar, declarar la guerra y administrar justicia sin intervención externa, y considera que esta autoridad no debe dividirse entre varias instituciones. Argumenta que, a diferencia de lo que postulan los defensores de la “república mixta”, la estabilidad del estado depende de una clara concentración de poder soberano en una autoridad, sea esta un monarca, una aristocracia o una democracia, evitando así la fragmentación del poder que podría llevar al conflicto interno.
Bodin propone que la familia es una analogía útil para comprender la estructura del estado. Al igual que una familia necesita autoridad para funcionar de manera ordenada, el estado requiere una autoridad central para mantener la cohesión y el orden. En su análisis, destaca cómo la diversidad cultural, lingüística y religiosa puede coexistir bajo un solo poder soberano, siempre que haya una estructura de autoridad clara que garantice la unidad y el cumplimiento de las leyes.
¿Qué es la soberanía?
Jean Bodin define la soberanía como el poder supremo que se encuentra en el corazón de un estado y establece sus características esenciales. Según Bodin, la soberanía es el poder absoluto y perpetuo en una república, y abarca cinco funciones clave: crear magistrados y definir sus roles, promulgar y anular leyes, declarar guerra y paz, aceptar apelaciones finales de magistrados y ejercer el poder de vida y muerte. Argumenta que estos poderes, en una “república bien constituida,” deben residir exclusivamente en el soberano, ya sea un príncipe, el pueblo o un cuerpo aristocrático, dependiendo del tipo de estado, y no en los magistrados. Así, la soberanía no puede ser delegada totalmente, sino que debe permanecer indivisible y en manos de quien ejerza la autoridad suprema.
Bodin señala que la confusión en torno a la soberanía ha llevado a interpretaciones erróneas, como la idea de un estado “mixto” que combina elementos de monarquía, aristocracia y democracia, teoría defendida por autores como Polibio y Cicerón. Esta visión, sostiene Bodin, no reconoce la necesidad de una autoridad única e indivisible para garantizar la cohesión y estabilidad del estado. En un sistema verdaderamente soberano, solo el soberano posee el derecho de ratificar las decisiones del senado o los decretos de los magistrados; cualquier poder ejercido por estos órganos debe ser derivado y aprobado por el soberano.
Además, Bodin critica el uso arbitrario de los poderes judiciales por los magistrados, sugiriendo que estos deben actuar dentro de los límites de la ley y no tienen la misma autoridad que el soberano para modificarla. Argumenta que los magistrados deben ejercer su función judicial sin el poder de delegar completamente sus responsabilidades, de modo que la ley misma, y no la voluntad individual, sea la que imparta justicia. Este enfoque asegura que la autoridad de los magistrados sea servil a la ley, en contraste con el poder soberano que posee el derecho pleno de legislar.
Bodin también explora cómo este principio de soberanía se ha interpretado en diversas formas de gobierno, destacando que la estructura del estado depende de la ubicación de este poder supremo. Concluye que solo existen tres tipos de gobierno según la fuente de la soberanía: la monarquía (poder en una sola persona), la aristocracia (en un grupo selecto) y la democracia (en el pueblo). La moralidad o virtud del gobernante no define el tipo de estado, sino la posesión y ejercicio de la soberanía.
El tipo de Estado de los romanos
Bodin analiza el sistema político de la Roma republicana y desafía la idea de que la estructura de gobierno romana era una combinación de monarquía, aristocracia y democracia, conocida como "gobierno mixto". Bodin argumenta que el estado romano, especialmente en los tiempos de Polibio, Dionisio y Cicerón, era esencialmente popular, es decir, democrático en su naturaleza. Sostiene que el poder supremo residía en el pueblo, no en los magistrados o el senado, lo cual confirma, según Bodin, el carácter democrático del sistema.
Bodin observa que, tras la expulsión de los reyes, se implementaron leyes como las de Valerio y Bruto, que otorgaban al pueblo el derecho de elegir cónsules anualmente y apelación libre frente a las decisiones de los magistrados. Esto demuestra, según él, que la autoridad de los cónsules y del senado era derivada del pueblo y que las funciones del senado no representaban una verdadera aristocracia. La autoridad de este último estaba subordinada a la voluntad popular, algo que se evidencia en leyes como la Ley Ovinia, que permitió al pueblo delegar a los censores la selección de senadores.
Bodin señala, además, que las leyes de apelación, que restringían la capacidad de los cónsules para castigar a los ciudadanos sin consentimiento popular, y el derecho del pueblo a declarar la guerra, consolidaban su poder sobre el estado. Para Bodin, la capacidad del senado para intervenir en cuestiones de estado en nombre del pueblo no convierte al gobierno en aristocrático, sino que subraya su dependencia de la aprobación popular.
Al criticar la teoría del "gobierno mixto" defendida por Polibio, Cicerón y otros, Bodin afirma que esta interpretación ignora el hecho de que el pueblo era la fuente última de autoridad en Roma. Según él, no se puede considerar que los cónsules tuvieran poder real, ya que el tribuno de la plebe, que representaba a la población, poseía más poder en la práctica. La función del tribuno incluía oponerse tanto a las decisiones de los magistrados como a las del senado, y su capacidad de interceder le otorgaba una influencia superior en la administración pública.
Finalmente, Bodin rechaza las ideas de Maquiavelo y otros sobre el estado romano como un sistema mixto y se inclina por una interpretación que resalta la preeminencia del pueblo. Concluye que las características esenciales del estado romano eran populares, y aunque existían cuerpos como el senado y los cónsules, su poder derivaba del pueblo, reforzando el carácter democrático de Roma y refutando la noción de un gobierno mixto.
Gobierno de los espartanos
Examina las características y transformaciones de los sistemas políticos en tres ciudades: Esparta, Atenas y Venecia, subrayando cómo ciertos cambios afectaron la distribución de poder y la definición de ciudadanía en estos estados. Bodin, el autor, analiza cómo Esparta, inicialmente una democracia popular bajo el liderazgo de Licurgo, pasó a convertirse en una aristocracia en la cual los éforos (magistrados) concentraron el poder, relegando a los reyes y al pueblo a posiciones secundarias. Señala que esta evolución sucedió gradualmente, destacando que el gobierno de los éforos evitó el surgimiento de una tiranía y utilizó procedimientos como la selección de senadores sin votación ni comicios, lo que limitó la participación popular.
En el caso de Venecia, Bodin argumenta que su gobierno pasó de ser popular a uno aristocrático a medida que la participación en los asuntos públicos fue restringida a un grupo selecto de ciudadanos, excluyendo a extranjeros y residentes sin méritos destacados. Aunque en sus inicios el sistema permitía una participación amplia en el gobierno, con el tiempo, la administración de la ciudad fue asumida casi exclusivamente por familias antiguas y reconocidas. Bodin también discute cómo el proceso de elección de magistrados en Venecia se basaba en el uso de la suerte y la votación, un método que asegura la imparcialidad al asignar cargos.
Finalmente, en el análisis de Atenas, se destaca su sistema democrático, especialmente durante la época de Pericles, donde el pueblo tenía una participación activa en decisiones importantes como leyes, alianzas y juicios públicos. Sin embargo, Bodin señala que el sistema ateniense presentaba inconvenientes: la votación a mano alzada permitía la influencia de los más fuertes sobre los más débiles, y la elección de magistrados mediante sorteo restaba a la competencia y mérito en la asignación de cargos.
Bodin critica la teoría de un "gobierno mixto" en estas ciudades (donde se mezclarían elementos monárquicos, aristocráticos y democráticos), argumentando que tanto Esparta como Venecia evolucionaron claramente hacia la aristocracia, mientras que Atenas, aunque democrática, tenía características propias que la diferenciaban de las demás.
La forma de la monarquía
El filósofo explora los diferentes tipos de monarquía, desglosando las variaciones dentro de la estructura monárquica según criterios de poder, origen y limitaciones legales. Bodin distingue entre reyes y tiranos: mientras que los reyes gobiernan conforme a la ley y buscan el bien común, los tiranos buscan únicamente el beneficio propio, sin respetar la voluntad del pueblo. Argumenta que Aristóteles se equivocaba al afirmar que un rey se convierte en tirano si gobierna contra la voluntad del pueblo, ya que esto convertiría automáticamente a todos los reyes en tiranos y negaría la existencia de la monarquía legítima.
Bodin identifica dos tipos de monarquías justas: aquellos reyes que gobiernan sin restricciones legales y aquellos que se sujetan a las leyes, como los monarcas cristianos y los cartagineses. En las monarquías sin restricciones legales, el rey tiene autoridad absoluta, como los reyes de los antiguos griegos antes de las reformas de Licurgo y Draco. Sin embargo, Bodin enfatiza que el rey ideal, aun siendo absoluto, debería regirse por la justicia y proteger su imperio como un padre protege a su familia.
Para Bodin, los reyes sujetos a la ley, que incluyen a los príncipes cristianos y algunos monarcas medievales, hacen un juramento solemne de respetar las leyes y actuar en beneficio del bien público. Este juramento, que se da en ceremonias como la coronación, demuestra un compromiso del monarca con el bienestar de sus súbditos y limita su poder, ya que no pueden modificar leyes o costumbres sin el consentimiento de representantes como los tres estamentos. Bodin destaca la importancia de que el príncipe respete sus propias leyes para evitar el abuso de poder, citando cómo algunos emperadores romanos como Teodosio y Valentiniano reconocían estar sujetos a la ley.
Finalmente, Bodin describe otros tipos de monarquías donde el rey no es absoluto. Algunas monarquías se eligen de por vida o por períodos limitados, como el dictador romano o el archonte ateniense, mientras que otras son hereditarias o elegidas, como en el caso de Polonia y Egipto. Este análisis abarca desde las monarquías hereditarias, donde el poder se transmite por linaje, hasta sistemas donde el liderazgo se elige por sus méritos o habilidades militares, como en las prácticas electorales de los húngaros y los escitas.
En conclusión, Bodin propone una visión de la monarquía basada en una relación compleja entre poder absoluto y ley, argumentando que el monarca ideal debe respetar las normas establecidas y gobernar con justicia, ya sea que esté atado legalmente o no.
Tipo de gobierno de los espartanos
El filósofo analiza el sistema de gobierno de los alemanes durante el periodo en que el Sacro Imperio Romano Germánico era una entidad política. A partir de la muerte de la dinastía de Carlomagno y el establecimiento de un sistema de elección para el cargo de emperador, Bodin argumenta que el poder real se fue erosionando. En los tiempos de Enrique el Pajarero y los Ottones, los emperadores aún mantenían una considerable autoridad; sin embargo, a partir de Rodolfo I, se consolidó un cambio hacia una estructura aristocrática en la que los príncipes y los electores obtuvieron más control, limitando la autoridad del emperador.
Bodin describe cómo el "Bula de Oro" de Carlos IV formalizó esta estructura, en la que el emperador tenía autoridad en asuntos militares, pero no podía promulgar leyes, declarar guerras, nombrar magistrados ni exigir tributos sin el consentimiento de los príncipes. Su posición se restringió a una dignidad imperial con control sobre algunos impuestos y aduanas, y ciertas funciones compartidas, como el nombramiento de jueces y miembros de la corte imperial. En este contexto, los príncipes adquirieron tanto poder que incluso podían destituir al emperador, como ocurrió con Wenceslao, hijo de Carlos IV.
Bodin señala también la división en tres estamentos en el Imperio: los electores, los príncipes del Imperio y los representantes de las ciudades. Cada uno de estos estamentos tiene derecho a voto en decisiones fundamentales como la creación de leyes, la imposición de tributos, la declaración de guerras y la ratificación de tratados. Sin embargo, si dos de los tres estamentos están de acuerdo en una decisión, el tercero queda sin voz ni voto, lo cual es característico de una estructura de gobierno aristocrática.
Además, Bodin subraya que las ciudades imperiales, como Núremberg, gozaban de una autonomía considerable, manejándose con leyes propias y estando gobernadas por un sistema de optimates, mientras que otras ciudades seguían bajo la autoridad de los príncipes. Julius Pflug, obispo de Naumburg, citado por Bodin, lamenta que los emperadores, que deberían gobernar sobre los príncipes y el pueblo, se vean reducidos a obedecer sus órdenes, lo que marca la transformación del Imperio en una entidad de naturaleza aristocrática más que monárquica.
En conclusión, Bodin argumenta que el gobierno del Sacro Imperio Romano Germánico evolucionó de una monarquía con gran poder centralizado a una estructura aristocrática, en la que el poder se dispersaba entre los príncipes y las ciudades libres, limitando el papel del emperador y consolidando una gobernanza colegiada.
El Estado de Nuremberg
Se describe la estructura de gobierno de la ciudad de Núremberg, destacando su carácter aristocrático y comparándola con otras ciudades alemanas y el Sacro Imperio Romano Germánico en su conjunto.
Núremberg está gobernada por aproximadamente trescientos optimates, aunque el número no es fijo, y estos son seleccionados de veintiocho familias patricias, como señala el escritor alemán Conrad Celtes. Aunque los artesanos y comerciantes tienen derecho al voto, no participan en la administración o el gobierno de la ciudad, lo cual contrasta con otras ciudades alemanas donde la participación política está más extendida.
La estructura de gobierno incluye un senado de veintiséis miembros, de los cuales se seleccionan ocho exmiembros para ocupar roles adicionales. Entre los funcionarios importantes destacan los burgomaestres, que tienen una autoridad casi equiparable a la de los decenviros de Venecia. Además, se nombran cinco magistrados con jurisdicción sobre robos y delitos violentos, y doce hombres para casos civiles. También existen oficiales dedicados a tareas específicas: siete capitanes de entrenamiento militar, un juez para los asuntos rurales, dos tesoreros de alta autoridad, un comisionado de suministros, y tres guardianes de funciones equivalentes a los procuradores de San Marcos en Venecia. Los comisionados de colegios y corporaciones supervisan el funcionamiento de estas instituciones.
Bodin subraya que esta estructura de gobierno aristocrática de Núremberg ha sido adoptada por otras ciudades alemanas, aunque algunas poseen sistemas de gobierno más populares. Esta diferenciación es clave para entender que la noción de soberanía en el Sacro Imperio Romano Germánico está malinterpretada por aquellos que creen que los emperadores tienen el poder soberano.
Bodin sostiene que los príncipes y electores realmente detentan todo el poder, mientras que el emperador carece de autoridad real. La “Bula de Oro” de Carlos IV, aunque obsoleta en parte, es utilizada como referencia para esta estructura jerárquica. En este documento, el emperador otorga a los príncipes títulos ceremoniales como copero, escudero o mozo de cuadra, mientras que en realidad, son los príncipes quienes controlan los recursos y la administración. La elección del emperador solo ocurre después de que este jura lealtad a los electores, lo que demuestra la subordinación del emperador a los príncipes. Además, el imperio cuenta con tres tesorerías en Estrasburgo, Lübeck y Augsburgo, encargadas de custodiar los ingresos públicos, sin que el emperador tenga acceso directo a estos fondos.
En conclusión, el pasaje reafirma la naturaleza aristocrática del sistema de gobierno en Núremberg y su influencia en otras ciudades alemanas. También se destaca la limitada soberanía del emperador dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, cuya autoridad estaba supeditada a los príncipes electores, quienes ejercían el verdadero poder.
El gobierno de los aqueos
Bodin describe el sistema de gobierno de los Aqueos, un modelo de organización que comenzó como una liga de doce ciudades en la antigua Grecia. Inicialmente, estas ciudades vivieron bajo un régimen monárquico, desde Orestes hasta el tirano Siges. Tras la muerte de Siges, el gobierno se transformó en una aristocracia, o "gobierno de optimates". Sin embargo, con el tiempo, la liga perdió cohesión debido a las maquinaciones de Demetrio y Antígono, y varias ciudades cayeron nuevamente bajo el control de tiranos.
La situación cambió con la expedición de Pirro a Italia, cuando Iseas, el tirano de Ceraunia, entregó voluntariamente su ciudad a la Liga Aquea por temor a ser derrocado. Esto marcó el inicio de una nueva expansión de la liga, que pronto incorporó otras ciudades como Carinia, Leontia y Pellene. Más tarde, con la expulsión de sus tiranos, ciudades como Argos, Sición, Arcadia, Corinto, Lacedemonia y prácticamente toda la región del Peloponeso se unieron a la Liga Aquea. Esto ocurrió gracias a la reputación de los Aqueos en cuanto a valentía y justicia, cualidades que demostraron al mediar en las disputas entre las ciudades griegas.
El fragmento menciona una analogía interesante entre la Liga Aquea y la comunidad de los pitagóricos en Italia, cuya disolución provocó un desorden tan grande que las ciudades italianas decidieron voluntariamente someterse al control de la Liga Aquea, en lugar de a potencias como Atenas o Esparta, que eran mucho más ricas y poderosas. A través de alianzas y acuerdos, los Aqueos lograron una integración notable en el Peloponeso, compartiendo leyes, costumbres, pesos, medidas, monedas, jueces, consejo y religión. Como observa Polibio, toda la región se gobernaba de manera unificada, como si estuviera encerrada dentro de los mismos muros, aunque en realidad las ciudades estaban dispersas.
Este modelo de unión política era tan efectivo que los Aqueos no solo resistieron a enemigos externos, sino que también fueron considerados árbitros y censores de tiranos, algo que también se dice de los suizos. A pesar de este poder, la Liga Aquea no fue derrotada hasta que la amistad y la cohesión entre sus miembros fueron saboteadas por los romanos, una estrategia que debilitó su resistencia frente a este imperio en expansión.
El sistema de la Liga Aquea también incluía asambleas anuales y generales elegidos anualmente, a diferencia de los alemanes, quienes elegían sus líderes de por vida. El fragmento concluye señalando que es erróneo referirse a estos líderes militares como "reyes", pues un verdadero rey necesita la autoridad para promulgar leyes, nombrar magistrados, declarar la guerra y la paz, y recibir apelaciones. Sin estas facultades, el título de "rey" no es más que un nombre vacío.
La jerarquía de una monarquía
Bodin señala la jerarquía de un sistema monárquico, detallando las diversas instituciones y rangos de poder que estructuran el gobierno. Después del príncipe o monarca, la autoridad más alta reside en el senado, que en distintos países recibe diferentes nombres: el consejo privado en algunos países, el consejo real en España, y el diván entre los turcos. Existe también un consejo reducido o interno, compuesto generalmente por cuatro o cinco individuos cercanos al príncipe, que tratan los asuntos más delicados del imperio. Un ejemplo de esta estructura es el colegio de decenviros en Venecia.
En España, el consejo real usualmente consta de doce hombres que, junto al príncipe, deciden sobre leyes, guerras, paz y la situación general del Estado. Existen además otros consejos: uno para asuntos de las Indias, otro que trata cuestiones nobiliarias y campañas militares, un consejo de la Inquisición para asuntos religiosos, y un consejo militar. Polonia tiene una estructura similar, con dos consejos, uno más exclusivo y otro amplio, que incluye a todos los obispos y oficiales mayores. En Inglaterra, Eduardo II estableció un senado de alrededor de quince personas, un grupo de prestigio y habilidad para moderar la tiranía de los príncipes. Entre los turcos, el senado se compone de pashas, cadileskeres y bellerbeys.
Luego de este consejo, dos oficiales destacan por su importancia: el condestable y el canciller. Sus funciones son generalmente similares en todas las monarquías. Históricamente, el tribuno de los patricios en Roma o el prefecto de la guardia imperial eran ejemplos de tales posiciones, combinando habilidades legislativas, militares y oratorias. A medida que aumentaron las leyes en los estados, estas funciones se dividieron, dando lugar a un sistema dual de administración para tiempos de paz y guerra. El líder militar, llamado condestable, varía en nombre según la cultura: en Cartago era conocido como munafidus, y entre los turcos, como pasha vizier.
El canciller, por otro lado, es responsable de la justicia y la interpretación de las leyes, además de custodiar el sello sagrado. En el caso de los franceses, Maquiavelo erróneamente atribuyó al canciller poder absoluto sobre la vida y la muerte de los ciudadanos. En el sistema turco, el cadilesker cumple una función similar, supervisando a los jueces y teniendo la última palabra en los juicios, una posición incluso superior a la de los pashas.
Además, hay otros oficiales que actúan bajo la autoridad militar o civil, como los mariscales, los sátrapas (entre los persas), los gobernadores (entre los romanos), y los bellerbeys (entre los turcos). Aunque estos términos varían según la región, sus funciones son semejantes en cuanto a gobernar y administrar provincias.
Finalmente, el fragmento concluye señalando que, después de definir conceptos como ciudadano, república, estado-ciudad y magistrado, y analizar los tipos de estado, se abre la discusión sobre los posibles cambios dentro de la república.
Cambios en los estados
Bodin explora cómo las estructuras políticas han evolucionado desde las primeras formas de sociedad hasta las complejas organizaciones de estado que conocemos. La asociación inicial, la de hombre y mujer, representa la forma de comunidad más antigua, ya que combina lazos del alma, el cuerpo y los recursos. Con el tiempo, las familias se expanden con hijos, hermanos y, eventualmente, relaciones extendidas de parientes y amistades. Así, los hogares crecen hasta formar aldeas y más tarde ciudades protegidas con murallas para evitar invasiones, como las que describe Tucídides en sus crónicas.
Con la expansión de las aldeas y el incremento de la población, surge la necesidad de extender los límites de la ciudad y colonizar nuevos territorios. Según Tácito, este privilegio solo era permitido a quienes conquistaban tierras enemigas, y la colonia se consideraba en origen parte de la ciudad madre. Este crecimiento de las alianzas y la amistad se convierte en el cimiento de la sociedad política, que avanza desde una estructura doméstica hasta una sociedad que conecta con regiones vecinas.
Sin embargo, la convivencia entre los hombres se ve rápidamente alterada por conflictos, especialmente cuando los fuertes oprimen a los débiles. Esto genera dos tipos de estados: los basados en la fuerza y aquellos basados en la equidad. De los primeros nacen la tiranía, la oligarquía y la oclocracia; mientras que del segundo surgen la monarquía justa, la aristocracia y la democracia. Como bien señala Cicerón, el término "tiranía" abarca todas estas formas despóticas. Sin embargo, incluso los tiranos deben aplicar la justicia, aunque solo sea para mantener su poder.
La idea de justicia, en su forma original, es la que lleva a los hombres a someterse a un líder justo y sagaz, al cual protegen en búsqueda de un gobierno equitativo. De esta manera, el poder inicial fue entregado a una sola persona, a menudo llamada juez o pastor, quien gobernaba para mantener el bienestar de la comunidad. Con el tiempo, sin embargo, este poder comenzó a degenerarse y los reyes pasaron a gobernar por intereses personales y no por justicia, lo que llevó a que las monarquías se transformaran en tiranías.
Este ciclo de decadencia en las monarquías ha sido una constante en la historia: los poderosos se rebelan y derrocan al tirano, y a menudo el líder de la revuelta asume el poder. Así, por ejemplo, personajes como Arbaces en Asiria y los Brutos en Roma se hicieron con el control después de eliminar a los tiranos. Tras un tirano, la historia suele mostrar un príncipe justo, quien, inspirado por el destino del tirano anterior, se esfuerza por gobernar con integridad.
No obstante, este cambio constante es característico de todas las monarquías. Platón, Polibio y Cicerón teorizaron que las monarquías deben inevitablemente transformarse en democracias o en gobiernos de los optimates (aristocracia). Sin embargo, la realidad histórica contradice esta teoría en ciertas regiones. Los escitas, por ejemplo, y otros pueblos del este, nunca adoptaron gobiernos democráticos o aristocráticos; las democracias y aristocracias han aparecido principalmente en la región occidental. Estas, si bien han prosperado, eventualmente han vuelto a formas de monarquía legítima, con algunas excepciones notables.
Este fenómeno se da especialmente en la región media y hacia el oeste, donde las personas tienden a rechazar la tiranía y aspiran a la autogestión o a establecer una nobleza gobernante. La lectura de la historia nos muestra, concluye el texto, que en estas regiones los hombres han aprendido a hacer que los propios reyes obedezcan sus leyes o a derrocar a los tiranos para instaurar gobiernos del pueblo o de los mejores ciudadanos.
Dos tipos de cambios en un imperio
Bodin aborda los cambios en los gobiernos y sugiere dos tipos principales: los cambios externos e internos. Los externos se producen debido a influencias o acciones de enemigos o aliados. En algunos casos, un estado voluntariamente se somete al liderazgo de otro sin coerción, como cuando los milaneses, liberados del dominio alemán, pidieron a Eriprando que asumiera el liderazgo. Sin embargo, es más común que una nación sea forzada a aceptar el dominio tras una derrota, como la transición de Atenas a una aristocracia bajo el liderazgo de Lisandro, el líder espartano.
En cuanto a los cambios internos, estos pueden ser pacíficos o violentos. Los pacíficos ocurren sin fuerza y surgen de una tendencia natural de los gobernantes a caer en vicios. Por ejemplo, reyes como Nerón, Salomón y Calígula empezaron sus reinados con virtudes, pero sucumbieron eventualmente a la corrupción. Las monarquías tienden a degenerar en tiranías, las aristocracias en oligarquías y las democracias en oclocracias (gobierno de la muchedumbre). Invertir estos procesos, especialmente de la tiranía a un gobierno popular, casi siempre implica violencia y la muerte del tirano.
Cuando un tirano es derrocado, a menudo la aristocracia toma el control, y al principio gobiernan con justicia. Sin embargo, la ambición entre los nobles tiende a desestabilizar el sistema, llevando a la oligarquía y, finalmente, a la revuelta del pueblo. En tales ocasiones, el pueblo desea el poder y rechaza obedecer leyes que no emanan de su voluntad. Como resultado, a menudo surge una democracia tras el derrocamiento de los oligarcas o tiranos, aunque esta puede degenerar nuevamente en oclocracia si el pueblo se ve influido por demagogos.
Un ejemplo ilustrativo es el cambio en Roma después de la derrota de Tarento, cuando el pueblo comenzó a compartir el poder; sin embargo, durante las Guerras Púnicas, los tribunos perdieron poder debido al miedo. Esto muestra que las democracias florecen en tiempos de paz y prosperidad, mientras que en tiempos de adversidad, los poderosos retoman el control.
Los tiranos, para mantener el poder, recurren a diversas tácticas, como el uso de guardias extranjeros, fortificaciones, eliminación de enemigos poderosos, y la instigación de conflictos internos. Emplean métodos tiránicos, como espiar a la ciudadanía, exprimir los recursos económicos y explotar al pueblo a través de impuestos y castigos a funcionarios corruptos para ganarse el favor popular. Estos mecanismos, descritos como dos “secretos de estado,” buscan eliminar la capacidad del pueblo de resistir y su deseo de hacerlo.
Sin embargo, la tiranía nunca es permanente, ya que los ciudadanos temen y odian al tirano. Es posible que el tirano sea derrocado mediante violencia interna o externa. Históricamente, se han dado ejemplos de tiranos derrocados por personas cercanas o por traición, como fue el caso de Ludovico Sforza, traicionado y expulsado del poder.
El texto menciona que la calidad de un estado depende de su resistencia a fuerzas externas e internas. Aunque en la antigüedad se temía a los esclavos liberados como potenciales amenazas para el estado, con la introducción del cristianismo, la esclavitud fue considerada inhumana. Esta abolición y la falta de esclavitud en la época cristiana llevaron a una pobreza creciente, con consecuencias como robos y mendicidad. Además, las diferencias religiosas han provocado significativos cambios políticos y sociales. Por ejemplo, los árabes, persas y romanos usaron la religión para expandir sus dominios, y los pontífices romanos incluso lograron cobrar tributos a varios reinos europeos.
Cambios en estados correlacionados con números
Bodin discute la teoría de los números pitagóricos y su aplicación a los cambios en los imperios, con una crítica a la idea de Platón de que los números pueden predecir el auge y caída de los estados. Aunque Platón sostenía que los cambios en los estados podían medirse en secuencias matemáticas, el autor considera esto absurdo, argumentando que todo en el universo está organizado por Dios, quien es responsable de los destinos, no por influencias numéricas o el destino. Aristóteles ridiculiza la teoría numérica de Platón y sugiere que los cambios en los estados son el resultado de causas humanas como el temor, la pobreza, y la opulencia, en lugar de cualquier armonía matemática.
El autor critica a quienes creen que la decadencia de un estado bien ordenado ocurre por desajustes en proporciones numéricas. Explica que el concepto de proporciones y la armonía en los números es una teoría defectuosa; cualquier estado verdaderamente armonioso no debería colapsar. Forrester, un intérprete de Platón, comete errores en su comprensión de estas proporciones y ratios, ya que confunde intervalos armónicos y malinterpreta el papel de las relaciones numéricas en la estabilidad del estado.
Posteriormente, el autor profundiza en el poder de ciertos números en la naturaleza y en la vida humana, especialmente los números siete y nueve, que considera indicadores de etapas o cambios significativos. Por ejemplo, observa que ciertos múltiplos de siete y nueve están asociados con eventos históricos importantes y ciclos en la vida humana, como enfermedades peligrosas y el desarrollo humano, llegando a conclusiones que estos números tienen un impacto natural. Siguiendo esta lógica, se aplican estos patrones a los cambios en los imperios: los imperios de Roma, Asiria y Persia, entre otros, presentan ciclos que parecen coincidir con estos números especiales.
Además, se comparan eventos en la historia de varios imperios para demostrar la validez de esta teoría numérica. El autor menciona ejemplos específicos, como la duración de 496 años del Imperio Romano y otros períodos históricos de duración similar, sugiriendo que estos ciclos pueden estar relacionados con los números perfectos o los cubos y cuadrados de siete y nueve. Aunque algunos intentaron teorizar que las estrellas y los astros influían en estos ciclos de poder, el autor argumenta que estos cambios no dependen de fenómenos celestes como sugirieron Cardano y Copérnico, sino que son controlados por la providencia divina. Así, Dios ordena los ciclos de los imperios, y el curso de las cosas humanas no es accidental ni está determinado por el destino.
En conclusión, el autor sugiere que las transformaciones en los estados y los imperios pueden interpretarse a través de una perspectiva matemática y simbólica, pero subraya que la duración de los imperios está predeterminada por Dios. Nos invita a reflexionar sobre estos cambios para que los hombres no se desalienten ante la caída de los imperios, al recordar que la duración de los mismos es parte de un plan divino, como consuela Secundus el filósofo a Pompeyo tras la derrota de Farsalia, enseñándole que los imperios tienen una duración determinada por la voluntad de Dios.
Cambios del Imperio Romano
Bodin analiza los cambios en el Imperio Romano a lo largo de su historia, mostrando cómo la estructura de su gobierno evolucionó desde su fundación hasta su decadencia, en un ciclo continuo de transformación y declive. La narración comienza con el periodo en el que Roma fue gobernada por reyes, un sistema que dio paso a una tiranía bajo los Tarquinos. Cuando los Tarquinos fueron expulsados, el poder pasó a los optimates y patricios, a menudo en contra de los deseos de la plebe. Posteriormente, el gobierno recayó en la facción de los decemviros, hasta que éstos fueron derrotados y eliminados.
Después de este periodo, el pueblo romano gobernó de manera relativamente justa y moderada, hasta que surgieron figuras deseosas de revolución que llevaron al estado a una ochlocracia, o anarquía de la plebe, caracterizada por disturbios y conflictos internos que comenzaron con las revueltas de los hermanos Graco. Esta inestabilidad se extendió hasta los enfrentamientos de Mario y Sila, quienes cubrieron Roma de sangre en su lucha por el poder. Luego, en un periodo de treinta y seis años, la República continuó su descenso al caos con los conflictos entre César y Pompeyo, líderes de facciones rivales que dividieron aún más la ciudad.
Finalmente, el control de Roma fue asumido por Augusto, quien instauró un gobierno legítimo y unificado, marcando el comienzo del Imperio. A Augusto le sucedieron varios príncipes notables que lograron mantener la estabilidad por un tiempo, hasta que el imperio cayó nuevamente en manos de tiranos, iniciando así su declive. La situación se agravó con el traslado del Senado y la sede del imperio a Bizancio por el emperador Constantino, lo que debilitó la autoridad y el prestigio de Roma.
En sus últimas etapas, Roma quedó bajo el control de varios pueblos extranjeros: godos, griegos, franceses, alemanes y españoles. Además, su autonomía fue cada vez más limitada, ya que el poder y la influencia del papado afectaron profundamente su gobierno y la sometieron a voluntades externas hasta los tiempos contemporáneos del autor.
Cambios En El Imperio Ateniense
El Imperio Ateniense pasó por numerosas transformaciones a lo largo de su historia. Inicialmente, la monarquía de Atenas comenzó con Cecrops, quien defendió con valentía las doce ciudades de Ática, obteniendo así el poder real. Este sistema monárquico duró unos ochocientos años hasta el gobierno de Aeschylus. Tras su muerte, los optimates crearon magistrados decenales; sin embargo, al observar que estos abusaban de su autoridad, redujeron su mandato a un año. El primer magistrado anual fue Creón, llamado "arconte" por los griegos y "juez" por los latinos.
Posteriormente, Peisistratus tomó el poder de forma permanente tras obtener una guardia para protegerse de los Alcmeónidas, situación similar a la de Dionisio. Sus hijos Hiparco e Hipias mantuvieron el poder por setenta años hasta que uno fue asesinado. La muerte de estos dio paso al establecimiento del poder popular bajo Solón, aunque limitado, pues la legislación de Solón impedía a la clase baja participar en cargos de poder, lo que Aristides abolió después. Finalmente, Pericles transformó este sistema en una oclocracia al reducir el poder de los Areopagitas y transferir todo el control al pueblo, utilizando pagos y prebendas como incentivo.
Tras la pérdida de la flota en Egospótamos, Atenas y sus aliados quedaron bajo el control de Esparta, que instauró una aristocracia. Con el tiempo, esta estructura se transformó y, tras varios levantamientos y conflictos internos, la democracia regresó brevemente hasta la ocupación romana. Los atenienses disfrutaron de libertades bajo el favor del pueblo romano, pero esta era una sombra de la libertad, pues debían servir a los magistrados y tiranos locales.
Cambios del imperio espartano
El Imperio Espartano también experimentó cambios significativos. Gobernado primero por reyes durante unos trescientos años desde Euristénes hasta Licurgo, Esparta estableció luego una estructura de poder popular limitada bajo el liderazgo de Licurgo, según informó Plutarco. Más tarde, Teopompo y Polidoro instauraron una oligarquía que duró 576 años, hasta el tiempo del tirano Nabis, a quien los aqueos, liderados por Filopemen, expulsaron, imponiendo a los espartanos las instituciones aqueas. Finalmente, los espartanos fueron derrotados por los romanos, quienes establecieron su dominio sobre ellos.
Cambios del imperio occidental
Después de la derrota de los lombardos, Italia fue unida al reino de los galos junto a Alemania, Sajonia, Panonia y parte de España. El imperio se dividió entre los hijos de Luis el Piadoso, y luego, en el transcurso de varias guerras, Alemania e Italia se unieron bajo un solo reino. Con el tiempo, los alemanes formaron un estado aristocrático, los suizos adoptaron un gobierno popular, e Italia se dividió entre los bandos güelfos y gibelinos debido a los conflictos entre el papado y el imperio, creando una mezcla de reinos, tiranías y gobiernos populares.
Forma y cambios del gobierno helvético
Los helvéticos formaron una asociación en 1315 para liberarse del dominio de los legados imperiales y de los condes de Habsburgo, instaurando una estructura de gobierno popular. Los cinco cantones más pequeños, llamados "cantones montañosos", mantenían una forma de gobierno popular aún más participativa que los otros cantones. En Berna, Basilea y Zúrich, el poder estaba en manos de senados que consultaban al pueblo para decisiones importantes. Aunque existía una estructura senatorial, no era un gobierno de optimates sino uno donde el pueblo tenía la última palabra.
Formas y cambios del gobierno genovés
Los genoveses fueron conocidos por su poder marítimo y sus logros, pero tras ser derrotados por los venecianos, se sometieron a Carlos VI de Francia y, más tarde, a los condes de Milán. Cuando Lombardía se rindió a Carlos V, Andrea Doria reorganizó el gobierno en una aristocracia basada en la riqueza y la antigüedad de linaje, dividida en veintiocho tribus. Doria otorgó la soberanía a los optimates y limitó el poder del dogo a dos años. La administración estaba bien estructurada, con el banco de San Jorge como responsable del tesoro, asegurando la prosperidad y estabilidad financiera de la ciudad.
Forma De Gobierno De Lucca
El gobierno de Lucca está en manos de los optimates. Aunque hace poco tiempo la ciudad contaba con treinta y cuatro mil habitantes, alrededor de dos mil personas ejercen el gobierno en turnos. El colegio anual está compuesto por sesenta optimates, quienes poseen el mayor poder del Estado. Estos electores eligen a diez hombres con un mandato de tres años, y el mayor de ellos se llama vexilario (portaestandarte). Es un crimen capital para ellos abandonar la ciudad. También se nombra un senado de dieciocho personas, que junto a los decenviros asesoran sobre el Estado. Existen oficiales menores: la rota de tres jueces (un juez y dos asistentes extranjeros), uno de los cuales juzga causas públicas y otro privadas. Además, nueve hombres con un juez extranjero juzgan los asuntos comerciales. También hay comisionados para los granos, la salud y el suministro de alimentos. Finalmente, existen seis tesoreros y el mismo número de capitanes de soldados. Sin embargo, lo más destacado es el colegio de censores, que exilia por tres años a los hombres inmorales y a quienes incurren en excesos, de acuerdo con la opinión del gran consejo. No obstante, los lucenses y genoveses no son realmente libres, ya que obtienen su libertad pagando tributo al rey de España.
Estado De Los Raguseos
En Ragusa también gobiernan los optimates. Existen veinticuatro familias de antigua nobleza que conforman el colegio de optimates. Al igual que en Venecia, todos sirven simultáneamente. Crean un senado de sesenta personas. Los diez hombres más importantes son dirigidos por el rector, líder del estado-ciudad, junto con otros cinco con poder similar a los diez de Venecia. Además, hay seis jueces de rango consular que atienden casos civiles y cinco para causas criminales, con apelaciones a la curia de treinta personas. Los oficiales nocturnos y otros cargos, como tesoreros, cuestores y comisionados de salud y abastecimiento, carecen de mando, y el capitán de la ciudadela es cambiado diariamente. A diferencia de Venecia, el poder ejecutivo tiene guardias procedentes de Panonia.
Tipo Y Evolución Del Imperio Florentino
Los florentinos lograron su libertad en 1215 y establecieron doce magistrados llamados "señores". Sin embargo, al conceder el poder a unos pocos, estallaron conflictos internos. Se nombraron entonces treinta y seis reformadores para organizar el gobierno y se crearon gremios de artesanos con tribunos. Aunque en un principio el poder estaba en manos de los optimates, las luchas continuaron hasta que el pueblo asumió el control, expulsando a los nobles. Años después, invitaron al duque de Atenas, Walter de Brienne, quien asumió el gobierno pero fue derrocado tras gobernar de forma despótica. La República alternó entre el dominio de los plebeyos y el de los optimates hasta que la familia Médici alcanzó el poder. Bajo Cosme de Médici, los Médici gobernaron sin soberanía completa, pero con gran influencia en el Estado. Finalmente, en 1494, los florentinos establecieron un gobierno popular, hasta que las luchas internas regresaron y el gobierno se convirtió en una monarquía de facto bajo los Médici.
Forma De Gobierno Y Evolución Del Imperio De Los Franceses
Nuestros ancestros florecieron bajo reyes, conquistando Europa y Asia Menor, y fundando ciudades en diversos territorios como Celtiberia y Galia. Cuando los reyes demostraron ser ineficaces, los optimates asumieron el control, inspirándose en el gobierno de los masilianos. Los druidas, exentos de servicio militar, controlaban la autoridad civil y religiosa, mientras que los caballeros y la plebe cuidaban de la defensa y el trabajo. La asamblea, compuesta por estas tres órdenes, era soberana, y la sabiduría y poder de los druidas mantenían el orden en el Estado.
Forma De Gobierno En Marsella
Cuando los reyes dejaron de gobernar con eficacia, los optimates tomaron el control, tomando como ejemplo el gobierno de Marsella. Cada año se nombraban quince magistrados de entre seiscientos optimates, y tres de ellos tenían la mayor autoridad. El modelo influyó en otras ciudades, que dividieron la sociedad en druidas (encargados de asuntos civiles y religiosos), caballeros (defensores de la ciudad), y la plebe. Los druidas, que gozaban de un estatus muy respetado, mantenían la paz sin necesidad de violencia.
Cambios En El Imperio De Los Caldeos
Los caldeos vivieron pacíficamente durante 249 años después del diluvio, lo que Cato, en Origenes, llama un período dorado. Luego, Nino invadió Asia Menor, y después de él, 37 reyes gobernaron durante 1,220 años hasta la caída de Sardanápalo, cuyo imperio se dividió entre los prefectos Arbaces y Beloch. Tras dividirse, hubo luchas entre los medos y los asirios durante casi trescientos años, hasta que los persas tomaron el control, consolidando su poder hasta Alejandro, quien expandió el imperio persa. Tras su muerte, el imperio fue dividido: Seleuco recibió Asia Mayor; Antípatro, Asia Menor; Ptolomeo, Egipto; y Lisímaco, Tracia. Este imperio, desgarrado por guerras internas, cayó en manos romanas doscientos años después y fue finalmente dominado por los partos durante cinco siglos hasta Artabano, tras lo cual los persas volvieron a gobernar hasta que Omar, príncipe árabe, invadió Persia y Siria.
Cambios En El Imperio De Los Griegos
El Imperio Griego alcanzó su máxima extensión bajo Justiniano, quien recuperó África de los vándalos e Italia de los godos y defendió sus fronteras en el Danubio, los Alpes y el Éufrates. Sin embargo, durante el reinado de Constantino, nieto de Heraclio, los árabes conquistaron Egipto, Siria y Cilicia. Además, las invasiones de eslavos y lombardos erosionaron las fronteras del imperio, que se redujo más debido a guerras civiles y disputas de sucesión. Las continuas luchas internas debilitaron al imperio, permitiendo que finalmente cayera bajo control de los franceses, y más tarde, por las disputas entre las dinastías Paleólogo y Cantacuceno, el poder pasó a los turcos.
Cambios En El Imperio Árabe
El imperio árabe comenzó a declinar con la llegada de los turcos a Europa. Los árabes, tras separarse de los griegos alrededor del año 650, conquistaron en poco tiempo vastas áreas, incluyendo Siria, Egipto y España. Su poder se expandió rápidamente, pero se fragmentó por divisiones religiosas, especialmente tras el asesinato de Alí. Los califas de Bagdad y Damasco, bajo continuas disputas, perdieron territorios frente a persas, tártaros y turcos. En el siglo XII, concentraron su poder en Egipto y África, con los sultanes controlando Egipto hasta que fue tomado por Selim, príncipe turco, consolidando así el dominio otomano.
Cambios En El Imperio De Los Turcos
Durante el mismo período en que Saladino conquistó Egipto, el poder de los turcos y tártaros fue creciendo. Genghis Khan, líder tártaro, expandió su imperio en Asia Menor, mientras que una legión de turcos adoptó la religión árabe y se estableció en Asia Menor, consolidando su poder hasta alcanzar las riberas del Danubio y del Dniéper bajo el mando de Selim. Este sistema organizativo de las tierras, controlado por soldados llamados "timar", fortaleció al estado otomano, permitiendo al sultán movilizar fuerzas militares sin salarios, lo que lo hizo casi invencible.
Cambios En El Imperio De Los Polacos
Los polacos, separados políticamente de los alemanes, fundaron su reino en el año 800 bajo el liderazgo de Pyastus. Desde entonces, mantuvieron su independencia, enfrentándose con éxito a turcos, alemanes y rusos. Con la extinción de la línea masculina de Pyastus, el trono pasó a los Jagellones a través de la reina Hedwiga, fortaleciendo la monarquía polaca y manteniendo una resistencia firme frente a los turcos.
Cambios En El Imperio De Dinamarca Y Suecia
En la misma época en que Pyastus fundó Polonia, Godefricus estableció Dinamarca, que pasó a ser provincia del imperio alemán bajo Enrique I, pero recobró su independencia bajo el rey Svend. A finales del siglo XIV, Margarita unió los imperios de Dinamarca, Suecia y Noruega, aunque los suecos retomaron el poder tras una serie de conflictos internos. Posteriormente, Gustavo I de Suecia estableció una monarquía independiente, iniciando una era de conflictos prolongados entre daneses y suecos.
Cambios En El Imperio De Los Britanos
Los britanos, como muchas otras naciones, tuvieron una monarquía inicial que, tras la conquista de los romanos, se mantuvo bajo su dominio durante cinco siglos. Al retirarse los romanos, enfrentaron invasiones de anglos y sajones, que dividieron el país en siete reinos enfrentados hasta que Egberto unificó la isla en el año 800. Tras una serie de conflictos y una breve conquista danesa, la dinastía normanda se estableció bajo Guillermo el Conquistador.
Cambios En El Reino De España
Tras la conquista de la mayor parte de España por los cartagineses, los romanos tomaron control, aunque la resistencia continuó hasta la era de Escipión. Posteriormente, la invasión de los visigodos consolidó un dominio que duraría trescientos años, hasta que los árabes conquistaron casi toda la península en el 717. Los franceses, bajo Carlomagno y luego Luis el Piadoso, ayudaron a recuperar territorios, y finalmente, Alfonso V lideró una resistencia que expulsó a los árabes de gran parte de España. La dinastía de los Reyes Católicos unificó el país y extendió sus conquistas hacia África y América, estableciendo un imperio vasto y duradero.
El Mejor Tipo De Estado
Existen tres formas de gobierno: el de uno solo (monarquía), de varios (oligarquía) y de todos (democracia). Las formas degeneradas incluyen la tiranía, la oligarquía opresiva y la ochlocracia (dominio descontrolado de la multitud). Tras analizar los defectos de estos modelos, Aristóteles y otros filósofos concluyeron que el mejor estado se basa en la monarquía, en la cual el poder reside en un individuo de gran virtud.
Forma y Cambios en el Imperio de los Hebreos
Se deduce que Moisés tenía poder real, dado que, sin consulta ni del pueblo ni de los optimates, impuso leyes, eligió el senado, designó magistrados y creó sacerdotes. Incluso condenó a muerte a miles de ciudadanos sediciosos sin juicio. Finalmente, designó a Josué como su sucesor sin consulta, ejerciendo un poder similar al real. Tras la muerte de Josué, los senadores eligieron a Otoniel y luego a Ehud como líderes. Este sistema cambió cuando los hijos de Eli y Samuel corrompieron el poder de los optimates en facciones, lo que llevó a la plebe a pedir un rey, bajo cuya autoridad cesaron los disturbios. Maimónides escribió que la ley divina prohibía construir el templo hasta que los judíos tuvieran un rey para controlar tumultos. Así, se evidencia que el poder real era aceptado por Dios, mientras que la tiranía era rechazada.
Una vez elegido el rey, el senado fue admitido solo como consejo, sin soberanía, y se mantenía la autoridad del rey sobre casos importantes. Moisés instituyó un senado de setenta y un hombres, llamado Sanedrín, para ratificar leyes y juzgar en causas complejas. Maimónides afirmó que el Sanedrín tenía incluso el "poder de la espada" en ciertos juicios, y se organizaron tribunales menores en cada ciudad. Sin embargo, el senado no tenía poder sobre los decretos, y su autoridad era limitada según la voluntad de los reyes. Tras la muerte de Salomón, el reino se dividió en dos: uno para las tribus de Judá y Benjamín, y otro para las tribus restantes, lo que debilitó aún más el poder del senado. Durante más de cuatro siglos, los hebreos vivieron bajo monarquías divididas hasta que los asirios y caldeos llevaron al exilio a los reyes de Samaria y Jerusalén. Luego de setenta años de exilio, los hebreos regresaron y prosperaron bajo sacerdotes y reyes hasta que las guerras civiles y extranjeras los subyugaron primero a los egipcios, luego a los griegos, y finalmente a los romanos, quienes convirtieron Judea en una provincia. Jerusalén fue finalmente destruida y la diáspora dispersó a los hebreos por todo el mundo.
La Excelencia del Poder Real
El poder real, visto como natural y divinamente instituido, fue celebrado por sabios y gobernantes antiguos como Homero, Aristóteles, y Cicerón, además de haber sido establecido por Augusto tras profundos debates. La experiencia histórica ha demostrado que este es el mejor tipo de gobierno, destacando la monarquía sobre el sistema electivo. Aristóteles criticó la monarquía electiva por ser inestable y poco civilizada, argumentando que el proceso de elección causa discordias y guerras civiles. Cuando un príncipe no es nombrado heredero, es común que surjan múltiples aspirantes, llevando a conflictos internos. En contraste, la estabilidad en reinos como los de los asirios, persas, egipcios, y abisinios se ha mantenido gracias a la sucesión dinástica, pues los príncipes heredaban el poder en un linaje continuo.
Monarquía y Armonía Social
La armonía, ejemplificada en la sucesión natural de los poderes, se asemeja a la proporción musical donde las notas producen un equilibrio entre rangos altos y bajos. La monarquía, así, fluye de un solo príncipe hacia los magistrados, estableciendo un orden natural en el que los superiores y los inferiores colaboran en una estructura jerárquica ordenada. Esta armonía es esencial para la paz social, pues la reverencia hacia el monarca unifica a la sociedad en respeto y obediencia. Los estados exitosos han entendido esta importancia de la sucesión estable y continua, como lo demuestran los imperios duraderos de los turcos y los partos, quienes establecieron dinastías continuas que fortalecieron su autoridad y su dominio.
Educación y Virtud del Príncipe
La formación del príncipe es crucial, ya que sus valores determinarán el carácter de su gobierno y el ejemplo para su pueblo. Platón afirmó que "como son los príncipes en un estado, así serán los ciudadanos". Este principio se ha corroborado con el ejemplo de Francisco I de Francia, quien al interesarse en las artes y la literatura impulsó una era de ilustración entre su nobleza y su gente. La religión y la virtud son pilares en la educación del príncipe, pues un gobernante que teme a Dios y respeta sus leyes evita la tiranía y gobierna con justicia. Esta formación crea un gobierno estable, protegido por el respeto de sus súbditos y cimentado en la integridad moral.
Capítulo VII: Refutación de aquellos que postulan cuatro monarquías y los años dorados
Jean Bodin cuestiona la creencia generalizada de la existencia de cuatro grandes imperios en la historia, una noción popularizada por hombres influyentes como Lutero y Melanchthon, quienes interpretaron las profecías bíblicas en ese sentido. Bodin reconoce que, en su momento, llegó a dudar de su propio juicio debido a la autoridad de estos intérpretes y a la ambigüedad de las palabras de Daniel, pero luego optó por no seguir ciegamente esa interpretación sin entenderla completamente.
Bodin argumenta que la idea de cuatro imperios, identificados como los de Asiria, Persia, Grecia y Roma, es una interpretación sesgada y nacionalista de las profecías bíblicas. Además, desafía la afirmación de los alemanes de ser herederos del Imperio Romano, considerando que ni su extensión territorial ni su poder rivalizan con otras potencias contemporáneas como España, Portugal o el Imperio Otomano, cuyas dimensiones y fuerzas superan ampliamente a las de Alemania.
Critica el concepto alemán de "monarquía" propuesto por Melanchthon, basado en el poder soberano, y señala que otras civilizaciones, como los turcos y los tártaros, tienen imperios que podrían considerarse verdaderas monarquías, superando a los germanos en extensión y dominio. La noción de cuatro imperios ignora el poder de otras naciones históricas como los caldeos, medos y partos, que también tuvieron un dominio significativo y contribuyeron a la formación de imperios sucesivos.
Bodin también discute el llamado "siglo de oro" y la concepción de que la humanidad vive en una constante decadencia. Refuta esta idea al señalar que la historia muestra ciclos en los que la moral y el conocimiento fluctúan. Afirma que, en lugar de un deterioro progresivo, la humanidad se ha regenerado en diversas épocas, alcanzando avances notables en ciencias, artes y organización social, como lo demuestran los progresos de la era moderna.
Finalmente, Bodin plantea que las opiniones que idealizan el pasado como una "edad de oro" surgen de una nostalgia mal interpretada por los ancianos que sienten que el mundo decae porque su propia juventud se ha desvanecido. En su visión, el curso de la humanidad sigue un ciclo natural, en el que la virtud y el conocimiento se alternan con la ignorancia y la decadencia, y este cambio no es señal de decadencia general, sino una parte inherente al desarrollo humano.
Capítulo VIII: Un sistema universal de tiempo
Bodin plantea la importancia de la cronología para comprender la historia, comparándola con un hilo de Ariadna que guía al lector a través de la complejidad narrativa, evitando perderse en los eventos históricos. La cronología, según el autor, permite no solo seguir el orden de los acontecimientos, sino también corregir errores de otros historiadores. Esto incluye detallar los eventos en años, meses, y días específicos para sacar provecho de la historia.
El autor defiende el concepto de un comienzo del tiempo basado en argumentos sagrados y racionales. Cita a Moisés y otros filósofos, argumentando que el mundo fue creado por Dios en un momento preciso y no es eterno, en oposición a las ideas de Aristóteles, quien afirmaba que el mundo existía eternamente. Mientras Aristóteles consideraba que la eternidad del mundo no requiere una causa externa, otros, como Epicuro y Galeno, criticaron esta postura como probable pero no necesaria.
Se analizan también los argumentos de Aristóteles y Proclo sobre la eternidad del mundo y la naturaleza de Dios. Proclo argumentaba que, si Dios pudiera crear el mundo eterno, entonces querría hacerlo, mientras que Aristóteles veía a Dios como inmóvil y no sujeto a cambios. Según el autor, dar libre albedrío al hombre pero negarlo a Dios es impío y absurdo. Critica que Aristóteles, al unir a Dios con el mundo en una relación inmutable, lo reduce a una fuerza vinculada a la necesidad en lugar de a la voluntad.
Bodin analiza los argumentos sobre la finitud y la eternidad del universo, refutando la idea de que el mundo pueda existir siempre. Según el texto, tanto los argumentos de filósofos como Avicena y la evidencia observada en el cambio y desgaste de los cuerpos celestes sugieren que el mundo tuvo un inicio y, por lo tanto, un final.
Secuencia de tiempos
Jean Bodin, en su análisis de la cronología universal, enfatiza la necesidad de utilizar documentos históricos confiables para establecer una línea temporal desde la Creación. Rechaza las fuentes griegas, por su tendencia a mezclar mitología con hechos, y sugiere que las historias verdaderas deben extraerse de otras civilizaciones. Destaca que Moisés es una de las fuentes más antiguas y que muchos cronistas, desde Heródoto hasta Diodoro, apoyan indirectamente la narrativa histórica de los hebreos.
Bodin cuestiona relatos exagerados de antiguas civilizaciones, como la afirmación egipcia de una historia de 13,000 años, y el supuesto conocimiento astrológico de 470,000 años por los caldeos. Considera que estos relatos son inflados y poco realistas, ya que incluso astrónomos como Ptolomeo apenas registraron 800 años de observaciones astronómicas. Bodin señala que los cálculos de tiempo basados en los reinados y las dinastías presentan múltiples inconsistencias y que los nombres y tradiciones diferentes entre culturas han generado confusiones en la cronología.
Para Bodin, establecer un sistema de tiempo es fundamental y depende de corregir discrepancias culturales, como las variaciones en los calendarios y las interpretaciones erróneas de los textos antiguos. También examina las dificultades en la medición del tiempo debido a los errores en el calendario lunar y solar, y aboga por un sistema de cronología universal que combine los registros más precisos de judíos, caldeos y persas.
Finalmente, Bodin se adentra en debates sobre el fin del mundo y menciona a los rabinos Elia y Catina, quienes predijeron una duración de 6,000 años para el mundo basada en una interpretación mística de los días de la creación. Bodin considera que indagar en estas profecías es en vano y que solo resta seguir un sistema cronológico riguroso y verificable.
Capítulo IX: Criterios por los cuales se prueba los orígenes de las personas
Jean Bodin, en este texto, examina la obsesión de las culturas por atribuirse un origen noble o incluso divino, como muestra de superioridad. Observa cómo algunos pueblos y figuras históricas, cegados por la arrogancia, se atribuyen ascendencia de dioses o líderes legendarios. Esto se manifiesta en líderes como César, quien jactaba de su linaje divino, o en filósofos como Aristóteles, quien rastreaba sus ancestros a figuras mitológicas. Otros pueblos, como los atenienses, proclamaban su autoctonía o origen directo de la tierra para evitar conexiones con otras culturas y reafirmar su estatus.
Bodin critica estas ideas de superioridad basadas en el origen, sosteniendo que todos los pueblos comparten una ascendencia común, como se indica en las Escrituras, y subraya la importancia de reconocer la consanguinidad como fundamento para la unidad y paz entre las naciones. El desprecio y conflicto entre pueblos —como el de los egipcios hacia los judíos o el de los griegos hacia los latinos— surge, según Bodin, de esta noción errónea de autoctonía que divide en lugar de unir. Defiende que el intercambio cultural y económico, lejos de ser una amenaza, es esencial para la prosperidad y paz.
Para Bodin, existen criterios clave para identificar el origen de los pueblos: la confiabilidad de las fuentes, los rastros lingüísticos y las características geográficas de las regiones habitadas. A lo largo del texto, Bodin cita a numerosos autores antiguos y modernos —desde Heródoto hasta escritores europeos— que han afirmado los orígenes de culturas como los germanos, galos y romanos, muchas veces influenciados por su propio patriotismo. Bodin sostiene que la lengua y la geografía son vitales en la preservación cultural y critica a quienes basan su orgullo cultural en teorías de autoctonía poco fundamentadas.
Finalmente, Bodin pone en duda la veracidad de ciertos relatos sobre el origen de los pueblos, como la afirmación de que los germanos nacieron en Alemania, idea que considera ilógica. Propone que muchas naciones de Europa tienen un origen común en Asia o el Medio Oriente. Al rechazar la noción de linajes divinos o autoctonía, Bodin aboga por una visión histórica en la que todos los pueblos están conectados y donde la grandeza de un pueblo reside en su capacidad de integrarse y cooperar con otros.
Otros casos
Jean Bodin analiza aquí las costumbres y orígenes de distintos pueblos europeos, centrándose en los germanos, galos y celtas, para cuestionar la idea de autoctonía y la antigüedad de sus linajes. Cita a Tácito y a otros autores antiguos, destacando que los germanos vivían dispersos en territorios inhóspitos, lo cual refuerza la teoría de que los galos habrían sido sus antecesores al colonizar esas tierras. Bodin desacredita relatos sobre el origen germano de los galos, argumentando que fueron estos últimos quienes habitaron primero la región, señalando elementos lingüísticos y nombres de lugares como evidencias de esta descendencia.
Enfatiza la importancia de las migraciones y el comercio en la difusión de culturas y lenguas, mostrando que ninguna nación europea puede jactarse de ser completamente autóctona. Por ejemplo, expone cómo palabras del celta antiguo se preservaron tanto en el alemán como en el francés y explora el origen de nombres de regiones en Alemania y Francia, concluyendo que muchas tradiciones lingüísticas compartidas provienen de colonos celtas. Para Bodin, la lengua y la geografía son clave para rastrear los orígenes culturales, y el intercambio constante de poblaciones ha creado un crisol donde las raíces lingüísticas y culturales se entrelazan.
En conclusión, Bodin observa que, salvo los judíos, ningún pueblo puede reclamar un linaje antiguo ininterrumpido debido a las migraciones y mestizaje de culturas.
Capítulo X: El orden y colección de los historiadores
Esta síntesis recoge un esquema histórico de obras clave y crónicas universales y específicas de diferentes culturas. La lista comienza con los cronistas de eventos universales como Bullinger, Lutero, Funck, Phrygio y Eusebio, y pasa a compilaciones históricas más amplias, como las de Carion, Melanchthon y Peucer, quienes cubren desde la Creación hasta sus propias épocas. Se incluyen cronologías y obras específicas de historiadores destacados por región o período, como Heródoto para los griegos y egipcios, Polibio para los romanos y griegos, y Diodoro de Sicilia, cuyas obras ofrecen visiones panorámicas de las historias de diversas civilizaciones.
En el apartado de historia cristiana y eclesiástica, se destacan cronistas de la Iglesia y las sectas, abarcando desde la Biblia y los escritos de Flavio Josefo hasta los concilios y guerras religiosas. Los cronistas de diferentes naciones incluyen a autores sobre los francos, sajones, godos, romanos, y secciones específicas como los escritores sobre los celtas, germanos, lombardos y españoles.
Además de los historiadores eclesiásticos y nacionales, la lista abarca escritos de exploradores y cronistas de culturas menos conocidas en Occidente, incluyendo a viajeros como Marco Polo para los tártaros, Leo Africano para los africanos, y obras sobre los musulmanes, árabes, y etíopes.
Finalmente, se incluyen biografías de figuras destacadas, desde emperadores y filósofos hasta personajes legendarios y santos, estructurando el conocimiento histórico como un archivo enciclopédico ordenado por áreas de relevancia geográfica, cultural y temática.
Conclusión
La obra Método para facilitar el conocimiento de la historia de Jean Bodin representa un esfuerzo innovador en el siglo XVI por estructurar el conocimiento histórico de manera lógica y sistemática. Bodin, influido por el auge del humanismo y el redescubrimiento de textos clásicos, intenta ofrecer un método que permita al lector comprender la historia de forma crítica y ordenada, trascendiendo el simple relato de hechos. Para Bodin, el estudio de la historia debe ser un ejercicio intelectual que permita discernir patrones, leyes universales y, especialmente, la influencia del entorno en la conducta humana.